Por Juan Pablo Becerra-Acosta M.
Sí, que se los lleven a todos: a El Mayo, a El Chapito, a los otros Chapitos. También a El Bart, ese sicario que quiso asesinar a Ciro Gómez Leyva y que ante la cámara sonríe con desparpajo al narrar su (afortunadamente) fallida hazaña criminal. Que se lleven -pero ya- a El Mencho y los criminales que hoy destazan Chiapas provocando no sólo que desaparezca el turismo, sino que ciudadanos mexicanos huyan a Guatemala, tal como los guatemaltecos lo hacían rumbo a México en los años 80, cuando escapaban de las feroces dictaduras.
De paso, que se lleven a esa despiadada hidra criminal que no cesa de reproducirse en Michoacán, ésa que jode a aguacateros, limoneros y mangueros que venden sus productos a Estados Unidos. Permitamos, igualmente, que los gringos capturen a los caníbales de la narco-extorsión que han despedazado Acapulco, ese paraíso que le robaron a los miles de springbreakers que venían cada año a gozar, y que, por la violencia en el puerto, jamás regresaron. Que vengan por la fauna delictiva que asuela Zacatecas y que por favor no olviden llevarse a los sanguinarios capos de los cárteles de Guanajuato y Morelos, ésos que cada vez están más arraigados en barrios y pueblos.
En fin, que trepen a todos a los criminales que quieran en aeronaves Hércules y que se los lleven acusados de perjudicar a jóvenes estadunidenses con fentanilo, tal como han envenenado a cientos de miles de chavos mexicanos que desgraciadamente ya fueron inoculados de forma irremediable con esa droga letal que es la subcultura del narco y su interminable dinero, esa vida crematística de hombres y mujeres del sicariato y del halconeo nacional que nos han arrebatado la paz y libertad en tantos municipios y regiones del país, zonas, no olvidemos, que yacen sometidas bajo el imperio espiritual de la santa muerte.
Dejemos ya los atavismos. Hasta donde sé, no ocurrió con Zambada y Guzmán (espero la versión final), pero, en esta época completamente interconectada y sin fronteras reales, ¿qué tendría de malo que, en suelo mexicano, efectivos de élite estadunidenses atraparan a dos presuntos criminales que llevaban años y décadas viviendo en la más absoluta impunidad? Si Estados Unidos tiene mejor tecnología, mejores mecanismos de espionaje, infinitamente más recursos para localizar y detener criminales que ejercen poderes transnacionales, ¿por qué no podemos superar el pasado y pedir ayuda a nuestros antiguos enemigos de quienes hoy somos socios cercanísimos?
Esto no es un asunto de izquierda y derecha, no es un tema de principios y valores patrios, es un problema de eficacia para someter mafias que hacen mucho daño a la sociedad en ambos lados de la frontera, donde tienen un sinfín de negocios que van desde el tráfico de personas hasta la venta de mujeres y niñas para fines de esclavitud sexual. Olvidémonos de las drogas. La guerra contra los estupefacientes ha sido un fracaso desde la época de Nixon y lo único que podría funcionar para contener las adicciones es invertir en prevención, en educación, y legalizar todos los mercados de todas la drogas para arrebatarles ese poder a los cárteles gringos y mexicanos.
Esto se trata de consorcios que explotan seres humanos y que tienen nexos en todos los continentes de este planeta. Esto se trata de derrotar un cáncer que recluta niños y los convierte en asesinos despiadados en México y en Estados Unidos. Esto es una epidemia que pulveriza negocios a punta de extorsiones y cobros de piso. Este es un asunto de dejar de vivir en negación: el sistema policial y de procuración e impartición de justicia es bastante malito en México, tan malo como el nivel internacional del futbol mexicano, que desde siempre es vapuleado una y otra vez en los mundiales.
Entonces, mientras construimos un mejor sistema policial y de procuración e impartición de justicia, pidamos ayuda a nuestros socios, a quien sea que nos pueda auxiliar en la persecución de delitos y de criminales, ya sean expertos italianos o estadunidenses, que ambos han padecido tumores similares.
Superemos los traumas decimonónicos. Perdón por la anécdota personal, pero creo que ayuda a presentar mi caso, como dicen los gringos. Mi bisabuelo Luciano era cadete militar y peleó en el Castillo de Chapultepec contra los invasores estadunidenses. No es parte del mito bélico que incluye envolverse en una bandera a manera de suicidio; no, defendió la patria hasta la última bala que tenía su fusil y no entregó su arma, la puso en el piso cuando se le acabó el parque y estuvo dispuesto a recibir un proyectil, tal como hicieron decenas más de jóvenes aprendices que fueron capturados.
Con ese antecedente militar, que también lo tengo del lado materno en Yucatán, mis abuelas y abuelos trasmitieron a mis padres el amor la patria que los hijos sentimos orgullosamente correr en la sangre -hasta la médula, diría mi novia-, y lo inculcamos con mucha devoción a los nietos, pero, perdón, aceptar ayuda internacional hoy, usar los instrumentos que otros países tienen ante el descomunal poder criminal, utilizarlos para defendernos del crimen organizado, eso no es traicionar a la patria sino construir paz a partir de suprimir todo aquello que cimbra la nación y la baña de sangre cada jornada.
En nuestro tiempo, lo heroico de parte del Estado mexicano, y de todos como sociedad, sería hacer lo que se tenga que hacer para someter de una buena vez a quienes, fuera de la ley, literalmente gobiernan en pueblos y municipios. Y si eso incluye que vengan agentes policiales de élite de otra nación, y que vayan policías, marinos y soldados de élite nuestros a combatir en otro lugar, adelante.
¿O qué, nos envolvemos en la bandera del muy políticamente correcto patrioterismo y observamos, inmutables y con gran deshonestidad intelectual, que nueve de cada diez mexicanos (último dato del INEGI en Zacatecas) se jodan y sigan viviendo con miedo en donde residen?
Superemos la conjugación política del pretérito. Escribamos, con atrevimiento y en presente y futuro, la historia que necesita México, porque la que tenemos hasta ahora ha sido una derrota casi absoluta ante el mundo criminal, una humillación despiadada.
López de Santa Anna ya fue. Supérenlo.
Twitter: @jpbecerraacosta
EL UNIVERSAL