Por
Rafael Serrano
Le esperaban más de 70 años de reinado
https://www.vogue.mx/galeria/reina-isabel-de-inglaterra-fotos-de-su-infancia
Los ídolos de Francis Bacon: los prejuicios comunes de los individuos (idola tribu), los prejuicios de los usos/costumbres (idola specus), los prejuicios del uso del lenguaje (idola fori) y los prejuicios de la filosofía y de la ciencia (idola theatri); todos, en red, se manifiestan en el espectáculo británico de una reina que en estricto sentido hizo de la longevidad una virtud colectiva y una razón de Estado Sobrevivió a 14 primeros ministros, a 14 presidentes norteamericanos y a 30 perros corgis galeses. Murió de causas “naturales” como lo marca el protocolo. La reina que “más ha reinado” se asocia al prejuicio de la inmortalidad de un país y de un sistema que por muy cruel, depravado e imperial que haya sido pesan más sus logros civilizatorios en el campo de la cultura y de la ciencia que la cauda de perversiones colonizadoras y expoliadoras de “la pérfida Albión”. En estos días en que con mucha pompa y poca circunstancia se aviva o se renueva la pregunta de si la monarquía podrá sobrevivir en un mundo líquidamente secularizado, vale la pena reflexionar sobre cómo es que persisten formas arcaicas en el pensamiento colectivo.
El “idola fori”
Los medios de comunicación (instrumento perverso del uso del lenguaje) convierten la pedantería, el clasismo, el racismo, la riqueza obscena de la familia real en un protocolo de lo divino encarnado en una señora que amó a los perros galeses, condujo un Land Rover y fue fanática de los caballos de raza; pero sobre todo, fue una sobreviviente de guerras monstruosas y cataclismos políticos; una mujer que “sacrificó su yo” para convertirse en una institución, una mujer del destino arrojada al mundo “por Dios” para guiar a su pueblo y darle fe. Un producto del Leviatán imperial inglés que todavía hace unos años no permitía que hubiera negros en el personal del Palacio de Buckingham ni que se invitara a divorciados a los saraos reales. Una joya conservadora.
El “idola tribu”
Este discurso, de reina longeva, rica y matriarcal fascina al pueblo. El 75% de los británicos quiere que se sostenga la monarquía y forman colas inmensas, perpetuas, para despedir a su Reina. Y este espectáculo de pompa medieval resucitada, de la perdida colectiva convertida en fin de una época y del renacimiento de otra, ha sido codificada en clave posmoderna y “viralizada”: el tuiter de la reina anunció su fallecimiento “en paz y tranquila” en su palacio escoses de Balmoral. Lloremos pero la buena noticia es que la monarquía persistirá: “la reina ha muerto, God save the King”. Ahora el ritual de pasaje se acompaña de emoticones, imágenes pregnantes y frases lapidarias: “una vida de servicio”. En las redes sociales triunfa la monarquía y arroja al foso de los leones a los republicanos, minoría de herejes.
Los comentaristas de la CNN, entre serios y morbosos, se preguntan: ¿quién cuidara de sus perritos galeses que quedarán huérfanos?; ¿dónde vivirá el nuevo Rey?; ¿quién le planchará las agujetas de sus zapatos y cuidará que no toque objetos que le causan tirria? Los periodistas obtienen testimonios conmovedores de personas que llevan horas esperando y un futbolista famoso echa un lagrimón por su majestad. Se cierra el cuadro y el mundo está de luto por más de medio mes. Tendremos monarquía para rato.
Carlos III cuando lo nombraron Príncipe de Gales
“Idola specus”
Los ídolos de la caverna, los usos y costumbres, fomentados por la narrativa mediática nos muestran que los reyes están por encima de las leyes. Son seres meta-normales: la reina no requería licencia para conducir, tenía una fortuna personal de 500 millones de dólares y administró los 28 mil millones de dólares de la Corona Británica con eficacia, deja en el armario real, joyas tan preciadas como los frisos del Partenón que “resguarda” el Museo británico como si fueran patrimonio nacional. Y como en un “reality show”, la realeza nos muestra como los elegidos viven, sufren y mueren tratando de hacernos ver que su vida es tan normal como la de sus súbditos que transitan en el subway londinense y van a los partidos de la Premier League. Un irónico texto “pescado” en el sargazo llamado tuiter lo interpreta de esta manera: “ Mi esposa y yo estamos ambos sin trabajo. Mi mamá murió en un accidente de tránsito. Tenemos 3 hijos y estamos todos viviendo en casa de mi abuela, que falleció justo esta semana. Mi papá tiene que trabajar a sus 74 años. William, Príncipe de Gales.” Una narrativa de la cercanía que se evapora en la virtualidad o en el “como si” fuera verdad”: “son de carne y hueso”.
Carlos III
Vogue
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El idola mexicano (theatri) y la filosofía conservadora mexicana
Este espíritu luctuoso, colectivo/viral, se globaliza. En México, los “whitexicans” guardan minutos de silencio en la radio y una conductora se le quiebra la voz y exhala un británico “God save the Queen” mientras la ya veterana y longeva aristócrata Guadalupe Loaeza, desde las Lomas de Chapultepec nos anuncia solemne que ha muerto “la abuela de Occidente”. Algunos, rancios conservadores de casta blanca, del Bajío mexicano, celebran misas solemnes para la jefa de la iglesia anglicana, olvidándose que fue el adicto sexual Enrique VIII quien encarceló a su primera esposa, la católica Catalina de Aragón. Y otros compraron su boleto para viajar a Londres y acompañar a la abuelita azul a su “última morada” y presumir que fueron testigos de la historia.
Tal vez sufren porque en México no tenemos realeza ni estilo. Tenemos una oligarquía rastacueros, ponzoñosa, racista y corrupta que cree que sus haberes son fruto de sus dones empresariales, que fueron elegidos por Dios, la circunstancia y la clase social. Pero Dios y sus misterios divinos no los arrojó en las colinas de Escocia en un palacio sino que los aventó en un país pobre, desigual y corrupto, en un páramo lleno de indios mestizos. Son hijos del privilegio, ¿divino?, que les dio casa, comida y sustento y los hizo “empresarios” con las habilidades y las competencias para especular y explotar. Por eso mandan a sus hijos a los liceos británicos, holandeses, japoneses y canadienses para obtener una pátina de superioridad de clase. Son neoconservadores con iphone y tarjetas de crédito todo terreno, oligarquía provinciana, periférica, añorando la pompa y la circunstancia británica.
Son reencarnaciones metafísicas que han sobrevivido a la guerra de Reforma y conmemoran el trágico fin de Maximiliano y su fallido imperio mexicano: “…Él, tan blanco, tan alto y tan guapo no era para terminar fusilado por un indio zapoteco en un cerro de Querétaro”, diría una criolla del Bajío al ver un grupo de vejetes disfrazados con pelucas desfilando como momias ateridas para recordar al mundo que hasta en el cielo hay clases sociales, jerarquías y que a pesar de la modernidad, el mundo no es una República. De lo que nos perdimos.
Ahora con sus hijos posmodernos que se comen al mundo con su espíritu empresarial pueden cruzar el charco hablar en inglés e hincarse ante el féretro de la monarca del “más grande imperio de la tierra” y sacarse una selfie. No habrá espada de Excalibur ni se les aparecerá el Rey Arturo… a lo mejor el fantasma de Oliver Cromwell les dirá que el pueblo es el soberano. Son ellos, los que están de luto, los neoconservadores, los que seguramente quisieran un miembro de la Casa de Windsor gobernando esta tierra plebeya para blanquearla como dice el siniestro Margolis, el Golem de la época Calderonista. Otros nietos postizos de la abuela inglesa reverberan desde las colonias. Van por México.
Epilogo pueblerino
Con una mirada plebeya y pueblerina como la mía, estos rancios fastos europeos me recuerdan otras formas de las histerias colectivas y festivas: prosaicas, mundanales, populares como cuando murieron Pedro Infante, Jorge Negrete y Juan Gabriel. Ellos pertenecen a otro Panteón, el republicano. Las democracias “maduras” y las inmaduras, los regímenes autoritarios siguen sosteniendo la monarquía; a veces acotada a lo que dice el dictum: “el rey reina pero no gobierna” y haciendo malabares discursivos para sostener lo insostenible. Esta discusión que para muchos es “falsa” nos muestra que a más de 200 años del triunfo de la Revolución Francesa, el espíritu monárquico sigue existiendo: como reliquia social del imaginario de la nostalgia y como un poderoso instrumento de cohesión y control social. Una institución autoritaria que no ha pasado por el filtro de la democracia.
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