CIUDAD DE MÉXICO.- El polvo es un elemento bien conocido, ya que es un componente presente en cualquier lugar en la vida diaria de las personas. Una de las características que vuelve al polvo un material tan particular consiste en la fineza de sus partículas, cuyo pequeño tamaño y peso permiten que éstas se trasladen por el medio ambiente gracias a las corrientes de aire, hasta depositarse en alguna superficie, señalaron Claudia Blas Rojas, Coordinadora de Laboratorio de Conservación del Museo Nacional de Antropología y Natalia Silva Rodríguez, restauradora ENCRyM.
Es común que la identificación de polvo en el ambiente sea considerada como un sinónimo de suciedad. Esto ocurre porque, mayoritariamente, el polvo está constituido por pequeñas porciones de tierra, depósitos minerales y biológicos; dependiendo del tipo de ambiente que estemos analizando, también podrán encontrarse partículas varias de mayor tamaño, como son: fibras, sales y azúcares, así como elementos contaminantes.
Todos los componentes antes mencionados interactúan entre sí y además responden a condicionantes externas como los cambios constantes de temperatura y humedad relativas, esto sumado a las características de superficie donde se deposita el polvo crea un complejo sistema de relaciones que causa efectos negativos en las piezas.
Generalmente, la presencia ligera de polvo superficial en un objeto no ocasiona más que conflictos visuales directamente relacionados con la visibilidad y la sensación de limpieza, por lo que, en pequeñas cantidades, no resulta gran complicación retirar ese tipo de elemento.
Sin embargo, la situación comienza a complicarse si persiste la acumulación gradual de las partículas; gracias a la influencia de las condiciones ambientales, empiezan a generarse una serie de reacciones físicas y químicas que promueven tanto la unión entre los distintos elementos presentes en el polvo, como la fijación al sustrato y la interacción con los materiales que soportan al polvo. Lo anterior genera un efecto conocido como cementación, el cual consiste en la fijación de las partículas entre ellas y la misma superficie, lo cual genera capas de suciedad que son reconocibles a simple vista.
Aunado a lo anterior, niveles altos de humedad promueven la proliferación de hongos y bacterias presentes en la suciedad, además de la generación de reacciones químicas que producen alteraciones físicas en los materiales con los cuales interactúa el polvo.
En un museo, abordar la problemática de la presencia del polvo en las colecciones albergadas es un tema de gran complejidad, puesto que entran en juego más factores a considerar antes de echar manos a la obra. A pesar de que las dependencias cuentan con estrategias y elementos que buscan controlar la deposición de polvo y suciedad en sus colecciones – como son sistemas de aire acondicionado y filtros, estrategias para redirigir las corrientes aéreas, vitrinas, entre otros –, resulta imposible garantizar la eliminación del polvo en sus espacios.
Generalmente, la entrada de este elemento responde tanto a la localización del edificio –contexto urbano, rural, etcétera, lo cual se encuentra estrechamente relacionado a la concentración de contaminantes sólidos y gaseosos en el ambiente –, los sistemas de ventilación naturales como puertas y ventanas, los materiales de construcción, así como la afluencia misma de visitantes, la circulación y concentración de los mismos.
El polvo que se asienta en la superficie se puede eliminar, pero si se deja mucho tiempo se incrusta ocasionando daños irreversibles o difíciles de tratar.
Laboratorio de Conservación MNA-INAH. Fotografía de: Claudia Blas Rojas.
Si bien es inevitable la deposición de polvo en los museos, parecería sencillo solucionar el problema al realizar limpiezas rápidas y constantes en las colecciones. Sin embargo, no debe perderse de vista que las superficies y materiales corresponden a objetos únicos, invaluables y, en varias ocasiones, de suma fragilidad debido a su antigüedad.
¿Entonces, qué es lo que puede hacerse para controlar la presencia del polvo y suciedad en un museo? Resulta imperativo mantener una comunicación activa y cercana entre los diferentes agentes relacionados con la gestión de las colecciones y el área de conservación. De esta forma, establecer objetivos de atención prioritaria, exponer las preocupaciones y necesidades de cada área, además de generar estrategias para la gestión de las jornadas de limpieza específicamente diseñadas para el tipo de acervo a atender.
En dado caso, siempre es necesario que un equipo especializado de conservadores-restauradores realice sesiones de aproximación a las obras para evaluar las necesidades específicas de cada objeto y, dependiendo de lo observado, se planifique la realización de procesos conservativos específicos, o bien, planificar una restauración profunda que permita atender a los objetos con mayor profundidad.
Siempre es necesario que un equipo especializado de conservadores-restauradores realice sesiones de aproximación a las obras para evaluar las necesidades específicas de cada objeto
para planificar el método de intervención.
La intención detrás de la generación de planes de acción, diseño de estrategias y protocolos de acción, así como la conservación activa de las colecciones radica no sólo en facilitar la apreciación de las obras, sino en garantizar su permanencia y estabilidad tanto para el disfrute del público, como para el estudio del patrimonio nacional en todos los ámbitos posibles.
Por más simple y cotidiana que resulte una situación tan familiar como la presencia de polvo en un espacio, es necesario unir esfuerzos para enfrentar las problemáticas de manera crítica y adecuada para que los museos continúen exhibiendo sus maravillosos acervos de la mejor manera.