Fernando Irala
Los contundentes resultados de la pasada elección federal no sólo han determinado quién será la próxima presidenta de México, y los titulares de gobiernos en diversas entidades, de alcaldías en casi todo el país, así como la composición de congresos estatales y el federal; su alcance aún está por verse, pero serán determinantes en el futuro de la nación y en la evolución de las fuerzas políticas.
Si la elección de hace seis años, en 2018, fue parte de la oleada que llevó a Morena a posicionarse como la primera fuerza política del país, la que acaba de ocurrir en 2024, le ha dado un poder casi absoluto para generar lo que han pretendido como movimiento: una nueva conformación del poder y la abolición de las instituciones que el Estado mexicano fue construyendo en las últimas décadas como parte de una estructura moderna y democrática, pero que al partido dominante le estorban, desde el funcionamiento de otros poderes como contrapesos y factores de equilibrio, hasta organismos autónomos encargados de garantizar derechos ciudadanos y decisiones basadas en criterios técnicos y no políticos.
Morena es una reedición de la hegemonía del viejo PRI, en que la voluntad presidencial es el factor determinante, sin contrapesos ni oposición que valga. Veremos en los próximos meses hasta dónde nos lleva este regreso al siglo pasado.
Entretanto, la oposición sufre una crisis que estalló el pasado 2 de junio, pero que en realidad viene de muy atrás. Su carencia de figuras que conecten con la ciudadanía es evidente, tanto que propició la candidatura de Xóchitl Gálvez, como la única cercana a ese propósito. Se quedó muy lejos, pero es que no había, no hay nadie más.
Por eso triunfó el caudillo, una vez más. También resulta obvio que Claudia Sheinbaum no entusiasma multitudes, pese a que haya obtenido casi 36 millones de votos.
¿Qué la hizo ganar? Una maquinaria gubernamental que trabajó por años para capitalizar los programas sociales en votos de los beneficiarios, unos por agradecimiento comprensible, muchos más por el temor de perder las dádivas. Más la influencia, imposible de medir con exactitud, pero cada vez más poderosa, del crimen organizado, capaz de movilizar votantes, inducir tendencias, impulsar candidatos afines, vetar e incluso eliminar a quienes no les convienen.
Han pasado apenas un par de semanas de los comicios que determinarán el futuro del país. Sus consecuencias, decíamos, aún están por verse. Las iremos analizando.
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