Por Pablo Cabañas Díaz
CDMX.-Palomino, como lo llamamos, era más que un pintor, era una excelente persona, siempre pendiente de los problemas de los demás, siempre tenía una sonrisa amiga.
Gocé de su amistad en las tertulias sabatinas que se organizaban en la cantina Salón Palacio, con colegas periodistas y escritores que colaboramos con el maestro Juan Rejano en la Revista Mexicana de Cultura.
Su nombre era Carlos Alberto González Palomino (1941-2013), hoy es uno de los referentes obligados de las artes plásticas de Panamá. Vivió en México en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Estudió en su tierra natal, en España, Francia y otros países europeos. Residió en Perú, Uruguay, Argentina, Chile y en México estuvo 10 años con su compañera Deyanira Guadalupe, de esa unión nacieron sus dos hijos Cuauhtémoc y Libertad.
Una de las características de la pintura de Palomino son sus colores a tal punto que vamos cayendo en espiral hacia círculos donde la cotidianeidad, el absurdo, lo irreal cobra carta de naturaleza. Su temperamento contestatario y su amor por Panamá lo llevaron a hacer pinturas y esculturas sobre las diversas etapas de la lucha de liberación de su país.
Palomino también estuvo en Monterrey, Nuevo León, y regresó a Panamá en 1987. Su obra no es fácil de captar y se niega a la complacencia y a la compatibilidad de las “buenas conciencias” que pretenden encontrar en el arte una simple recreación o un mistificado placer estético.
Entre sus murales se encuentran los que pintó en los edificios de la Universidad de Panamá, en las facultades de Bellas Artes, Comunicación Social, Humanidades y Economía, así como los de la escuela de Bellas Artes de Lima, la Facultad de Bellas Artes de Santiago de Chile, y de la Universidad de Trabajadores de la provincia argentina de Santa Fe.
Preocupado por la opresión de las personas más desfavorecidas y la angustia del ser humano en el mundo moderno, ideas que se reflejaron en su obra durante toda su carrera, el artista panameño se adentró en la última etapa de su carrera en los temas religiosos.
Una de sus obras más destacadas de sus últimos años fue una serie de dieciocho pinturas con el tema del Vía Crucis.
En sus últimos años de vida, la sobriedad del estilo contrasta con la fuerza de los trazos, lo que permite la apreciación de las formas sin menoscabo de las proporciones y de la elasticidad del diseño.
Esto le permitió delinear cuerpos contorsionados por el dolor y manos suplicantes.
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