Los aires primitivos del Cáucaso
Anna Ajmátova
Reseña de la novela “El expediente Anna Ajmátova” (Ruy Sánchez, Alberto; México, Alfaguara, 2021)
Por Rafael Serrano
En estos intensos días en que la guerra en Ucrania desata las pasiones de occidente contra el mundo eslavo y que los centroeuropeos se hunden en su etnocentrismo, vale recordar la trágica historia de una de la figuras cimeras de la literatura eslava. Nacida en Ucrania de linaje tártaro/turco cuya lengua materna fue el ruso. Hasta su muerte fue una ciudadana soviética maltratada por la dictadura stalinista. Un alma rusa en pena.
Dibujo de Anna Ajmátova por Amedeo Modigliani (1911).
Anna Ajmátova nació en Bolshói cerca Odessa en 1889 (Ucrania), cuando ésta era parte del Imperio Ruso. Descendiente de tártaros turcos que habitaban Crimea; latía en ella el alma de los pueblos primitivos, agrarios, era una Naródniki (populista), pero también una mujer moderna libre y nómada; una cosaca (kazachka) . Como lo dictan los vientos del Cáucaso se disfrazaba de viento, naturaleza y de bruja alada. Brodsky la definió así: “Su sola mirada te cortaba el aliento. Alta, de pelo oscuro, morena, esbelta y ágil, con los ojos verdosos de un tigre polar, durante medio siglo la ha dibujado, pintado, esculpido en yeso y mármol, fotografiado un sinnúmero de personas, empezando por Modigliani. Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra entera.” https://es.wikipedia.org/wiki/Anna_Ajm%C3%A1tova.
Su lengua materna fue el ruso; estudió en Kiev y en San Petesburgo, una joya intelectual del mundo eslavo habitando un Gulag como metáfora y como cruel realidad. Su vida esta ligada a los grandes movimientos literarios de Rusia y a las causas libertarias, mismas causas que la convirtieron en sospechosa y enemiga del poder: zarista o comunista. Se llamaba oficialmente Anna Andreyevna Gorenko pero para negar al padre autoritario, borró su apellido Gorenko. Usó el nombre de su bisabuela tártara y se autobautizó con el nombre de Anna Andréyevna Ajmátova, para hacer visible su oposición al patriarcado y reivindicar la antigua voz femenina.
Anna Ajmátova por Kuzmá Petrov-Vodkin
https://es.wikipedia.org/wiki/Anna_Ajm%C3%A1tova
Anna era una hija del Cáucaso y tenía el don de Casandra, de las brujas aladas de las montañas; que contravenían a las voces que negaban la voz del pasado, de su legado y más, confiscaban el futuro. Su madre cuando nació hizo una fogata con leña verde de árboles mágicos que le permitían hablar con los muertos, tener la fuerza tártara: “fui elegida por un viento enfermo. Las cuatro vocales de mi nuevo nombre cantan a ese mulato llamado Pushkin… en su boca “todo quema”. Su madre la describió: “…rara, brillante y burlona…”.. Su padre le decía “…poeta decadente”.
Ajmátova, en su tiempo, fue un icono femenino que sedujo a medio mundo eslavo (hasta el terrible Stalin) y a muchos “occidentales” como el gran pintor Modigliani; uno, ignorado por ella y humillado por el “Gremio de poetas” y el otro, amado desde el silencio y aclamado post mortem. Símbolo de las revueltas literarias que acompañaron a las revoluciones sociales de principios del siglo XX y mirada aguda que vio su tiempo como “…una época triste, disfrazada de felicidad…” donde “la familia y la vida valían menos que la Patria, la Bandera o la Revolución”. En la versión libertaria, romántica, era una “…guerrera sin ejército ni municiones… princesa sin trono”. En la versión fanática y rencorosa de la dictadura: “una representante del pantano literario reaccionario apolítico”(Zhdánov).
Arresto de un propagandista en la época zarista
https://es.wikipedia.org/wiki/Ili%C3%A1_Repin
Su poesía es una de las más importantes de la literatura rusa del siglo XX, junto a Osip Mandelshtam y su primer marido Nicolai Gumilyov, innovó haciendo una poesía clara, sencilla, concreta donde lo terrenal y lo humano se expresan atados a la paradoja de lo viviente: “una artesanía hablante”. La poesía, decía, no debe ser hermética ni polisémica ni ambigua ni vaga sino un rayo que revela lo cotidiano, una expresión fulminante de la vida misma. A este movimiento se le llamó acmeista, floreció en la “Edad de Plata de la literatura rusa”. Recogía el espíritu herético de unos monjes cristianos ortodoxos y que ahora encarnaba en una generación de poetas que se manifestaban contra el simbolismo, que convertía la realidad en una neblina de metáforas. Para los acmeistas, la palabra era Dios, verbo que habita en todo lo humano .
Como todo movimiento de ideas, cultural, preocupaba/desquiciaba al poder y más si este era libre, espontáneo/vivencial y contestatario; tanto las policías del Zar, la Ojrana, como las de los revolucionarios bolcheviques, la Tcheca, vigilaban y castigaban todo tipo de subversión pero patológicamente les obsesionaban aquellos que trabajaban con las palabras y sobre todo, los poetas, los artesanos del alma en los que “habita una voz antigua”, anárquica: sin dios y sin amo. Decían subversivamente que cada palabra que se desgrana de la poesía es un canto rebelde que reordena el miedo e ilumina el camino, vence a la cobardía: va más allá de la verdad construida y agita la existencia, le da valor y sentido a la vida. El poder enloquece porque no puede controlar ni intervenir en los incendios que provoca una revelación poética. Uno de los maestros de Anna, Annenseki, lo profetizaba: “… ayer estuvo aquí la muerte inspeccionando y cuando se fue dejó la puerta abierta… la conciencia se volvió profecía … los demonios habitan dentro de uno … es fuego doloroso…vivir pero en la belleza más frágil, donde las hojas , tarde o temprano, tienen que caer…”
Ajmatóva por Nikolay Tyrsa
http://www.art-spb.info/community/jazzmen?action=show&id=225
Los últimos días de Pompeya y la niebla de muerte
Los tiempos que anuncian un cambio de época, de orden, son como los últimos días de Pompeya. Ahora entiendo lo que mi abuela me decía cuando iba a comenzar un tiempo nuevo: “…disfruta porque vienen los últimos días de Pompeya…”. En la Rusia de los últimos días del Zar había presagios que anunciaban una niebla asesina por venir llamada revolución. Acabaría con un la vida y como en Pompeya, tapiaría con una lava dura afilada/rasposa, para la eternidad, la vida; petrificaría lo mismo a unos amantes que a un perro vagabundo. ¿no fue acaso eso lo que sucedió con la revolución de octubre en Rusia o.. la de México? La historia no nos trajo una aurora libertaria sino un crepúsculo, anunciando un tiempo oscuro: el “terror rojo” o “la sombra del caudillo”.
El siglo XX llegaba y anunciaba las masacres más grandes en la historia de la humanidad. Poca paz y mucha guerra. Ajmátova nos lo anunciaba: “…pronto tendremos por doquier tumbas frescas, habrá hambrunas, temblores, muerte ampliamente difundida y un eclipse de sol y luna”. Y uno ve que esta profecía se sigue cumpliendo: ayer revoluciones fallidas con millones eclipsados, guerras mundiales con montañas de cadáveres y luego guerras pequeñas, guerras localizadas o “preventivas”: la guerra de Corea, pasando por Vietnam, las guerras de la descolonización de África, Irak, Afganistán, Libia; las Malvinas, la guerra de los Balcanes y que ahora, en pleno siglo XXI, sigue la mata dando: Palestina, Siria, Armenia, Azerbaiyán, Georgia y Ucrania… no hemos parado de oscurecer al mundo con una montaña de muertos, la gran mayoría jóvenes. Donald Kagan en su monumental “Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz” nos decía que las guerras son siempre competencias por el poder, por sostener el poder; ya sea bajo un enfoque sombrío de imposición y dominación o bajo un enfoque de seguridad, de defensa/sobrevivencia o de control social. De todas formas son cruentas y aciagas: “es un pan duro y amargo, se atora en la garganta” decía la carcelera de Ajmátova, Tamara Vera.
Anna vivió hace un siglo el surgimiento de una revolución que fue traicionada y encumbró a unos demonios que tergiversaron el espíritu libertario, igualitario y fraterno que anunciaba la victoria de la democracia y fundaron un reino de terror bajo una cruel y perversa ideología, muy alejada del pensamiento del socialismo humanista. Por ello el pensamiento artístico ruso, la literatura, la pintura y todas las artes se volvieron disruptivas, “reaccionarias” y el nuevo poder creyó fundar un mundo nuevo donde el pasado, la memoria, fuera borrado (a) con todo y sus grandezas. Pesadilla autoritaria: pasar sobre una montaña de muertos no conduce necesariamente a la libertad, como lo pinta Delacroix:
La libertad conduce al pueblo
Delacroix
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Pedro Páramo en el Cáucaso
Iósif Vissariónovich Dzhugashvili,
en ese entonces Koba y años después Lósif Stalin
Rulfo decía que Pedro Páramo era el rencor vivo. Lósif Vissariónovich Dzhugashvili lo era. Su madre le decía Soso. Según las brujas mingrelianas, “…un demonio de las montañas preñó a la madre de Stalin…” y afirmaban que nacer o venir del Cáucaso era ser primitivo: un alma peregrina, un “hombre antiguo anhelando ser moderno”, un Caín amoroso hundido en su odio. Stalin, hombre-acero. Cuando era un oscuro militante comunista, populista y poeta, secuestrador Soso/Kobo/Stalin fue humillado por el “Gremio de los poetas”, al que pertenecía Ajmátova y les cobraría gota a gota este agravio.
El motivo de su cerval rencor fue, según el relato de Ruy Sánchez, el amor no correspondido. En una reunión de poetas y ante la mujer que como un rayo lo cautivó sólo recibió una sonrisa amigable (desdén) y del “Gremio de los poetas” burlas públicas que llenaron la alforja del resentimiento y fermentaron una venganza perversa y metódicamente aplicada. De ahí, tal vez, la obsesión, la envidia perversa del Eshamaki (demonio) llamado Lósif en ese entonces Koba, el Robin Hood caucásico; y años después, transformado en el hombre de acero: Stalin, el dueño de Rusia y de los soviets. En Georgia había sido cantante admirado y poeta reconocido: un Naródniki. Creía en el poder de la poesía y al mismo tiempo era el ángel exterminador de los bolcheviques: secuestraba, ponía bombas y asesinaba. Esta mezcla lo hizo perverso.
Soso/kobo/Stalin persiguió obsesivamente a la poeta más deseaba y admirada de su tiempo y buscaba no matarla sino convertirla en un ser agonizante, enjaularla, observarla, para saber “los secretos de su mente”, los “mundos” que creaba y movían las conciencias de tantos: ¿qué vientos de la antigua Iveria, Georgia, conformaban ese ser hermoso y deseado que desde la palabra de lo simple ascendía a lo complejo e inescrutable, subvirtiendo el orden? Una pregunta que se hacia Pedro Páramo cuando recordaba a Susana San Juan. Un amor obsesivo atrapa tanto al hombre de acero de un imperio como al cacique de un pueblo; poblados de dolor sus alma navegan en regiones oscuras. Se cruzarán de brazos y muchos morirán bajo su mirada de hielo.
Laventri Beria brazo represor de Stalin
Ajmátova era poeta y en esencia una subversiva: “las palabras no son sólo significado sino formas vivas, actos”. Padeció dos dictaduras, una muy despiadada: súbdita del zar y ciudadana soviética en la era del terror staliniano; ella fue la némesis del georgiano, una víctima sublimada de su rencor: objeto oscuro del deseo. Vivió la crueldad de la dictadura comunista y la enfrentó con una sabiduría triste, la describió como lo que fue: un crepúsculo y un ocaso que no una aurora. Sobrevivió a las purgas, a la represión generalizada. Testigo del desastre moral del socialismo real, de su traición histórica.
La revolución hundió a Ajmátova: en 1921 su marido Nicolai Gumiliov fue acusado de conspiración y fusilado. Su hijo Lev fue deportado a Siberia y otro de sus esposos, Punin, murió en un campo de concentración en 1938. Todos sus amigos huyeron o fueron reprimidos. Se ganaba la vida traduciendo y publicando en periódicos escolares. Todo un calvario: sola en el huerto de los olivos sin Gólgota. Aun así, la policía secreta y su carcelera vigilante no pudieron silenciar su voz. En la Unión Soviética sólo existía la paz de los sepulcros, “los vivos habitaban un enorme campo de concentración”. Una Comala enorme, fría como la tundra, donde la sombra de un rencor perseguía a la poeta. La URSS era un pueblo de muertos y fantasmas, habitado por el odio, la envidia y el rencor. Ella respondió:
“Tantas piedras han arrojado en mi contra,
que ni una de ellas ya me infunde miedo.
Esta grácil torre se ha convertido en la trampa
más alta entre estas torres altas.
Agradezco a quienes para mí la construyeron,
los quiero a salvo del pesar y la tristeza.
Desde aquí veo antes el amanecer y
aquí brilla victorioso el último rayo del día…”
Padeció el confinamiento y el destierro y pese a que no podía publicar usó la palabra alada (la oralidad memorizada) para superar la prohibición de escribir y publicar. Su corazón se detuvo en 1966 en Domodévo cerca de Moscú a los 78 años, un 5 de marzo, año bisiesto del calendario gregoriano; quedaban 301 días para terminar el año y había sobrevivido al infierno pero ¿fue inútil? Su epitafio podría ser escrito por su Alter Ego, Pushkin: aquí yace un corteza del alma rusa… Анна Андреевна Ахматова …Anna Andréyevna Ajmátova
…a los hombres los dividen por banderas…
La novela y la realidad se cruzan en un hermoso mosaico veneciano
De eso trata la novela de Ruy Sánchez, una bitácora construida con fichas de los expedientes de los “servicios secretos” rusos y soviéticos narrados por una espía llena de culpabilidad, encargada de vigilar y delatar a una poeta “salvaje”, populista y aristocrática, princesa en el mundo del arte. Una narración que va hilando con maestría un perfil psicológico, un microcosmos denso, mostrando una vida trágica, romántica que habita una geografía plagada de violencia, asesinatos, persecuciones donde la estética y la belleza se refugian en las buhardillas de la historia para afrontar el vendaval machista que pervirtió a la revolución.
Después de leer “El expediente Anna Ajmátova” nos queda claro que la libertad, icono femenino de Delacroix, no conduce al pueblo, ni a uno mismo hacia la felicidad humana. Los cambios y las revoluciones están cargados de odio y violencia; a veces aparece la fraternidad, el perdón y la reconciliación. Nos muestra el abismo que existe entre el poder y el espíritu libertario de la creación individual. Un alegato que va más allá de la exaltación del feminismo, a veces forzado porque quien escribe el relato, Ruy Sánchez. Pero vale por el trabajo de hilar los informes que la espía del tirano va ofreciendo mientras se describe como una generación de artistas asumieron las grandes transformaciones del siglo XX y cómo afrontaron el tsunami de la historia. Como decía Borges: “somos nuestra memoria, somos ese caótico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos” .
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