“La conciencia moral es la maldición que el hombre tuvo que aceptar de los dioses a cambio del derecho de soñar” (*)
Por Enrique Vallejo
Hombre del pueblo pisa las calles de su patria
QUERÉTARO.- Un amigo analista político, articulista, ex-docente de la UNAM, político, novelista, contaba en su columna semanal una anécdota de aquel personaje opaco de nuestra historia: Antonio López de Santa Ana. Escribe que cuando el cacique se encontraba postrado en su lecho atenazado por la depresión, en uno de sus destierros, su esposa contrataba algunos desempleados que a cambio de un dólar se concentraban delante de su residencia para aclamarlo. Ella, acercándose al lecho del entristecido personaje, lo invitaba a levantarse para atender aquellos ciudadanos. López de Santana con mejor ánimo, pero sin abandonar la cama, le pedía posponer el asunto para otro día. Escribe mi amigo este pasaje –en mi opinión más que un hecho histórico, producto de su desbocada imaginación de novelista– para comparar aquel episodio con lo que ocurrió en la concentración del domingo 27. Incluye también en su escrito cifras, cifras y más cifras, sin citar la fuente. Hábito que han adoptado muchos medios y muchos articulistas como práctica rutinaria
Las mujeres del pueblo marchan
A mi pregunta de si había asistido el domingo a la concentración (intuyo que no lo hizo) le aclaré que yo sí. Me escribió entonces: “ya que tienes afición por las muchedumbres, te invito a desnudarte en el zócalo antes que hacerle el caldo gordo al Hércules de Feria”. Aquel proverbial sentido del humor que lo caracterizaba tiene hoy cierto dejo de resabios, como si tuviera que cumplir con cierto público, ese que hoy prefiere el insulto, la sorna y la mordacidad antes que el intercambio sosegado de opiniones. Decía un pensador español contemporáneo que sus paisanos eran proclives a la broma fácil para evitar razonar. Y agregaba: “a creer más en lo que les dicen, que a entender aquello que ven con sus ojos” Que se le va a hacer, muchos amigos, compañeros de aquel viaje iniciado a finales de los sesentas, cuando asumíamos con orgullo ser librepensadores, hoy se han convertido en otra cosa, algo que no identifico; algo que, pienso, ni ellos mismos reconocen. “Ya somos todo aquello contra lo que luchábamos a los veinte años”, decía el poeta JEP.
El pasado domingo 27 me trasladé desde la Narvarte en Metrobús, pagando mis seis pesos, hasta un par de calles antes del Café Habana donde me desayuné. Ya en la Avenida Reforma estuve poco más de cuatro horas viendo pasar México delante de mis ojos, atónito, cautivado y conteniendo las emociones. Hoy cuando escribo esto es miércoles y no me repongo. El ambiente era de fiesta, lo puedo decir y lo puedo probar con fotografías y vídeos realizados con mi teléfono. La diversidad de los participantes lo hizo un evento inédito, sin duda irrepetible.
Todos los sectores de la sociedad estuvieron ahí, lo repito en mayúsculas TODOS. Sin embargo uno de los más numerosos fue el de los desposeídos, dispersos, caminando por su cuenta. Humanidades lastimadas por una vida de miseria. Casi andrajos en lugar de ropa. Enormes cuerpos desbordados, cincelados a golpe de comida basura y bebidas azucaradas, única ingesta al alcance de su economía. Una “Corte de los Milagros” que se extiende por todos los rincones del territorio y que escuece el alma. Van contentos, ríen, repiten una y otra vez el mantra de sentir honor por apoyar a quien no deja de reiterar que primero son ellos.
los hijos del pueblo marchando
“La Familia Guarnero de Colima está con AMLO”.
Sostiene un extremo de la manta el abuelo, en la otra el hombre de la pareja. Detrás la esposa, quizás sea el cuñado que por debajo empuja el carrito del bebé, un par de risueñas adolescentes completan este ícono del futuro.
“Desde Sausalito, California, venimos a apoyar a nuestro Presidente”.
Son los hermanos del norte, los “Pochos”, los solidarios que creen en México y lo demuestran enviando sus remesas.
A mis espaldas un grupo de mujeres vistiendo blusa blanca, pantalón azul. Uniformidad en la vestimenta que no obedece a ninguna asociación, sólo aquella de “ir juntas y vestidas igual”. Se colocan sobre la cabeza coronas de globos, no dejan de cantar porras, consignas y me “guardan” el lugar mientras voy por agua. Delante el río de personas no deja de fluir. Cerca de la una de la tarde se ralentiza y la marea se desborda por los carriles laterales y las aceras. La tambora, la inconfundible redova, el mariachi, los percusionistas, los zancudos, los concheros le ponen color y música al evento.
Leo “Acarreados y apasionados” de un articulista al que admiro. Señala que continúan, sí, las prácticas de antaño: acarreo, cuotas sindicales, amenazas de líderes, dádivas en metálico, etc., pero también agrega que mal haríamos en quedarnos sólo con esa imagen y cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo; que en mi opinión es el crujir del engranaje de una sociedad que enfrenta su impostergable transformación.
Ante la evidencia de los hechos cuesta pensar que todavía hay quien se niegue a mirar las profundas grietas sociales y económicas que nos dividen. Que se resista a aceptar que el paso a un país moderno integra por obligación la honestidad. Que el respeto a la opinión del diferente es el principio elemental de la convivencia
Después de tanto tiempo de ignominia se requerirá de un gran esfuerzo para mirar de otra manera nuestro país; verlo como es y no sólo desde la frontera de nuestros privilegios. Sigo asombrado por el prodigio que ocurrió ante mis ojos el domingo, sigo sintiendo ese viento que acompaña al sueño de llegar a vivir en una sociedad más justa para todos
(*) No tengo el autor de la cita.