El financiamiento de los programas sociales va en detrimento de los servicios de calidad que debería prestar el Estado a la sociedad en su conjunto
Por Ricardo Pascoe/Heraldo de México
Hasta que llegó la pandemia del Covid-19 el mundo iba lentamente erradicando la pobreza extrema y los ingresos de los países del norte y el sur tendían a acercarse. Según la ONU, entre 1990 y 2014 más de 1000 millones de personas salieron de la pobreza extrema, en todos los continentes del mundo. En 2020, la crisis de Covid-19 provocó que 71 millones de personas cayeran en la pobreza extrema, en comparación con 2019.
La tasa mundial de pobreza disminuyó en 1,1% al año en promedio, bajando del 37,8% en 1990 al 11,2% en 2014. Del 2014 al 2019 el ritmo de reducción de la pobreza bajó a 0,6 puntos porcentuales al año en promedio. Debido al efecto devastador de la pandemia del Covid-19, ahora se proyecta que erradicar la pobreza extrema en el mundo en 2030 ya no es una meta factible. La Agenda 2030 tiene como su objetivo prioritario el acabar con la pobreza en todas sus manifestaciones y en todas partes del mundo, siendo un requisito indispensable para el desarrollo sostenible.
En México ocurrieron las mismas tendencias que en el resto del mundo, con la pandemia Covid-19. Durante el año 2020 hubo un incremento en la pobreza extrema por ingresos, del 17% al 22%, y del 49% al 56% por ingresos de la pobreza a secas.
Además, el 54,1% de la fuerza laboral en México está ocupada en el sector informal. Del total de hombres dedicados a actividades productivas, el 53,1% se emplean en el sector informal. Y del 100% de mujeres que trabajan, el 55,5% se dedican al sector informal.
Estos datos destacan que el ancestral problema del reparto más equitativo de la riqueza no sólo disminuye en grado y dimensión, sino que crece. Ese crecimiento de la desigualdad va acompañado de percepciones sociales extendidas de insatisfacción y descontento con el estado actual de cosas, tanto en el mundo en general, como en países en particular, como México.
La situación compartida en el mundo tiende a generar dos modelos estatales de respuesta a los ánimos sociales en las distintas sociedades. Por un lado, se le da una respuesta “magnánima” de Estado, repartiendo masivos programas sociales hacia los sectores más marginados de las poblaciones, ganando simpatías, pero generando déficits económicos que generan escaladas inflacionarias y devaluatorias de las monedas nacionales, en ciclos sin fin.
Además, el financiamiento de los programas sociales va en detrimento de los servicios de calidad que debería prestar el Estado a la sociedad en su conjunto: salud, educación, transporte, infraestructura básica urbana y rural, carreteras, energía barata, etc. Se olvida por completo de la investigación, la cultura y el desarrollo tecnológico.
El otro modelo ofrece un método distinto para resolver los problemas de una sociedad con graves carencias. Se enfatiza más la actividad del sector privado como estímulo a la actividad de la economía y promotor del empleo y la oferta de salarios para la obtención de los satisfactores necesarios para la vida individual y social de las personas. En ese modelo, el Estado se hace cargo de la salud y educación de la población, presumiblemente bajo un esquema de calidad como respuesta a los impuestos pagados por los ciudadanos.
Servicios como transporte, energía, carreteras y demás infraestructura necesaria para la eficiencia económica deben ser aportados por el capital privado, aunque autorizado por el Estado. Así, el Estado es concebido como un regulador, para atemperar las ganancias y asegurar el mejor reparto de la riqueza.
Ambos modelos se basan en la idea de la economía capitalista. Pero sus diferencias son suficientes para crear no sólo antagonismos, sino también barruntos de guerra. Un primer problema, aparentemente superficial, aunque no lo sea, es la intervención del Estado en la economía. Los dos extremos de este argumento son de quienes afirman que el Estado no debería participar en la regulación del mercado ni subsidiar la producción de bienes y servicios, contra quienes abogan porque el Estado sea el dueño, conductor, regulador y CEO de la economía y sus actividades productivas.
Aparentemente esa discusión concluyó cuando la URSS desapareció y el enfrentamiento entre capitalismo y socialismo terminó. Existió, en esos tiempos (1989, 1990, 1991) la idea de que el capitalismo reinaba y que había ganado la guerra contra el socialismo. Pero con el tiempo, el tema Estado, economía y capitalismo ha emergido de nueva cuenta, aunque bajo otro disfraz.
A partir de la instauración de un capitalismo monopólico de Estado en China y la captura del Estado en Rusia por un capitalismo oligárquico, el debate no es capitalismo vs socialismo sino capitalismo monopólico de Estado vs capitalismo de mercado libre. Y esa confrontación de modelos de capitalismos incide directamente en las ganancias y sus flujos en el modelo, junto con los modelos de gobernanza, que sugiere una confrontación cultural detrás de los modelos económicos, sobre temas de democracia, representatividad, libertad de expresión, libertad de prensa.
El mercado abierto requiere instituciones democráticas, mientras el capitalismo monopolista de Estado requiere control estatal, cuya naturaleza es inherentemente antidemocrática y autoritaria.
Una conclusión sobre este debate es que, contrario a lo afirmado por los tradicionales defensores del capitalismo en el sentido de que, para florecer, el capitalismo implica y necesita libertad y democracia, hoy somos testigos de que esa tesis no es necesariamente aplicable en el mundo actual. Puede haber condiciones para el florecimiento de un capitalismo dirigido y controlado por el Estado, y ser exitoso. Ese es el caso de China, evidentemente.
Y también es evidente que las diferencias entre la cultura china y la occidental son enormes. Según The Economist, la revista inglesa de análisis económico, la empresa china TikTok está frustrada porque “los occidentales no tienen los mismos patrones de consumo que los chinos…y, por tanto, la App no está siendo eficiente en la promoción de productos chinos a Occidente”.
La disciplina laboral en China es muy distinta que en Occidente. ¿Cuándo fue la última vez que se supo de una huelga en el sector automotriz y de aeroespacial en China? En Occidente son frecuentes. Hong Kong dejó de ser una democracia liberal, y se ha tornado un objeto de control político de las autoridades de Beijing. Lo mismo ocurrirá si China se apodera de Taiwán. Cultura, democracia, autoritarismo y ganancias están en el centro del debate del nuevo mundo.
Estos bloques geopolíticos no son un accidente de la historia. Son productos históricos. Estados Unidos, Europa y aliados se identifican en modelos y aspiraciones culturales y sociales. China, Rusia, Corea del Norte e Irán también comparten, aspiracionalmente, rutas parecidas y modelos políticos similares. Estos son los bloques que definirán el futuro del mundo durante los próximos 50 años. Y, quiera o no, el resto del mundo se definirá en función de estos bloques y sus devenires.
Las próximas guerras, comerciales y militares, se definirán a partir de estos grandes bloques de naciones, unidos a pesar de la gran diversidad entre ellas en intención y aspiración hegemónica.
Colaboración pueblicada en
https://heraldodemexico.com.mx/opinion/2024/12/1/el-mundo-que-nos-espera-658132.html