Por Gregorio Ortega Molina
Andrés Manuel López Obrador tiene información de la que carecemos los electores de a pie. Tengo la certeza de que ya percibe que los “otros datos” dejan de sustituir a la verdad. Lo mismo le ocurrió a Joseph Goebbels. Quizá la 4T concluya como lo hizo el Tercer Reich.
Desconozco el tamaño del ofuscamiento del presidente de la República y sus turiferarios, porque ahora recurre a los procedimientos que siempre denostó, y calificó como únicamente propios de la mafia del poder y esa prensa zopilotera, que nada más informa de tragedias, muertes, fosas clandestinas, violencia y, sobre todo, de la corrupción de ese círculo íntimo creado por sus hijos, lo que no se prueba, pero tampoco se descalifica.
La fuerza de la pataleta del huésped de Palacio Nacional agrieta la “solidez que dieron lealtad y obsecuencia”, porque ahora, para salvarse ante la historia que él concibe como tal, dispuso que la FGR y él mismo actuaran como carroñeros en torno al cadáver político del asesinado Luis Donaldo Colosio, para -por voluntad del presidente de México- darle la dimensión de un asunto de Estado, e implicar en él al enemigo público número uno, Genaro García Luna, quien se convierte en el monstruo de todos sus temores.
Las consecuencias de esta ruta de emergencia son impredecibles, pues en algún momento habrá de referirse a El innombrable, a su relación con Manuel Camacho Solís; deberá probar que efectivamente cenó con el finado Colosio, o disminuir su importancia a la de un comensal, entre muchos, en un convivio múltiple. ¿Quién era Andrés Manuel López Obrador en marzo de hace 30 años, dónde militaba, y por qué habría de sentarse a la mesa del candidato del PRI?
La vida de Andrés Manuel López Obrador, anterior a su brillo electoral, es de más oscuros que claros. Si es de izquierda, como sostiene, cuándo y cómo se dio su relación con Nicolás Guillén Vicente, con Samuel Ruiz, con Sergio Méndez Arceo. ¿Qué lo impelió a cerrar Reforma, por qué se lo toleraron y por qué lo solapó Alejandro Encinas? ¿Cuauhtémoc Cárdenas confía en él, como lo hizo Porfirio Muñoz Ledo, hasta que lo convirtieron en un pañal desechable?
¿Un asunto de Estado? Si no hacen comparecer a José María Córdoba Montoya, a Ernesto Zedillo, a Carlos Salinas, a Manlio Fabio Beltrones, sólo mostrara que teme lo peor para él y los suyos. Su comparecencia lo compromete, porque le saben, al presidente de México, vida y milagros.
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