“…pero la propia vida era así, así se iba también, toda entera, a la velocidad del vértigo…” (Fernando del Paso. Noticias del Imperio)
Por Rafael Serrano
El adiós en Guelatao: 21 de marzo 2024
En Oaxaca marzo, abril y mayo son meses de infierno. El 21 de marzo se inicia la primavera y este año ha sido ardiente. Padecemos una sequía que los expertos llaman “crisis hídrica”. Hubo incendios en nuestros bosques, murió no solo flora y fauna sino campesinos comuneros. En la Sierra de Juárez, en el camino de Guelatao, se quemaron más 700 hectáreas que se pudieron sofocar gracias a una milagrosa lluvia que apagó las llamas. En este escenario, crítico y amenazador, llegó Andrés Manuel López Obrador al santuario laico de la nación. Venía por última vez como presidente. Como siempre, montado sobre la adversidad de las tormentas políticas y el odio cerval de la oposición. Seis años de gobierno terminan como comenzaron: contra viento y marea. No tumbaron su proyecto ni a él, sólo lo tiznaron; y como una mula serrana, perseverante y necia, les ganó casi todas a la oposición, como Juárez. Queda su obra y un pueblo, en su gran mayoría, agradecido. Ahora es el tiempo del adiós y de la nostalgia. Ya casi es historia.
El camino al santuario laico
Aunque Guelatao esta relativamente cerca de Oaxaca capital, a 55 kilómetros, quisimos salir temprano para “agarrar” lugar y esperar a que llegara el “no somos lo mismo”. Y sí, en la carretera venían muchos vehículos y en las poblaciones cercanas ya había pancartas saludando y exigiendo justicia porque todavía hay muchos agravios que deshacer (desfazer diría el Quijote). Recordé que siempre AMLO ha estado afrontando y enfrentando crisis y férreas oposiciones; es su sustancia: envidias, represiones, opositores mala leche tanto del fuego amigo como del enemigo, frustraciones electorales, marchas épicas, sequías sociales, ataques mediáticos, jueces corruptos, Incendios sociales, adversidades naturales catastróficas que han poblado su medio siglo de actividad política. Y AMLO ha resistido e incluso ampliado su poder.
Contra viento y marea
En estos seis años, el gobierno de la 4T afrontó internamente la catástrofe de la pandemia, el huachicol y sus crueles secuelas, el crimen organizado de cuello azul y de cuello blanco anidado en las policías y ministerios públicos, a la mafia de los medicamentos y de la salud, a la devastación de Acapulco, a las inundaciones de Tabasco; a una “clase” política decadente que convirtió al país en un casino; a un sistema oligopólico opaco y usurero; y sobre todo, se ha confrontado con un rabioso y enfermo sistema mediático donde anidan los intelectuales orgánicos que en “nado sincronizado” defienden las ideologías de la reacción; a un sistema de justicia degradado, con un poder judicial corrompido hasta la médula, repleto de defensores numantinos del viejo régimen. En fin, AMLO ha dado la batalla al Ogro conservador. Ahora agoniza, sembrando incertidumbre, dando peligrosas patadas de ahogado.
Externamente, el gobierno de la 4T afrontó la crisis pos-pandemia, el desastre financiero del neoliberalismo, la lucha por la hegemonía mundial y la confrontación entre los unipolares y los multipolares (Estados Unidos/OTAN vs. Rusía/China), el regreso de la guerra a la “pacífica y civilizada” Europa (Ucrania) y el militarismo rampante en el Medio Oriente: el terrorismo fundamentalista (Hamas y el Estado Islámico) y la limpieza étnica del ejército israelí acompañados del terrorismo de Estado y del lawfare para derrumbar gobiernos de izquierda democráticamente elegidos (Bolivia y Perú); enfrentó con dignidad a dos administraciones gringas clivadas en sus mantras imperiales extra-punitivos: “el mal de la droga son los cárteles” no la descomposición social de EUA; o, “el éxodo de migrantes es una invasión cultural” no un fenómeno provocado por el capitalismo salvaje.
Han sido seis años de combatir a las élites tecnocráticas cuya clientela son los grandes consorcios extranjeros y nacionales, a las clases altas gerenciales y a una parte, no toda, de la clase media encabritada, herida por la pérdida de algunos privilegios abusivos pero sobre todo interpelada por su egocentrismo, su individualismo “aspiracionista”. Abominan a la 4T y sobre todo a López Obrador, al cual juzgan de autócrata, provinciano, ignorante, dictador y en el delirio, “narco presidente”. Con voces esquizoides replican el rosario conservador, el cual resume que las instituciones, aunque estén podridas, “no se tocan”. Sottovoce: “Hay que restaurar el viejo régimen”.
Los reaccionarios de ayer son los de hoy
La oligarquía realmente existente de hoy, como la de ayer, miran al exterior: van a pedir frías al imperio y se pasean por las democracias decrépitas de Europa para condenar a un gobierno que dicen daña la “democracia” porque les responde (exhibe), replica a los que siempre pontificaron en monólogo y porque exige que las instituciones sean cada vez más republicanas, austeras, sin privilegios de casta divina. Los conservadores van a Estados Unidos, España y al Vaticano e invitan a la pillería europea de derecha para hacer proselitismo político en México, así entienden la globalización: una subordinación. Repiten el estribillo del “pueblo ignorante, ladino, mugroso, violento” que está encerrado en su laberinto de nopaleras y enzarapado en su melancolía; un pueblo que se niega al “progreso” y nos hablan de su “modernidad” repleta de clasismo, nativismo y supremacismo “racional”. Olvidan o “socabajean” al protagonista de la historia: el pueblo llano. Aquí en Guelatao se oye el ayer que suena como el hoy. Los conservadores ven hacia Miramar. Nos recuerda Fernando del Paso en voz de Carlota, la “emperatriz de México”:
“¿Cómo es posible, dime, Max, que los mexicanos no recuerden todo lo que fuiste, cómo es posible que en México no se hayan dado cuenta de lo noble y generoso que eras? ¿Cuándo antes en ese país de salvajes un gobernante se había preocupado tanto como lo hiciste tú por las artes y las letras y la gloria de sus héroes? ¿Cuándo nadie había amado tanto como yo a esos indios miserables de los que hasta Juárez se olvidó? ¿Cuándo antes esa gente había tenido un Emperador de ojos azules como el cielo que por ellos sufriera hambres y fiebres y disenterías y estuviera dispuesto a verter su sangre, a dar su vida, como lo hiciste, por ellos, por su libertad y su soberanía, por la grandeza de esa su Patria a la que hiciste tuya?” (Noticias del Imperio)
Responde la voz del indio Juárez, el pueblo mexicano, que le pregunta a Maximiliano:
“¿dónde están los huesos de los soldados zacapoaxtlas que quedaron sepultados en el lodo de los llanos de Puebla, dónde los huesos de los guerrilleros que el Coronel Du Pin arrojó a las aguas del Tamesí con una piedra amarrada al cuello, dónde los de aquellos que fueron fusilados en la ciudad de México y arrojados a la fosa común del Cementerio de Campo Florido, dónde los de aquellos cuyos cadáveres fueron devorados por los tiburones de la Bahía de Guaymas?” (Noticias del Imperio)
Y sí. Así fueron los conservadores en los siglos XIX y XX… y siguen siendo los mismos en el siglo XXI. Pero renovados, con nuevas máscaras. Los derechistas siguen interpretando la historia de México en clave fatalista. Valoran la historia de México como un caos y un desorden perpetuo. Consideran a las transformaciones sucedidas en los 200 años de independencia como momentos caóticos que trajeron destrucción y deterioro económico, social y político. Como ha sido su pauta histórica, en su momento, apoyaron a modelos extranjeros paradigmáticos (la latinidad francesa o el hispanismo anti-sajón), ahora la derecha se afilia a los credos del neoliberalismo impuestos por la oligarquías internacionales y a sus paradigmas sociales, inscritos en las “democracias maduras” europeas.
Pese a la crisis del modelo neoliberal y sus malos resultados durante más de medio siglo, tanto en EUA como en Europa este modelo sigue siendo un modelo de vida, un “way of life”. Una burbuja epistémica soberbia . Hablan desde la cumbre de su Sinaí mental, y desde esas cimas brumosas surge un discurso esquizoide, autoritario, único; cuyas narrativas se adaptan dependiendo de la circunstancia histórica bajo la pauta del miedo a cambiar o transformar; es el discurso del caos y del miedo de perder “lo ganado” en la supuesta “modernidad occidental”, la única posible y pensable. No les gustan las réplicas ni otras modos de ser y hacer política. La otredad y lo distinto no les encaja.
Ahora, las derechas proponen la restauración, corrigiendo errores propios y ajenos. Tal y como lo han expresado las tecnocracias en el Foro de Davos (2024): la desigualdad se disminuye “desde arriba”, transformando la mentalidad de los grandes capitalistas y volviéndolos “custodios” de la prosperidad. En este aspecto, las diversas derechas coinciden: la gran desigualdad social que existe a nivel planetario se “resuelve” cuando la filantropía oligárquica inunde al mundo: hay que promover la cultura del esfuerzo y la libertad individual, utilizando los nuevos mecanismos de manipulación de las conciencias (la industria cultural y los consorcios mediáticos) y sostener un Estado de Derecho con jueces conservadores proclives al “lawfare”. O sea, izar las banderas provincianas de Milei, Bukele, Bolsonaro o el emergente energúmeno de Salinas Pliego (Berlusconi meridional): todo contra los orcos zurdos y los “gobernícolas” que nos roban todos los días: “ ¡trabajar huevones!”.
También, los “conservas” nos hablan de “no polarizar”, “no dividir”; de que “reine la concordia” y la “unidad nacional”, de “superar el odio y el caos” de gobiernos destructores, “zurdería” de “orcos” o “nacos” levantíscos que han conculcado la educación, desbaratado las instituciones y que “caminan hacia la colectivización del país de la mano de un populismo izquierdista keynesiano, totalitario y anti-individualista”. Todo bien si ganan en las urnas, “haiga sido como haiga sido”. Pero cuando pierden en las urnas se rasgan las vestiduras y se tiran al piso democrático hablando de ruptura del Estado de derecho, de autoritarismo polarizador. Amenazan con el golpe blando y duro. La derecha sigue su camino de ayer que lo convierte en hoy y en mañana. Para ellos la historia ya terminó, son ellos, los elegidos, para conducir el mundo. Punto y aparte.
Todos somos Juárez
Recuerdos del porvenir
¿De que hablan los conservadores? Han gobernado el México independiente durante más de 160 años: en el siglo XIX, el fin la colonia, dos imperios, dos dictaduras que duraron más de 70 años solo interrumpidos por la Independencia y la reforma; en el siglo XX, más de 80 años, desde que triunfa el grupo sonorense, derrotan a la convención de Aguascalientes y asesinan a los caudillos (Zapata, Carranza y Villa) y los fundamentalistas católicos ajustician a Obregón en los años 20; después, Calles, el turco, congela la revolución, reprime la revuelta cristera, cancelan la democracia y crea el ogro filantrópico que se descompone en otro Leviatán que perdura décadas (hasta 1982): a finales del siglo XX, el neoliberalismo consume 36 años e inaugura el siglo XXI (1982-2018). En este tramo histórico solo un breve episodio que descongela la revolución y hace renacer la justicia social y la soberanía nacional (el cardenismo 1934-1940). En realidad las tres transformaciones de la vida pública de México (la independencia, la reforma y la revolución) han sido brevísimos tiempos, todos cooptados, suprimidos o acomodados/malversados por las oligarquías en turno, emergentes o transicionales. A toda transformación ha sobrevenido una restauración.
La derecha ha gobernado con diferentes máscaras; ya sea las de “unidad nacional”, ”desarrollo estabilizador”, “arriba y adelante”, “unidad en la diversidad”, “renovación moral”, “quisiera que todos los mexicanos tuvieran un Cadillac”; “no permitiré que el país se me deshaga en las manos”; “crisis, la que tienen en la mente”; “solidaridad”, “bienestar para la familia”, “gobierno de emprendedores empresarios”, “asumo toda la responsabilidad (Tlatelolco)”; “él sabe como hacerlo”, “¿quién dice que no se puede”, “cachorros de la revolución”, “no al dedazo”, “sacar a las tepocatas de Los Pinos”, “el imperio de la Ley, caiga quien caiga” o “te lo firmo y te lo cumplo” y demás frases demagógicas que que terminaron como el rosario de Amozoc.
En el siglo XXI la derecha conservadora ha gobernado 18 de 24 años, ahora bajo la fe neoliberal ejecutada a pie juntillas por la partidocracia del PRI y del PAN. La ha convertido en una narrativa avinagrada en una vasija “nueva”: “la modernidad”. Relato seductor que nos endulzaron los mandarines de la intelectualidad y que refiere “alcanzar” o “asistir” a los banquetes de prosperidad. Para ello se requiere el hilo de Ariadna que “nos permitirá” salir del laberinto de la soledad mexicana que nos fabuló Octavio Paz; matar al minotauro que se esconde en nuestra alma colectiva, etcétera. Narrativa que refrendó el converso neoliberal Roger Bartra con su melancólica jaula que según él, se abrió con la llave de la “transición pacífica a la democracia” que él, en su sabiduría, vio lograda con la alternancia y en la zarza ardiendo, los fuegos artificiales, de las elecciones convertidas en fiestas cívicas. Hoy uno de los mandarines está muerto y el otro vive ensopado en su odio al populismo que destruyó su mito.
Y entonces, otros, como palafreneros de palacio, encabezados por los caudillos intelectuales Krauze y Aguilar Camín, discursearon sobre la democracia de los contrapesos y de los equilibrios de Locke y de Montesquieu y la necesidad del “auto- control”. Hipóstasis de la democracia formal. “Autocontrol” que nunca existió pero que hizo proliferar, como hongos, organismos independientes/autónomos que terminaron siendo custodios del statu quo. Cuyo paradigma es el INE, paquidermo de la democracia congelada, con tribunales electorales inapelables y con un “sagrado” santuario de la justicia, el corrupto/conservador Poder Judicial. Con el anatema: NO SE TOCAN. Debemos recordar, dicen los conservadores, que las instituciones son inmarcesibles, a lo más “perfectibles”. Nada de transformarlas, eso es “caos revolucionario”. Ayer como hoy.
Pero cuando llegó la “transición/alternancia”, el PAN no consolidó la democracia sino que refrendó el pacto de las elites para reciclarse e innovar o profundizar en la corrupción y la desigualdad. Triunfó Pareto/Lampedusa y no Rousseau/Danton. El PAN de Fox y de Calderón no sólo garantizaron la impunidad de las pandillas de Zedillo y Salinas sino que las copiaron, mejoraron y ampliaron; luego, en el 2012, para prolongar la agonía del neoliberalismo inventaron una caricatura presidencial extraída del grupo o banda de Atlacomulco, ya muy mermado y consumido por su decrepitud e insaciable ambición. Terminaron mal pero no han muerto ni han renovado su proyecto. Siguen creyendo en él. La restauración es su bandera. Ayer como hoy.
Guelatao y el porvenir
Ciudadanas de la República
Estos recuerdos afloraron en Guelatao esta primavera del 2024. Seis años no es nada contra un racimo de años, de décadas y siglos “restaurando” el orden sin lograr disminuir la desigualdad. Ahora, los conservadores, exigen, ya, los cambios y critican con dureza los errores populistas sin un programa alternativo. Solo saben golpear, preparar asonadas y conspirar. Perdida la contienda electoral del 2024 y con una candidata de astracán preparan el “lawfare” para evitar que, al menos, la ola populista no controle el Congreso. Tiene dos alfiles o dos torres: el control del aparato del INE y los tribunales. La acometida está en marcha con oleadas de sargazo informativo acompañadas de acciones francamente subversivas. Ayer como hoy.
Pero en Guelatao también vi que hay un pueblo en vilo dispuesto a salir a las urnas y si es preciso a defender la cuarta transformación. Quieren más y falta mucho. Quieren una república como la que organizó el indio Juárez. Vi un pueblo en marcha que sabe que va afrontar su prueba de fuego: la continuidad para demoler el viejo régimen. En este pueblo mítico, llegaron peregrinos civiles viviendo la democracia directa. Muchos venían del Oaxaca profundo, de las sierras del norte y del sur; otros del Valle de Oaxaca y otros sureños de Puebla, Veracruz, Guerrero y Chiapas. Había de todo y se sentían felices dispuestos a aguantar el sol calcinante y oír a su líder moral. Reconocer que AMLO había vuelto a poner la república fraterna, igualitaria y libre de pie.
Oaxaqueño en Guelatao
Había nostalgia y esperanza para seguir haciendo historia. Era un pueblo diverso y plural, predominantemente moreno, muchas mujeres y hombres curtidos por el trabajo de campo. Había indígenas, mestizos, criollos; pobres, ricos y mucha clase media no adscrita al modo OXXO/Electra; campesinos, obreros de la construcción, maestros bilingües, maestros monolingües y burócratas, pequeños comerciantes y muxes; viejos y jubilados de la mano de muchos jóvenes radiantes. Un mural policromo de lo que es el México emergente. Florido laude con una nueva estética social: “…brotas de la tierra, hostil de espinas, ávida de cielo, en vigoroso impulso” (Novo). Es el voto que podrá impedir la restauración reaccionaria: “conozco tu perfume y tu destino”.
Seis años son un suspiro y poco tiempo para limpiar décadas de corrupción, de destrucción y para cumplir, hacer realidad, las promesas de la independencia, la reforma y la revolución. Aquí en Guelatao, veo al pueblo expresando pacífica y alegremente su deseo de cambiar. Veo el “Angelus Novus” de Walter Benjamin: desde el reconocimiento del horror del pasado, de sus vilezas, se puede redimir el alma de México y ser lo que siempre quisimos ser: felices. Y recordar que un indígena sobrio, duro, hecho de barro negro; terco y obstinado como una mula reorganizó México. Ahora un güero de rancho, de Tepetitán, volvió a reordenar el rumbo.