Por Pablo Cabañas Díaz.
En este dos de noviembre, día de muertos, es el momento propicio, para recordar que fue el antropólogo de la Universidad de las Américas en Puebla, Tim J. Knab quien señaló que el “inframundo del pueblo azteca”, no se ahogó como resultado de la conquista y sigue siendo hoy en día un elemento vital de la vida cotidiana de los pueblos nahuas de la Sierra de Puebla. Talocan, como llaman al inframundo en el idioma náhuatl del pueblo de San Miguel Tzinacapan, no es un concepto vago y difuso, tiene su propia forma y geografía. La “geografía del inframundo”, presenta retratos y descripciones actuales que combinan testimonios antiguos venidos de tiempos remotos y antiguas mitologías.
En el México antes de la conquista de los españoles, el Mictlán era una creencia sobre el lugar a donde van los muertos. Para llegar al Mictlán, las almas llegaban a un río donde sólo podían cruzar con un perro pardo -ni blanco ni negro-, y así ingresaban a otra dimensión. No hay muerte real sino una sensación de avanzar, luego se desaparece y se entra en una totalidad impersonal. Para el Mictlán, la muerte no es súbita, es una transformación gradual hasta desaparecer, estamos presentes hasta que no existimos más en la memoria de nuestros descendientes.
En México se celebra la muerte por todo lo alto con arte y alegría. Existen variaciones según el estado, pero es común que personas de todas las edades y condiciones acudan al cementerio con comida, bebida y música para pasar el día -y la noche-, cantando y recordando a sus seres difuntos. Se suele llevar flores de cempasúchil, que simbolizan al día de muertos por su color y aroma. El cempasúchil es uno de los elementos más representativos de las ofrendas de muertos.
Según el Códice Florentino, el Mictlán estaba dividido de acuerdo con la manera de morir. Por ejemplo, a la Tonatiuh Ichan, “la casa del sol” entraban aquellos guerreros que habían muerto en el campo de batalla. En el caso del Cincalco, casa del dios Tonacatecutli, iban quienes murieron siendo infantes pues al ser tan jóvenes se les consideraba inocentes.
A lo largo de la historia, la muerte ha estado presente de una u otra forma en el pensamiento de los humanos, ya sea como acontecimiento social, religioso, político, como registro en la memoria, como abstracción o como reflexión filosófica o científica. La muerte se presenta como ese límite del cual no podemos eludirnos. No podemos saber, conocer, ni mucho menos explicar, que hay después de la muerte. Pregunta ancestral, prehistórica, que sigue y seguirá en nuestras cabezas.
La muerte es el infinito horizonte que se nos escapa a cada instante, desorden y orden sintetizados, fragmento dislocado que se diluye en la historia, en la vida, en nuestro ser. Somos los únicos seres vivos que reflexionamos acerca de la muerte, y no sólo de la muerte, sino,- y esto es más importante-, de nuestra propia muerte.