Pablo Cabañas Díaz
En el sexenio de José López Portillo, su amigo, el “General” Arturo “El Negro Durazo”, quien fue su escolta personal cuando era el presidente electo de México en 1976, y en diciembre del mismo año, lo nombró jefe de la policía capitalina. Permaneció ocho años en la cárcel, y desde ahí ganó un litigio por difamación en contra de su presunto biógrafo, José González González, quien también fue su guardaespaldas.
“El Negro”, fue un individuo carismático y cruel, que tuvo casi todo en sus manos -poder, dinero y honores-, perdió lo primero y lo tercero, y terminó su vida convenciendo a alcohólicos de dejar de tomar, antes de exhalar su último suspiro en la cama, donde permaneció por casi cinco meses, víctima de un cáncer. El resto, de su vida está narrado en el libro “Lo negro del Negro Durazo“, que se publicó en México en noviembre de 1983 y se convirtió en un bestseller : en el primer mes se vendieron 225 mil ejemplares, y las tiradas sucesivas superaban los 800 mil, sin contar las segundas partes ni las adaptaciones para comics. Allí se cuenta todo -o casi todo, puesto que aún faltaba la continuación, titulada “Lo que no dije del Negro y de otros”-; y casi todo lo que se narra, desde el asesinato hasta la tortura, pasando por la extorsión era verdad.
Quienes hoy piden “mano dura,” añoran aquellos tiempos como aquel nueve de marzo de 1984, ese día, la ciudad de México vivió la que se consideró la redada más grande de su historia. Los policías de Durazo recorrieron desde las 23 horas hasta las 4:30 horas (…) las más importantes avenidas con el propósito de detener a quienes parecieran que se dedicaban a la prostitución. En todo caso, la medida era para extorsionar a las personas capturadas.
La acción se concentró en la Zona Rosa, algunos medios, reportaron la inconformidad que provocó la gigantesca redada, que terminó por afectar también a turistas nacionales e internacionales que disfrutaban de la vida nocturna. A los pocos días, el semanario “Proceso” publicó un amplio reportaje de Carlos Monsiváis, en el que se denunciaba lo que parecía ser una política nacional de redadas. Con base en testimonios de la redada del nueve de marzo y de otras más en distintas ciudades de la República, el reportaje argumentaba que, con la excusa de enfrentar la delincuencia, los agentes policiales ocultaban sus propias fechorías: la extorsión y el robo a los sectores más vulnerables de la sociedad.
El periódico “Unomásuno” publicó el 28 de marzo de 1983, una columna que afirmaba que, además de afectar a los jóvenes, las redadas eran una política clasista. El mismo día, el periódico “El Universal” también reportaba los abusos de la policía en las redadas y se anunciaba una manifestación de protesta frente a la entonces delegación Cuauhtémoc.
En todos los reportes destacaba, además, el robo, la extorsión y el cobro de multas por cargos administrativos, a menudo inventados. En las crónicas se asoma, también, la existencia de un sistema de “cuotas” de detenidos, y de zonas de la ciudad en las que había una “vigilancia” especial, lo que permitía intuir acuerdos que dotaban de tranquilidad a la vida nocturna y a las “buenas conciencias”. Durazo, institucionalizó las cuotas quincenales en la policía capitalina. Al paladín de la justicia no le gustaban los pesos y exigía que el dinero obtenido por las extorsiones fuera cambiado por dólares o centenarios. Acumuló tanto dinero que construyó un casa en el Ajusco que tenía su propio galgódromo, caballerizas, canchas de tenis, un gran estacionamiento para su colección de autos de lujo y hasta una réplica de la legendaria discoteca de moda en la época: la neoyorquina Studio 54. Durazo tenía delirios de grandeza y mandó a construir su propio Partenón de 20 mil metros cuadrados en Zihuatanejo. Su vida sin límite no se puede entender sin el apoyo de sus amigos Luis Echeverría y José López Portillo. El originario de Cumpas, Sonora, es el ejemplo más emblemático de la corrupción y de la excentricidad que prevaleció en las altas esferas del gobierno en la segunda mitad del siglo XX. Fueron tan evidentes sus excesos, que no tenía nada que ocultar, sus caprichos se transformaron en acciones de gobierno.
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agosto 30, 2022
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OTRAS INQUISICIONES: El pasado no fue mejor
Por Vocero
Pablo Cabañas Díaz En el sexenio de José López Portillo, su amigo, el “General” Arturo “El Negro Durazo”, quien fue su escolta personal cuando era el presidente electo de México en 1976, y en diciembre del mismo año, lo nombró jefe de la policía capitalina. Permaneció ocho años en la cárcel, y desde ahí ganó... Más [+]...