Por Adrián García Aguirre /
*Complejo, casi indescifrable sistema de una civilización.
*Tras la conquista española fue un idioma incomprensible.
*Yuri V. Knorósov descubrió el enigma en 1951.
*Nuevamente se escucharon las voces de reyes y deidades.
*Hay vestigios que registran hechos memorables.
*Ocurrían en períodos de veinte años llamados K’atun.
Cuando los españoles enviados por el rey Carlos V conquistaron e iniciaron la colonización de la península de Yucatán en 1527, quedaron enormemente sorprendidos al ver que los indígenas mayas tenían libros o pergaminos en los que registraban los conocimientos y sucesos memorables de su tiempo.
Los invasores europeos no habían visto nada parecido entre los aztecas, ni tampoco lo encontrarían entre los incas del Perú tras la conquista de Francisco Pizarro años después, y les llamó la atención que ambas civilizaciones tuvieran una arquitectura y un arte sofisticados.
Resultaba singular que habitaran grandes ciudades y administraran vastísimos imperios; pero carecían de escritura bien definida en una América precolombina en la que solamente los mayas fueron superiores, al desarrollar un sistema de escritura comparable con el de las grandes civilizaciones de Egipto y Mesopotamia.
16Así lo refirió el antropólogo ruso Yuri V. Knorósov en 1951, al ser el privilegiado sabio que, con paciencia y disciplina, logró descifrar la escritura maya, en un hecho extraordinario y excepcional, sin parangón en la historia de los grandes descubrimientos antropológicos y arqueológicos del siglo XX.
Es difícil saber -explicó entonces Knorósov-, cuándo comenzaron a escribir los mayas; pero los textos más antiguos encontrados, en las tierras altas de Guatemala –como la Estela 1 de El Portón o los murales de San Bartolo–, se remontan al siglo III a.C.
En todo caso, fue en la época Clásica (de 250 a 900 d.C.) cuando se produjo el grueso de los textos que nos han llegado, inscritos sobre una gran diversidad de soportes: vasijas de cerámica, estelas y dinteles de piedra, conchas, huesos, obsidianas o jades.
Asimismo los hacían en las paredes de algunos edificios y cuevas -lugares considerados de gran valor religioso para los mayas -según explicó el científico ruso-, sin embargo, a la llegada de los españoles los mayas ya no escribían sobre piedra, sino que seguían componiendo los mencionados libros o pergaminos, que hoy se conocen como códices.
Entre otros muchos perjuicios como enfermedades desconocidas, la conquista trajo consigo la pérdida de la tradición escrita, y los españoles, incapaces de entender el significado de aquellos símbolos complejos, los consideraron como supersticiones y falsedades del demonio, según escribió el obispo de Yucatán, Diego de Landa, quien ordenó la destrucción de todos ellos.
A sus ojos y pensamiento religioso fanatizados, los códices eran un claro obstáculo para instaurar con éxito el cristianismo entre los indígenas, y por ello todos los libros que se hallaron durante la conquista fueron quemados porque el fraile dominico así lo quiso.
De los que hay noticia, fueron los descubiertos por los españoles a finales del siglo XVII en Tayasal, ciudad situada en el lago Petén Itzá, en Guatemala, último lugar de las tierras mayas en ser conquistado.
A partir de entonces sólo sobrevivió la llamada literatura maya colonial, inspirada en la tradición oral y escrita en alfabeto latino; pero nadie podía ya interpretar el sentido de los símbolos de la época clásica.
Hubo que esperar al siglo XIX para que renaciera el interés por aquellos extraños textos de imposible entendimiento, redescubrimiento basado en dos fuentes: los códices y las inscripciones, y pese a la quema ordenada por los españoles, unos pocos manuscritos se salvaron gracias a que fueron enviados a la corte de los reyes de España como regalos exóticos.
Hoy, trasladados al extranjero en una forma de saqueo colonialista, como ocurría en el siglo XIX, se conservan tres de esos códices, denominados por el lugar en el que se conservan: el Códice de Dresde, el de Madrid o Tro-Cortesiano, y el de París o Peresiano, y hay estudiosos que añaden también el Códice Grolier, descubierto en la década de 1960.
El Códice de Dresde tuvo especial importancia porque el viajero y erudito alemán Alexander von Humboldt reprodujo cinco de sus páginas en uno de sus libros, poniendo este material al alcance de sus colegas y de algunos gobiernos europeos que impunemente, con los años, sustraerían más objetos históricos de las culturas mesoamericanas.
En cuanto a las inscripciones, fueron conociéndose a medida que se exploraban las antiguas ciudades mayas y se publicaban grabados detallados de estelas, dinteles o altares decorados con esos símbolos.
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