Palabra de Antígona
Por Sara Lovera
Dice mi compañero periodista Jorge Meléndez, director de Unión de Periodistas, la publicación de la Casa de los Derechos de Periodistas, que la semana pasada en Gobernación la respuesta fue igualita que hace 33 años, cuando un 30 de mayo a quemarropa tundieron a balazos a Manuel Buendía; si, hace 33 años comenzó la larga caminata contra la impunidad. El magnicidio de Buendía significó, desde entonces una llamada al gremio para ser uno y pedir justicia.
Más de tres décadas y no entendemos. Cada quien, como Juan Pirulero, cada quien atiende a su juego. Tas el asesinato de Javier Valdez Cárdenas en Sinaloa, y de Miroslava Breach en Chihuahua, y otros cuatro periodistas asesinados en lo que va del año, dicen quienes se han movilizado, divididos en varias marchas, que ahora sí, que abrirán un espacio para que juntas y juntos analicemos qué hacer.
Me duele el alma. Jorge Meléndez recordó el aciago camino que periodistas como Miguel Ángel Granados Chapa, él mismo y otros, empezaron al encabezar la idea de coadyuvar en las averiguaciones de la muerte de Buendía. Me duele el alma, recuerdo los relatos de Granados Chapa; luego la de las familias involucradas; el crecimiento que en esas tres décadas ha tenido el crimen organizado y la visibilidad de las violaciones a la libertad de expresión. Me duele el alma, 93 por ciento de los casos no se resuelven, jamás se encuentra a las o los responsables.
Pero es difícil comprender que este dolor no está puesto en la mesa para el mejor postor. ¿Por qué estamos tan divididos en el gremio? Por razones bien sencillas. Simples. Toda agrupación se forma para obtener poder. Siempre oigo que yo no me junto con tal o cual, “por venidos”; y yo no estoy acá porque se trata de una organización que “vive del cuento”, cuenta y cuenta agresiones, pero “¿para qué sirve?” y en ese mar de confusiones se suman cada día “defensores y defensoras” de periodistas. Las cuentas que hago es como de 10 organizaciones; 10 presupuestos nacionales y extranjeros. Dinero que solicitan para eso, que suma buenas cantidades.
Mientras tanto no han prosperado las previsiones. La capacitación para autodefenderse ni los mecanismos, comisiones, acciones, declaraciones y desplegados. La mortífera secuencia se mete a nuestros cuerpos y nuestras conciencias. El asesinato de una o un periodista es contra el derecho a la información del pueblo de México. No es para que me tomen la foto.
Una razón de la división es clara. Cada quien forma grupos de interés. Sumen ahora a los gobiernos y a la clase política, que también levanta la bandera de la defensa de periodistas; sume la aparición de burócratas y arribistas, personas que no se sabe de dónde salieron o a quién apoyan; legisladores y legisladoras locales que han enderezado leyes locales de protección, pero que no consiguen presupuestos para los mecanismos de prevención o las oficinas de derechos humanos.
Encima “logramos” el mecanismo de prevención federal que tiene la misión de proteger a personas defensoras de derechos humanos y periodistas si sufren agresiones con motivo de su labor, que depende de la Secretaría de Gobernación; un mecanismo que no ha detenido los asesinatos, ni tiene una geografía, ni ha creado herramientas de protección y, en cambio, muchas reuniones y pocos avances; ahí hombres y mujeres “defensores” de la sociedad civil forman parte de la orquesta y avalan sin proponérselo lo que ahí se decide. Hace siete años que ese mecanismo no ha podido parar las agresiones a la revista Contralínea, pero es aplaudido por Naciones Unidas y amparado por “defensores y defensoras”.
También se han creado pocos, pero algunos mecanismos locales, como uno en la Ciudad de México, todos padecen de lo mismo: protocolos burocráticos; especialistas sin especialidad; dineros poco claros y un botín político o económico apetecible. Eso que digo no significa que no valga la pena hacerlo, mi pregunta es ¿desde dónde se hace y con quién? Conozco casos de personas claramente corruptas que han sido admitidas en esos mecanismos o funcionarias claramente arribistas que han sido admitidas en esos mecanismos.
También están las leyes de Víctimas y de protección a “defensores y defensoras”. Yo me digo, hacia adentro, desde mi conciencia de periodista profesional, es decir, que vivo del periodismo hace 47 años, que el periodismo es un servicio público, que debe contar y difundir hechos, que esos hechos buscan la verdad en la vida pública, social, económica y, por supuesto, política. Que contar bien, a fondo, con cuidado, con meticulosidad, profundidad adecuada y ampliamente puede tener consecuencias porque, contar lo que pasa afecta intereses.
Mi conciencia dice que esa búsqueda profesional de hechos, con el sentido común de mi propia vida, es la razón de la persecución, de cada una de las acciones que buscan censurar a quien informa, taparle la boca y tirarle la pluma; es esa una realidad histórica, a quienes hacen de su labor una cruzada por la verdad y lo hacen con todo cuidado, con todo profesionalismo, los persiguen y atacan. Los honestos u honestas, aunque también atacan a las o los desobedientes.
Y quién ha dicho que eso nos hace automáticamente “defensores o defensoras”; nadie. Contar las cosas, bien y a tiempo, ¿nos pone de un lado? No. Nos pone en el lado que me obliga la Constitución, decir lo que encontré y lo que puedo demostrar. Nunca tomar dictado o dirección desde un lugar de poder.
Lo que es cierto es que si nos ponen el mote de “héroes” o “heroínas”, se dan razones a caciques, políticos, iglesias, autoridades y funcionariado, para perseguirnos; ellos tienen permiso para matar, para agredir y para desaparecer a quienes escriben la verdad o se acercan a ella: le llaman denuncias, decirlo no es denunciar, pero al decirlo bien, fuerte, documentadamente, se convierte en una especie de expediente y entonces ¡zaz¡, viene la reprimenda, el susto, la amenaza y a veces el asesinato ¿Quién sabe qué sucede realmente?. En este mar de confusiones. Si apenas un 13 por ciento de los casos denunciados o las agresiones comprobables llega a tribunales.
Y cómo vamos a trabajar juntas y juntos, cómo nos unimos. Hay una mayoría que conoce cómo vino funcionando durante décadas la relación de la prensa y el poder. Hay beneficiados o beneficiadas de ese sistema, donde los que mejor salen son los dueños o dueñas, pero también las y los operadores. Un sistema donde callar tiene precio, donde funciona el chantaje, donde decir lo que se prohíbe sirve para lograr recursos, etcétera.
Hay los que siempre esperan en silencio, pero pueden salirse de sus casillas cuando ello no sucede. Porque no hablamos de este sistema, ¿por qué?, si vivimos en un país antidemocrático, de tráfico de influencia, que ha tirado y hundido los derechos y la verdad en los basureros.
Esa es una razón que impide que el gremio se junte, se vea con confianza, con sinceridad. Ahora están esos quiénes, dónde, los que nos cuentan y nos miden, hacen estadísticas de las agresiones, de los asesinatos. Provienen desde los gobiernos o desde la sociedad civil.
Ahora, hay un grandísimo pastel que repartirse. Contarnos los hace autoridad, algunas personas sin nada se vuelven importantes, tienen personalidad, aunque usted no sea periodista, es por defender periodistas; se consigue tener un nombre y con frecuencia ser “consultado” sobre un gremio al que usted no pertenece; se tiene el poder de la cuenta, de contar las denuncias que aparecen en los diarios; las que llegan a estas organizaciones de personas que no son periodistas pero que defienden y cuentan agravios de periodistas; se van sumando en una gráfica el número de asesinatos, de amenazas, de agresiones, de miedos.
Me dirán que cumplen con una tarea esencial: hacen transparente el problema. Sin duda, claro que sí. Lo que me ofusca es que sus intereses, tal vez algunos legítimos, impide al gremio ser uno. ¿O acaso es que el gremio, según nuestros analistas, tienen una parte buena onda y otra quién sabe?
Ese también es el otro problema. Esas, que nos califican de bondadosas o convenencieras, son las organizaciones que detienen la unidad del gremio, son las que deciden quiénes son las buenas compañías y las malas compañías. Estamos, quienes vivimos del periodismo y de la búsqueda de la verdad en los hechos, en manos de estas personas. Tanto en lo social como en lo gubernamental. Desgraciadamente.
Y qué hacemos nosotras y nosotros. Poco o nada.
La impunidad es la madre de todos los crímenes contra mujeres y hombres periodistas. El aumento desmedido de asesinatos dolosos en los últimos tres años en el contexto nacional; el crecimiento exponencial de la violencia contra las mujeres y los ataques a periodistas, en todo el país, muestran un débil y malhadado sistema de justicia, que, además, al conocerse hace posible la intervención sistemática de organismos internacionales de Derechos Humanos, aunque nadie conozca lo que se hace en México, es decir, cuál es la investigación, por ejemplo, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
Trabajar en unidad, es un ideal deseable. Posible, si existen todavía periodistas como se los cuento, personas realmente adoloridas por lo que está sucediendo, si son capaces de renunciar a la hoguera de las vanidades, si es posible que actúen sin intereses políticos o económicos en sus dichos. Y como eso es imposible, pienso que hace 33 años andamos en eso y no lo hemos logrado. El poder real se muere de risa y los caciques locales siguen ufanándose del permiso para matar, para desaparecer, para atemorizar. Es bien fácil.
Yo apuesto a que las nuevas mesas de trabajo van a excluir a muchas personas del gremio. Y nuestro luto se irá disipando. Las y los políticos tomarán mucho en cuenta las nuevas organizaciones y las y los trepadores de todas partes se volverán o querrán aparecer como los nuevos heraldos de la libertad de prensa. Mientras tanto quienes trabajan día a día, en aquellos lugares lejanos, sin visibilidad, arriesgando su vida, se volverán todavía más vulnerables. Es una desgracia.
saraloveralopez@gmail.com http://www.semmexico.com/nota.php?idnota=1849
VCR/SemMéxico