Oaxaqueños que hicieron la Independencia
por Rafael Serrano
Leona Vicario y Remigio Sarabia; Hidalgo y Morelos, Antonio de León y Doña Josefa
Paseando por el zócalo de Oaxaca me topé con una exposición callejera sobre la primera gran transformación de México: La Independencia. Gracias a la magia de la pos-verdad rescaté unas imágenes que unos carteles ofrecían en los portales de Palacio de Gobierno para las fiestas patrias. Eran dazibaos para “educar” a los paseantes, donde aparecían los bustos estilizados por el foto shop de algunos hijos del pueblo insurgente; bellos como seguramente no todos lo eran pero que en esa cosmética, atendían el deseo del imaginario colectivo: héroes hermosos, fuertes y poderosos. Los reales méritos, de estos invisibles hijos del pueblo, aparecían opacados con breves, marginales textos que reforzaban la imaginación, el mito y la leyenda. A final de cuentas de eso esta hecha nuestra memoria patriota y patriotera.
Las imágenes, íconos, suelen ser más emotivas que la oralidad o la escritura. En la era de la iconicidad los nombres invisibles de los que eran pueblo en armas suenan en el imaginario:
Remigio, Valerio, los Antonio; Bárbara, Armenta y López, las miahuatecas: Pascuala, Cecilia, “la Patiño” y las Bustamante y cientos más exigen una imagen a la altura de la épica que vivieron; el texto solo refuerza. Estos hermosos bustos eran, finalmente, la representación de un pueblo levantado que se jugó la vida por la causa libertaria hace más de 200 años; su arrojo y valentía se mostraba en sus miradas y poses congeladas en un retrato idealizado; y al margen, unos textos breves, a pie de foto, donde se describían sus hazañas de poca y mucha monta. En las bambalinas de la sociedad del espectáculo se visibilizaba no solo el deseo de la independencia sino el deseo de dejar de ser del color de la tierra para ser protagonistas de su vida, de su historia, ser un barro viviente. Los invisibles son anónimos y se parecen al pueblo. Aunque sean narrativas pobres, para un tik-tok, valen como un breve repaso de estos personajes/retratos que buscan un autor. Pirandello habla de seis personajes que anhelan existir o hacerse visibles con un relato que les ayuda darles realidad y manifestar cual fue su destino. Aquí propongo una ciudad y seis personajes, siete retratos:
Primer retrato: Oaxaca insurrecta eterna
Los insurgentes toman el Cerro del Fortín y Oaxaca… en 1812
Después de liberar Huajuapan, en noviembre de 1812, el ejército libertador del sur tomó la ciudad de Oaxaca. Con Morelos al mando y con un ejército multiétnico de pobres asaltó Oaxaca. La toma de Oaxaca implicó tomar el Cerro del Fortín y arrebatárselos a los realistas. Don Guadalupe Victoria arengó al pueblo, temeroso e incierto, con su “va mi espada en prenda y voy por ella”. Desde ese entonces, los campesinos encabezados por los bravos mixtecos y seguidos por los indígenas de los 16 pueblos originarios tomaron el cerro sagrado para hacer eterna la Guelaguetza y nunca doblegarse. Los criollos peninsulares derrotados abandonaron sus casas pero enterraron sus riquezas haciendo una lista de sus joyas, manteles de cambray, perlas, doblones, oro; porque siempre pensaron en volver. Y volvieron. Gobernaron desastrosamente durante 70 años del primer siglo de la Independencia y en el segundo, en el siglo XX, congelaron una revolución y permanecieron más de 80 años. Ahora, en el siglo XXI, son la vallistocracia hípster globalizada que se asienta en las laderas de la Sierra de Juárez; siguen creyéndose peninsulares, dueños de las nuevas haciendas aunque pierdan una elección tras otra. La reacción está moralmente derrotada pero políticamente viva. Viven en la calle de la reacción.
Tiene uno que pasar a la calle de la Historia Patria para encontrar un poco de esperanza, unos imperativos libertarios justos, fraternos para decirnos que la lucha sigue y es larga: una placa en una esquina del Portal de las Flores en el zócalo de Oaxaca nos advierte que el Siervo de la Nación, el Rayo del Sur, a fínales de 1812 y principios de 1813 y desde su corazón, escribió los “Sentimientos de la Nación”; unos textos escritos con una “elocuencia sencilla, grandiosa y con vista de volcán”, a decir de Andrés Quintana Roo. En Morelos hablaba la voz del pueblo que sigue reclamando lo que le arrebataron. Aquí, en donde Dios nunca muere, mientras el turismo intenta disolver el pasado ante un triqui muerto de hambre, vendedor de huipiles, aparece la sombra del primer caudillo del sur para demandarnos lo que no se ha cumplido todavía.
Algunos Sentimientos de la Nación vigentes
· La soberanía dimana del pueblo.
· Reducir el tiempo de los jornales y procurar mejores costumbres para las clases marginadas.
· Trazar leyes para moderar la opulencia y la pobreza y lograr así una mayor igualdad social.
· Proscribir la esclavitud y la distinción de castas para siempre y establecer que todos queden iguales.
· Desaparecer las alcabalas, estancos y el tributo de los indígenas.
· Eliminar el sistema monárquico y establecer un gobierno liberal republicano.
Segundo retrato: Remigio, vengador anónimo
Un campesino oaxaqueño, de San Martín Tilcajete , que recorría los dazibaos en los portales del Palacio de Gobierno de Oaxaca veía la imágenes y leía los nombres de estos héroes y lo que hicieron; saliendo de su silencio, me dijo “ahora sé por qué la calle donde vivo se llama “El Indio de Nuyoó”. Veía la imagen de un bizarro mixteco, Remigio Sarabia, heraldo del Coronel Valeriano Trujano.
José Remigio Sarabia Rojas
libertador de Huajuapan de León
en la guerra de Independencia de México
Cuenta la historia que corría el año de 1812 y durante el sitio “más largo de la Guerra de la Independencia”, el que sufrió Huajuapan, duraba ya más de 100 días… las tropas independentistas se encontraban sitiadas por las realistas dirigidas por el General José María de Régules. El insurgente al mando, Valerio Trujano , solicitó ayuda a Morelos para romper el sitio. Remigio era “inteligente, astuto e incansable”. Por estas virtudes, Trujano le encomendó llevar una carta al Siervo de la Nación que se encontraba en Tlapa. La crónica de esta épica dice que“El Indio de Nuyoó, burlando el cerco de la ciudad de Huajuapan, partió en busca de Morelos hacia Tlapa, estado de Guerrero, para cumplir con su encargo, entregando la carta a Morelos…” y dicen las lenguas que el Generalísimo le preguntó: “¿cómo están por allá?” Y Remigio le contestó: “mucho muerto tatita… la gente llora peleando… el General gachupín (Régules) sitió desde abril la ciudad… tengo que regresar a donde Valerio para llevarle su contestación”. Morelos leyó la carta, el ejercito de los pobres llegó a Huajuapan en julio, procedente de Cuautla, rompe el sitio y libera la ciudad mixteca del ejército español, un 23 de Julio de 1812. Con el venían los legendarios Vicente Guerrero, los Galeana y los Bravo.
Ahí queda la “Historia Patria” y en esa se engarza la otra, la íntima, la pequeña historia: José Remigio Sarabia Rojas había salido de Santiago Nuyoó, su pueblo, con un agravio acuestas. Como diría Rulfo: cargaba la loza del rencor y los celos. Se alistó en la huestes del pueblo levantado y en el sitio de Huajuapan encontró la oportunidad de cobrarse la afrenta. Remigio era un gran francotirador y de un tiro preciso y lleno de venganza mató al párroco del pueblo donde había nacido, un cura realista (Manuel Soto) que había raptado a su novia. La gente alborozada le dijo: ·”eres un gran cazador”; él, sonriendo socarronamente, como para sus adentros, respondía entre dientes: “…y más si le traes ganas a alguien”. Su victoria fue doble. Este mensajero se lo llevó el viento de la historia y no se volvió a saber de él. Tiene su estatua en Santiago Nuyoó.
Tercer retrato: Bárbara Rosas, lavandera libertaria
“La Griega” según los pixeles
Era un empleada “doméstica” en la casa de un capitán del ejército realista en Oaxaca capital, José Ximeno Varela. Lavaba la ropa del capitán en el río de Jalatlaco. Era independentista. Fue encarcelada por decir que el cura Hidalgo “no causaba mal a nadie, sino solamente a los gachupines”. Era 1811 y fue delatada por “insurgente”; fue condenada a trabajos forzados. Como nos lo recuerda el siciliano Sciascia, cuando se es bella puede perdonarse la hoguera o la horca por trabajos forzados durante un “breve tiempo”. El pacto patriarcal emulsiona bien ante la belleza pero se le hace tripas si esa mujer es insurrecta. Por eso desde su malinchismo le llamaban “la Griega”, como si fuera esculpida por Fidias o surgiera del pincel de Rembrandt. No aceptan, ayer como ahora, que la belleza no anida en el racismo
Cuarto retrato: Antonio de León y Loyola, corazón valiente
guerrero mixteco
Antonio de León, de Huajolotitlán, fue un militar converso: inició su carrera como militar realista y terminó como parte del ejército trigarante y defensor de la soberanía nacional. La efeméride dice que fue Comandante de Las Tres Mixtecas y que, en 1821, declaró Estado libre y Soberano a Oaxaca. Fue su primer gobernador y logró incorporar el Soconusco a México. Murió en la batalla de Molino del Rey en 1847 luchando contra los invasores norteamericanos: un Guerreo mixteco muerto en la defensa de la Ciudad de México en los aciagos días de la intervención gringa.
Quinto retrato: Antonio Valdés, apóstol de la independencia
líder chatino de la Costa de Oaxaca
Al frente de 800 mixtecos zapotecos y afro-mexicanos Antonio Valdés encabezó en el sureste el primer levantamiento popular contra las autoridades coloniales (1811). Desde Huazolotitlán, Pinotepa del Rey y Pinotepa de Don Luis, Valdés levantó a los costeños de Oaxaca. Los insurgentes chatinos provenían del México profundo, donde habita el Señor de las lluvias y por eso se llaman pueblos de las lluvias (Ñuu Savii). Era un ejército multiétnico pequeño pero inteligente y fiero, con escasos recursos. Eran trabajadores del campo, indígenas, mestizos, criollos y mulatos asentados en la franja costera que colinda con el actual Estado de Guerrero. Comían tamales de iguana y pescado. Cien años antes que Zapata fueron agraristas y militaron en las causas de la tierra y la libertad. Los unía el odio ancestral a los peninsulares que los habían humillado y saqueado desde el siglo XVI; luchaban contra los que les arrebataron las tierras y crearon la infamia de las haciendas ganaderas, cacaoteras y algodoneras. La historia cuenta que su lucha fue efímera; del 26 de octubre hasta el 19 de noviembre de 1811. Valdés fue cercado y abatido por las fuerzas realistas en la isla de Chacahua. Sin municiones y con pobre armamento, los rebeldes fueron aniquilados, muchos huyeron y se integraron a las milicias populares. Sus familias fueron reprimidas, torturadas y obligadas a delatar a los suyos.
Sexto retrato: José María Armenta y Miguel López malogrados
Armenta y López imaginados por la IA
José María Armenta y Miguel López fueron ahorcados por los realistas en 1810, recién iniciado el movimiento independentista. Uno por ser un propagandista y el otro, por ser un subversivo combatiente en las trincheras de la Independencia. Comisionados por Hidalgo para “revolucionar” la provincia de Oaxaca. Al entrar a la ciudad fueron considerados sospechosos, iban vestidos de arrieros con el traje de los “tierradentreños”. Se les aprehendió, fueron liberados pero delatados posteriormente al descubrirse los papeles de sus nombramientos firmados por el cura Hidalgo, los traían en las suelas de los zapatos. Se les hizo un juicio sumario y fueron sentenciados a la horca en el barrio de Jalatlaco; “con festinación y solemnidad” les cortaron las cabezas y las colgaron en diversas plazas para el “espectáculo público”. Los realistas realizaron “fakes” o bulos para mostrar que antes de morir se habían retractado de sus creencias libertarias. Morelos los nombró “post mortem” coroneles. Ayer como hoy la historia se repite.
Séptimo retrato: Las aguerridas miahuatecas
Dice la historia y la crónica novelada de Erika Cervantes: “Las miahuatecas oaxaqueñas Rosa La Patiño, Cecilia Bustamente e hijas, Ramona Jarquín y Pioquinta Bustamante se oponen a la leva del ejército realista y el 2 de octubre de 1811 asaltan el cuartel y liberan a sus maridos que han sido recluidos para servir al ejército de la Corona en contra del Insurgente. Es tal el valor de estas mujeres que saltan las tapias del cuartel y se apoderan de las armas y hacen huir a los soldados realistas.” Iban armadas de machetes, cuchillos y garrotes. Liberaron a sus hijos y a sus esposos y con ellos recorrieron caminos farragosos, climas ingratos, hambres y enfermedades para formar parte de ese ejército del pueblo que buscaba forjar una patria. Se pusieron las charreteras y tomaron el sable. Muchas murieron en combate, fueron a la fosa común y sus nombres sin registro caen como racimos reventados: Petra, Manuela, Fermina, Luisa, Gertrudis, Ana, Francisca, Lucía… no tenían vanidad sino orgullo. Su cronista, Erika Cervantes, en su texto “Las Mujeres que forjaron una nación”, las rescata y nos dice: “Estas insignes mujeres no tienen sus nombres escritos en letras de oro en ningún edificio público y pocas son las páginas que relatan los actos que contribuyeron a conformar el México que tenemos. Pero nos han heredado la soberanía, ciudadanía y el derecho de las mujeres a luchar por la transformación social”.
Corolario
Termino el recorrido de los carteles y desde el portal del Palacio de Gobierno los laureles centenarios y el kiosko porfirista del zócalo oaxaqueño. Y me digo: es cierto, Dios nunca muere y Pirandello tiene ya personajes con autor y un escenario: unos campesinos indígenas y afro-mexicanos luchando por ser libres en su tierra expropiada y un escenario, el sur mexicano agreste e indomable siempre insurrecto. En la primera transformación de México, hubo un ejército de hambrientos que iniciaron el largo camino hacia la emancipación.
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