Francisco Medina
El rock era un virus contagioso que para el arranque de los 70 ya se había regado en los inconformistas jóvenes mexicanos. Ante el estigma de ser joven -heredero del movimiento estudiantil de 1968 y de los sucesos del 10 de junio de 1971- se añadió la marca del rocanrolero Festival de Avándaro.
Ante la represión física, la respuesta estaba en la oposición ideológica y el estandarte de ésta era la fe en la cultura rock, una cultura que abría una infranqueable brecha generacional.
La persecución del rock y la exageración manipulada de los medios lo condenaron a refugiarse en la clandestinidad y sufrir un alto en su desarrollo, esa solidaridad silenciosa hizo del Festival de Avándaro, el mayor suceso social de la década y a su vez, el presagio de que ningún gobierno iba a entender, ni mucho menos a permitir la existencia de un lenguaje que convocara con tal fuerza a los jóvenes.
El Festival Rock y Ruedas de Avándaro, que promocionaba originalmente una carrera de coches que nunca se realizó, se llevó a cabo el 11 y 12 de septiembre de 1971, hace 50 años, en un claro de Valle de Bravo y fue el suceso que marcaría el derrotero que el rock mexicano acató los siguientes quince años.
Su persecución y la exageración manipulada de las informaciones que sobre éste se dieron condenaron al rock a refugiarse en la clandestinidad y por ende, a sufrir un alto en su desarrollo.
El concepto de este festival multitudinario obviamente provenía del impacto que Woodstock había conseguido entre los adeptos al rock alrededor del mundo. No obstante, nadie previó que en México, Avándaro lograra tal repercusión.
Revolución de Emiliano Zapata: Ciudad perdida
Los organizadores, que para entonces habían convocado un cartel con doce bandas: Los Dug Dugs, El Ritual, Tequila, Peace And Love, Bandido, El Amor, Tinta Blanca, La Tribu, Los Yaki, División del Norte, Epílogo y el grupo que marcaría los años por venir: Three Souls In My Mind, esperaban que el evento trajera unos cinco mil asistentes, pero la afluencia final se estima en los 150 mil.
El resultado: una auténtica bacanal de ruido y psicodelia que por lo mismo, provocó en los periódicos los más exagerados comentarios.
El periódico Ovaciones incluso llegó a publicar que el concierto al aire libre había logrado en su numeralia los siguientes datos: «5 muertos, 500 lesionados y 1.500 intoxicados», concluyendo en el mismo tono amarillista: «Drogas, sangre y sexo en el festival de rock».
Uno de los pocos medios que comentaron Avándaro con objetividad fue la entonces naciente revista Piedra Rodante, el primer intento en la historia de retomar el estilo periodístico y el diseño de la prestigiosa revista estadounidense Rolling Stone, para publicarla en español.
Los escasos ejemplares que salieron de dicho intento, terminaron en el silencio luego de la profusa publicación que se hizo de Avándaro. Una más de las víctimas que tuvo a mano la persecución del rock que sobrevino inmediatamente después del controvertido «Woodstock mexicano».
Desafortunadamente a lo largo de los años se ha ido desvirtuando mucho su verdadera historia y de cómo se desarrolló esa magna reunión juvenil. Renombrados escritores y musicólogos han opinado sobre el festival cuando ni siquiera estuvieron presentes. El afán protagónico inclusive ha llevado a un conocido locutor a autoproclamarse falsamente como promotor y organizador. Muchos músicos participantes han desvirtuado la realidad con tal de erigirse como los únicos paladines del rock nacional.
Tinta Blanca: Todo va a cambiar
En 1971 el rock mexicano vivía un gran auge. Desde unos años antes comenzó a gestarse el primer movimiento de un rock original que fue denominado “La Onda Chicana”. Ese rock propio surgió principalmente cantado en inglés. El estilo musical era congruente con el rock ácido y sicodélico de la época.
Las compañías disqueras y la radio apoyaron la difusión de la Onda Chicana abriéndoles las puertas a los múltiples grupos que procedían de toda la República: de Tijuana (Bátiz, El Ritual, Love Army, Peace & Love, Dug Dug’s), de Monterrey (La Tribu, El Amor), de Reynosa (La División del Norte), de Guadalajara (La Revolución de Emiliano Zapata, Los Spiders, Bandido, 39.4, La Vida, La Fachada de Piedra), y del DF (Three Souls in my Mind, Tinta Blanca, La Máquina del Sonido, Iguana, Tequila, Nuevo México). Y muchos más, imposible nombrarlos a todos.
En explanadas universitarias y salones se llevaban a cabo frecuentes tocadas de estos grupos. Ante esa efervescencia roquera el paso lógico era llevar a cabo un festival tipo Woodstock.
En Valle de Bravo se llevaba a cabo una tradicional carrera de autos, y los organizadores decidieron escenificar el día previo a la competencia, una fiesta amenizada por unos grupos de rock. Los principales organizadores del festival (que no estaban vinculados al rock sino al medio publicitario y automovilístico deportivo) fueron los jóvenes Eduardo López Negrete (+), su hermano Alfonso y Justino Compeán. A Armando Molina, manejador de grupos de rock, lo contrataron para conformar al elenco musical, y Luis de Llano fue comisionado por la empresa Telesistema Mexicano (antecesora de Televisa) para encargarse de la producción en video tape del evento.
Muy pronto el entusiasmo de los grupos por estar presentes hizo que su número creciera, y al final en vez de dos se tuvieron 12 grupos para actuar desde la noche del sábado 11 hasta la mañana del 12 de septiembre. Al comenzar a promocionarse el Festival de Rock y Ruedas la exaltación entre los jóvenes fue abrumadora, y muy pronto se vendieron los 75 mil boletos que se tenían a 25 pesos cada uno.
Al llamado Woodstock mexicano, miles de jóvenes se trasladaron literalmente como sea a Avándaro: en camiones de todo tipo, ya sea dentro o sobre el techo, en aventón, en autos repletos. Muchos hicieron el peregrinaje a pie, haciendo que sobre la carretera luciera una gran cadena humana al lado de los vehículos.
En los parajes del festival levantaron tiendas de campaña, muchas de ellas improvisadas. No hay un cálculo oficial del número de asistentes; coincido que estuvimos unos 300 mil jóvenes presentes.
A las 8 pm del sábado inició el festival. Actuaron 11 grupos pues el doceavo, Love Army, quedó varado en la carretera. El orden en el que tocaron fue: Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace & Love, El Ritual, Los Yaki, Bandido, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in My Mind. Fue lo mejor y más representativo de la Onda Chicana. A pesar del tumulto, el evento se desarrolló con calma, sin violencia y total camaradería. Asistió un mosaico de jóvenes de todas las clases sociales y económicas que convivieron en paz y armonía. La carrera de autos obviamente se canceló; de todas formas la mayoría estábamos ahí por el rock, no las ruedas.
Presentes en Avándaro estuvieron desde luego elementos de las corporaciones públicas de seguridad e inteligencia para monitorear esta concentración de jóvenes. Apenas 3 meses antes se había dado la brutal represión del Jueves de Corpus por lo que las autoridades se mantenían aprensivas ante una concentración masiva de adolescentes. Al actuar el grupo Peace & Love el vocalista utilizó palabras altisonantes, y los coros de dos de sus canciones asustaron al sector oficial: una de ellas se titulaba Mariguana y la otra Tenemos el poder. El coro pegajoso de esta última rola entonado por 300 mil gargantas clamando “Tenemos el poder” terminó por atemorizarlos. Pensaron que ante esa euforia podría seguir una incitación masiva a pronunciarse contra el régimen. Seguramente en la madrugada del día 12 llegaron al Secretario de Gobernación Moya Palencia reportes de lo que estaba sucediendo. Pudo haber consultado con el mismo Presidente Echeverría sobre qué hacer.
Peace And Love: We got the power
No debemos perder de vista que Avándaro fue un movimiento de la contracultura juvenil mexicana que surgió en el marco de la filosofía hippie pacifista y opuesta al establishment, con una generación post-68 aún herida. La irreverencia juvenil era parte de esas actitudes. El rock mexicano atravesaba por una importante etapa de consolidación de una identidad propia y original manifestada a través de La Onda Chicana. Avándaro fue dos cosas al mismo tiempo: la cima de ese movimiento y el principio de su fin.
Su relevancia como expresión contracultural fue que sin intención política, Avándaro estremeció las estructuras del sistema. Constituyó la válvula de escape pacífica por donde salió disparado el descontento juvenil sobre el establishment. Siguiendo lo dicho por el historiador Eric Zolov, “fue la expresión mayor de un cuestionamiento largamente incubado, alimentado por una inquietud y una rabia crecientes contra la estructura patriarcal autoritaria de la sociedad mexicana”.
La versión oficial de Avándaro fue una mayúscula tergiversación de la realidad. Desafortunadamente, hasta donde se sabe, no sobrevivió a la censura ningún testimonio fílmico o fotográfico amplio y detallado que dé cuenta fidedigna de lo realmente sucedido. Ante esa ausencia, el testimonio más confiable que perdura es el de quienes estuviron en Avándaro.
Los ahí presentes constataron que el festival fue una reunión maravillosa que a pesar del amplio número de asistentes, se desenvolvió en total armonía y solidaridad. No hubo enfrentamientos, riñas o heridos; se dio una gran convivencia y respeto entre diferentes clases socioeconómicas con espíritu de compartir todo desinteresadamente. Sí hubo consumo de mariguana y alcohol, pero ello no condujo nunca a un desbordamiento generalizado, caótico, agresivo y degenerado como se quiso hacer parecer.
Sí hubo varios jóvenes que se despojaron de sus ropas, pero esto no llevó a un aquelarre de desnudos. La famosa “encuerada de Avándaro” fue un hecho espontáneo y emblemático de que los jóvenes estábamos ahí para despojarnos de nuestras inhibiciones. Todos compartíamos la ebullición de la juventud y el gusto por escuchar nuestra música. Ése fue nuestro pecado ante los ojos oficiales.
AM.MX/fm
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