Pablo Cabañas Díaz
En 1978, con motivo del aniversario de la Constitución Mexicana de 1917, Jesús Reyes Heroles pronunció un discurso que cimbró las conciencias de aquel tiempo y que hoy se ha actualizado. Decía Reyes Heroles: “pensemos precavida y precautoriamente que el México bronco, violento, mal llamado bárbaro, no está en el sepulcro; únicamente duerme, no lo despertemos… “Todos seríamos derrotados si despertamos al México bronco”. La profecía de Reyes Heroles se cumplió estamos en el retorno al país que describió el historiador, Paul Vanderwood en su libro: “Desorden y progreso. Bandidos, policías y desarrollo mexicano” en el que afirma que desde el inicio de las guerra de independencia se desató “una epidemia de bandidaje” que cubrió prácticamente todo el siglo XIX. Orden y desorden convivieron simultáneamente sin que los gobiernos lograran mantener el equilibrio; la coexistencia de ambas fuerzas al igual que en el siglo XXI, refleja la descomposición del tejido social, la destrucción paulatina del viejo orden, la construcción del nuevo y la debilidad estructural del Estado para tener presencia en todo el territorio nacional.
En 2016, apareció un artículo cuya erudición sobre el tema nos lleva a las fronteras del “México profundo”, titulado: “El imperio de los bandidos: México siglo XIX” del investigador Jaime Olveda del Colegio de Jalisco, en el que nos muestra como el siglo XIX fue una época de complicidades en la que estaban involucradas las autoridades, hacendados, empresarios, comerciantes y bandidos. Los gobernantes y los propietarios habían llegado a la conclusión de que para que la vida y los negocios volvieran a la normalidad era necesario pactar con los criminales. El gobierno, ya fuera liberal o conservador, en algunos casos los toleró y los protegió, siempre y cuando apoyaran su causa.
Después de la caída del Segundo Imperio y una vez restablecido el régimen republicano, el bandidaje alcanzó su máximo nivel debido a que dos terceras partes del ejército fueron dadas de baja por el gobierno de Benito Juárez con el fin de sanear la hacienda pública. Los soldados expulsados del ejército republicano no volvieron a sus hogares, aprovechando su experiencia castrense constituyeron bandas de asaltantes organizadas según los reglamentos militares, las cuales pusieron a la sociedad al borde de la desesperación.
Olveda menciona que en el periodo que se conoce como la República Restaurada (1867-1876), los bandidos se adueñaron del país; a consecuencia de esto, muchos pueblos pequeños y aislados que no pudieron defenderse fueron abandonados. A los robos se sumaron otros delitos como los raptos, los secuestros, los incendios y los asesinatos, perpetrados cada vez con mayor violencia. En esos años, los periódicos dedicaron más espacio a publicar noticias relacionadas con la inseguridad pública y algunos artículos en los que se analizaba el tema en cuestión. Uno de ellos comentaba a principios de 1875 que los bandoleros se encontraban por todas partes a grado tal que no se podía dar un paso sin exponerse a ser asaltado. Después de 148 años, parece que estamos en las mismas condiciones, despertamos al “México bronco” que estuvo dormido algunos años en el siglo XX.
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