MADRID, ESPAÑA.- En la prestigiosa escuela privada de Princeton, recuerdan el nombre de Christopher Reeve. En ella, estudió el actor mucho antes de convertirse en Superman. Su rostro podía ser visto en un lugar privilegiado del cuadro de honor.
De acuerdo con CINEMANÍA, un horizonte académico sobresaliente esperaba al joven Reeve, que, además, capitaneaba los equipos de fútbol, baloncesto, tenis y hockey. Sin embargo, su futuro estaba lejos de las universidades y los estadios. Se encontraba en Krypton.
Christopher Reeve fue descubierto por el agente al mismo agente al que le debemos el hallazgo de Robert Redford y su primer papel en Broadway llegó de la mano de Katharine Hepburn. La actriz había visto su audición para una obra que ella protagonizaba e hizo que los productores lo contratasen. Sería el comienzo de una larga amistad entre dos intérpretes que se llevaban más de cuatro décadas. Sin embargo, Reeve moriría apenas unos meses después que su vieja y legendaria protectora.
El expreso oriental
Además de, quizá, la película de superhéroes más importante de la historia y varias secuelas, Christopher Reeve rodó casi 50 películas. El accidente que detendría el vuelo de Superman está abrigado por dos de ellas. La primera es Anna Karenina, responsable de que Reeve se enamorase de la hípica.
La segunda, rodada en 1995, es Libre de culpa. En ella, Reeve interpreta a un policía paralítico. Como cuenta en su autobiografía, el intérprete visitó a varios pacientes en esta situación para preparar su papel. “Quería saber cómo se sentiría uno siendo paralítico”, escribe Reeve.
Hasta el rodaje de Anna Karenina, el actor se había mantenido lejos de los caballos debido a una alergia. Para la adaptación de Tolstoi, Reeve debía filmar algunas escenas sobre la silla de montar y no le quedó más opción que atiborrarse a antihistamínicos. Aturdido por los medicamentos, Reeve aún pudo apreciar dos cosas al galope del animal: que aquel deporte, como cualquier otro en el que se había iniciado, se le daba bien.
Lo que en realidad le sorprendió fue descubrir que hubiese podido vivir tantos años sin practicarlo. Fue el comienzo de una afición que, progresivamente, ocuparía más horas de su tiempo y lo llevaría a inscribirse en una competición en Vermont. Reeve montaba a lomos de un magnífico purasangre americano llamado Expreso oriental.
El resto de una vida
Su entrenador tenía una solución para corregir la inexperiencia de Reeve en los circuitos profesionales de hípica. Antes de pasar por Vermont, podía disputar en una competición ecuestre disputada en Virginia. El actor aceptó. En la primera prueba, de doma clásica, Reeve quedó cuarto.
En la segunda prueba, en la que Reeve y Expreso oriental debían recorrer un terreno salpicado de obstáculos, no hubo puntuación. Al comienzo de la carrera, el animal quedó paralizado ante un salto que no entrañaba gran dificultad y Reeve, incorporado ya para acompañar el previsible movimiento de Expreso oriental, se escurrió de la silla.
Su cuerpo arrastró consigo bridas, el único punto de sujeción que tenía a Expreso oriental. Reeve cayó en vertical y cabeza abajo al suelo. Los médicos, más tarde reportaron fracturas de la primera y segunda vértebra de su columna.
Durante varios segundos, además, el flujo de oxígeno se interrumpió en su cuerpo. Las previsiones eran aciagas:
Reeve sólo podría mover la cabeza y necesitaría un respirador para que el aire entrase en sus pulmones. Así pasó Reeve los 10 años restantes que le quedaban de vida.