Por Pablo Cabañas Díaz
En 1932, Estados Unidos —y el mundo— se abismaba en las profundidades inciertas de una severa recesión económica, la familia Rockefeller se embarcó en un proyecto de 125 millones de dólares, una fortuna para la época. Su meta era crear un complejo de rascacielos que se convertiría en un centro de oficinas y comercios y a la vez en un monumento a su apellido. El Rockefeller Center, como llegaría a ser conocido dicho conjunto de edificios, buscaba ser el centro del centro de la ciudad de Nueva York. De ahí que los Rockefeller decidieran decorar el vestíbulo del edificio más alto e imponente del conjunto, que albergaba la sede del Radio Corporation of America (RCA). A quien correspondió llevar el desarrollo de esta obra fue a un joven de 24 años, Nelson A. Rockefeller, también a él le correspondió la tarea de elegir quién pintaría el vestíbulo.
La idea de contratar a Diego Rivera fue de Abby Aldrich Rockefeller, esposa de John Rockefeller Jr., quien era cofundadora del MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) y gran admiradora de Rivera.
Fue en 1931 cuando, como representante del museo, lo invitó a una exposición individual en el recinto, convirtiéndolo en el segundo artista, después de Matisse, en recibir ese honor. A su llegada a Nueva York, Rivera visitó la casa de los Rockefeller con su esposa, la famosa artista Frida Kahlo. En esa ocasión, trajo consigo “The Rivals”, una obra que la propia Abby había encargado y que representa un festival tradicional del estado de Oaxaca, conocido como Las Velas Istmeñas.
La obra fascinó a la esposa de Rockefeller, quien al año siguiente se acercó a Rivera para hablar sobre otro proyecto: el mural del edificio RCA. Así fue cómo se originó “El hombre en la encrucijada”, la famosa obra maestra del artista mexicano que enfureció a una de las familias más ricas y poderosas de todos los tiempos. La idea era un fresco sobre la cooperación humana y el desarrollo científico, o al menos eso le dijo a Abby en una carta en la que le aseguró que en su honor, haría su mejor mural. Sin embargo, en el proceso realizó varios cambios a su boceto original, lo que lo llevaría a tener consecuencias fatídicas.
La principal modificación fue la adición del rostro de Vladímir Lenin a uno de los trabajadores. También apareció León Trotski y Karl Marx junto a otros símbolos comunistas. Cuando la noticia llegó a los oídos de la familia Rockefeller, el propio Nelson le pidió a Rivera que sustituyera a los líderes soviéticos por otros personajes, pero por mucho que intentaron persuadirlo, este se negó. Sin que pudieran llegar a un acuerdo, Diego Rivera fue despedido y su mural fue destruido. Su contrató estipulaba un pago de 21 mil 500 dólares, cifra que cobró por completo por una obra que lo posicionaría como uno de los artistas más reconocidos en el mundo y que terminó en el olvido. En 2002, David Rockefeller escribió en sus memorias una descripción ampliada de cómo fue el encuentro entre Rivera y su familia a finales de los años veinte, así como la percepción del mural. Según dijo, la obra estaba ejecutada maravillosamente, pero no era apropiada para el edificio RCA.
A pesar del desafortunado episodio, Abby Rockefeller se mantendría como admiradora del muralista, y donaría muchas de las obras que poseía aunque “The Rivals” la conservó para sí. Fue hasta 1940, cuando se la regaló a su hijo el día de su boda con Peggy McGrath. En 2018, dicha pieza fue vendida en 10 millones de dólares.