Por Fernando Irala
Mientras el gobierno festeja de manera recurrente un “superpeso” que mantiene su cotización con el dólar e incluso por días la mejora, entre la población se resienten los efectos de una inflación que no tiene visos de ceder.
En parte porque algunos precios y tarifas se revisan al inicio del año, en otra parte porque en el invierno diversos productos agropecuarios escasean y se encarecen, finalmente porque la gente viene de la temporada decembrina en que las costumbres consumistas generan un gasto adicional que a veces repercute en las cuentas del siguiente mes, de toda la vida se habla de la “cuesta de enero”, como un periodo en que se sufren con mayor agudeza las estrecheces económicas.
Pero el efecto es peor cuando desde hace dos años el índice inflacionario no deja de crecer, y de achicar los ya de por sí reducidos ingresos de la mayoría.
En 2022 el indicador cerró en un altísimo 7.8 por ciento anualizado. Enero ha sido peor, pues los precios han aumentado a una tasa una décima mayor, hasta 7.9 puntos. Hacia el final de esta semana se conocerá cómo se movió el índice en la primera quincena de febrero, pero los cálculos no son halagüeños.
Otro efecto perverso, presente a lo largo de este ciclo inflacionario, es que el costo de alimentos y bebidas no alcohólicas rebasa con mucho el porcentaje de aumento general. El año pasado y el antepasado, los precios de estos productos se han elevado entre el 10 y el doce por ciento en cada año.
En paralelo corren las altas tasas de interés que no ha dejado de subir el Banco de México, cuyo objetivo buscado es inhibir la demanda de bienes y servicios y provocar así una desaceleración de los precios. La lógica de esta medida suena bien cuando las causas de la inflación son internas, pero no está tan claro que funcionen cuando el incremento ocurre en mercancías que se importan y como resultado de un fenómeno mundial.
Lo que sí sucede en forma automática es que quienes tienen deudas de cualquier tipo con bancos y financieras, por una hipoteca, por un coche, muebles, por tarjetas de crédito, sufren un golpe aún mayor a su economía.
Nos está ocurriendo entonces la suma de los males posibles: la economía no se expande porque ni se invierte ni se gasta debido a las altas tasas bancarias, y de todas maneras la inflación se mantiene y crece.
Así transcurre esta cuesta, cuyos orígenes son secuela de la pandemia que vivimos, y que por supuesto se prolongará mucho más allá del inicio del año. Nos durará, por lo pronto, todo 2023.