In memoriam Xavier Ávila Guzmán
(1953-2022)
A su manera, fue un hijo de las revueltas del 68 y un gran mestizo cultural.
Por Rafael Serrano
Estudió en la UAM-Xochimilco cuando ésta era una chinampa educativa. Era por tanto un xochimilca progre, educado en la fraternidad, el trabajo colectivo y en las epistemologías del sur. Leyó a Gramsci de la mano de los Apocalípticos y nunca se integró a las modas cool de la comunicación. Xavi fue de izquierda moderada, un liberal en los tiempos del cólera del capitalismo tardío.
A pesar de que su padre era un gran conservador, un panista de pura cepa, cuando el PAN era austero e incorruptible, democrático. Nunca renegó de esa huella original ni por tanto de sus padres; al contrario, los honró. Heredó de su extensa familia la práctica cristiana de la fraternidad, el sentido de comunidad y sobre todo, la ausencia de rencor: de su madre la bonohomia y un amor por la poesía. De su padre, los libros y la idea de la justicia.
A su manera, fue un hijo de las revueltas del 68 y un gran mestizo cultural. Habitó marginalmente el mundo hippie con sus mantras, sus melenas y sus vestimentas excéntricas, sus acapulquedas en Pie de la Cuesta y su fascinación por los autos deportivos. Un ilustre excéntrico: eran míticas sus robinsoneadas en Puerto Escondido donde colocaba una tienda, se tiraba al sol y fumaba como chacuaco mientras oía “Orgullosa María” y los pescadores le asaban un pescadito mientras todo rodaba ( https://www.youtube.com/watch?v=HXwnkWsvlqQ ).
A la mejor de ahí venía su estilo sincrético; casi siempre de trajes entallados, con corbatas discretas como vestido de su cuerpo largo, delgado, moreno intenso; rematados en unos bigotes desde la nostalgia de las modas europeas del siglo XIX y que le hacían ser un Dalí en el Altiplano. Xavi era una deconstrucción del lagartijo pofiriano reconvertido en urbanita de la era posrevolucionaria: libertario, macluhiano, guevarista; rockero light/heavy: entre los Beatles y los Bee Gees; entre la Janis, Hendrix y Cooper; entre los boleros y los Creedence ; políticamente contradictorio e incorrecto y estéticamente un mezcla de Guadí y Warhol leyendo a Azimov y un cocinero tradicional haciéndonos tortas de bacalao. Era como los sobrevivientes de la utopía de los sesentas del siglo pasado: un siete razas, anfibio y estelar.
Como la mayoría de los clasemedieros del síndrome 68, no tomaríamos las armas pero cantaríamos a Carlos Puebla, Los olimareños, los Inti llimani y daríamos gracias a la vida desde la voz de Mercedes Sosa. Xavi era un juglar y guitarrero. Protestó como pudo, era muy joven, contra el golpe a Allende, precursó el no se olvida del 2 de octubre y el halconazo, y como casi todos nos escondimos en la “lucha civil” mientras otros, pocos pero valientes, se armaron para derrocar al ogro filantrópico y fueron masacrados en una guerra sucia sin memoria, de ahí nuestra vergüenza de clase. Aprendió de sus maestros argentinos y chilenos a vivir un exilio mental bajo una dictadura blanda que permitía maridar a Marx con Piaget y de unir a Adorno con Popper siempre y cuando no se subvirtiera el orden. Tal vez también aprendió sus dramaturgias.
Sobrevivió a la catásatrofe del nacionalismo revolucionario, padeció en el decenio perdido de los ochenta y sufrió los fraudes electorales de 1988 y la llegada del neoliberalismo y la caída del socialismo real; los horrores del capitalismo salvaje disfrazado de globalidad fraterna y liberadora, del levantamiento estético de los zapatistas y de los asesinatos pornográficos ordenados por la sombra del caudillo o de la Nomenklatura; trabajó para el dinosaurio priísta sin mancharse, se fracturó con los asesinatos del priato/panista y luego votó, derrota tras derrota, por el cambio hasta que llegó MORENA, la pandemia y la guerra que fue el escenario de su muerte.
Xavi fue un docente, un académico formal y ritualista. Llegó Acatlán a principios de los ochentas y ahí se quedó hasta su final. Se hizo profesor en ese espacio vilipendiado y a veces luminoso que es la escuela, “la universidad”. Lo conocí a finales de lo setenta, tendría menos de 30 años, venía con los aires renovadores de una escuela nueva, que trataba de conciliar la excelencia académica con la educación para todos y que se expresaba en las propuestas de la universidad de masas abierta a todos versus la universidad de élites cerrada en el numerus clausus.
La referencia, como ahora se dice, nuestra utopía, como decimos, era construir una universidad populista anclada/unida más a las necesidades de la sociedad y menos a las necesidades del mercado capitalista. Una universidad que negaba el habitus disciplinar, el gremialismo y proponía una educación sin materias, sin rejas epistemológicas cuyos vectores fueran los saberes de la sociedad para afrontar sus carencias y sus necesidades. Una docencia convertida en dialogo, no basada en rendimientos ni domesticaciones sino en apropiaciones colectivas del saber para ser felices, fraternos y libres. Una utopía en toda forma.
Xavi venía de esa cepa. Y se unió a las propuestas de una universidad abierta al tiempo (UAM) y la propuesta democrática de don Pablo González Casanova de abrir la educación superior a todos; aún sin maestros, sin infraestructura, rompiendo el concepto de Claustro/CU. Vivió la distopía en la que se convirtieron los proyectos de la UAM y de la UNAM en los 80s y 90s y que en el siglo XXI perduran: la restauración de una educación reglada de acuerdo a lo que deciden desde las sombras los consejos y juntas de gobierno después de haber “conciliado” a las tribus/pandillas académicas y a los gremios fosilizados de abogados, médicos e ingenieros. Vivimos en carne propia la máxima de Pareto: la élites se reciclan pero no periclitan.
Xavi fue un apocalítico integrado habitando un intersticio utópico llamado docencia. Había estudiado comunicación. Ser “comunicólogo” iba más allá de ser un periodista. Los que pensabamos como él no sabíamos hacia dónde pero la marcha iba a ser larga. Ahí inició su carrera de profesor, de docente, de Gurkula posmoderno reptiendo los mantras de la liberación y de la opresión de los medios de comunicación y al mismo tiempo interiorizando, internalizando, un saber complejo que que iba más allá de formar periodistas. Como todos, cometió errores y la jaula weberiana de la institución educativa terminó por resilienciarlo. También, como todos, habitamos los fracasos como pudimos y festejamos con euforia nuestros pequeños logros. Hubo de todo: pleitos y reconciliaciones. A la larga contaron más las reconciliaciones.
En este mar educativo, habitó Xavi y como todos los que buscamos algunos cambios, fuimos de fracaso en fracaso. De derrota en derrota con algunos “triunfos” que para nuestros adversarios eran pírricos. Pero a pesar de este empedrado se fue creando un colegio que trascendió los muros universitarios: un grupo de resistentes que hasta la fecha y con sus disputas y dferencias persiste; los lazos que nos unen siguen ahí y tienen que ver con el afecto, las luchas compartidas, los agrios momentos del fracaso y los momentos de fraternidad, lealtad, alegría y felicidad; los triunfos que también los hubo. Como sea tuvimos muchos alumnos, compañeros que son buenas personas y mejores que nosotros. Ese es el legado de los que dimos la batalla y tuvimos el coraje mandar a la porra tanta burocracia podrida.
Hicimos de todo, trabajamos para Dios y para el diablo. Con Xavi, caminamos sobre las olas de las modas epistemológicas que venían lo mismo de EUA que de Europa y lo filtrabamos con las lecturas de nuestras epistemologías sureñas. Si bien no conquistamos el cielo ni lo trajimos a la tierra, si contribuimos a formar un grupo de lobos esteparios que ahora habitan diversas llanuras educativas, incluso las praderas educativas del neoliberalismo o del conservadurismo.
Colonizamos y reclutamos amigos en ese colegio invisible que continuúa mágicamente unido en nuestras tertulias; que fueron y son como agua de mayo en el mar de los sargazos que hoy habita el sistema comunicativo. Somos una jauría irredenta, autónoma y libre. Xavi fue uno de nuestros grandes lobos. Nuestro lobo.