Por Carlos Prego
El ojo del “mirón”…ese vidente o “voyeur” es mayoritariamente masculino, lo cual no quiere decir que la mujer no se interese en la pornografía, simplemente en lo más profundo de su goce (femenino) está la palabra amor.
Haré un parteaguas diferenciador, contraponiendo como interlocutor de la pornografía actual, a la perversión sadiana (clásica).
En el centro de la escenificación sadiana se encuentra la llamada “oscura voluntad”, encarnada por el “libertino”, quien es algo así como la voz de la naturaleza que necesita el goce. En ello hay una voz siempre apelativa al “bien”, al cual se le hace siempre comparecer para transgredirlo. El regimiento de los atormentadores no tendría existencia sin las víctimas, esto es, “la felicidad en el mal” requiere hendir el bien, o sea, no existe Juliette sin Justine.
El agravio, el ultraje, el insulto, requiere de un discurso demostrativo que demanda resistencia, por eso Sade es el padre de la perversión, Lacan lo llamó “el teórico de la perversión”. Las evocaciones sadianas generalmente están dirigidas a Dios, es su invitado necesario, sea para maldecirlo, sea para exponer su inutilidad. Rebelión de Sade contra la inconsistencia de Dios. En el Seminario XVI (De un Otro al otro), Lacan indica que “el perverso es un cruzado”, un creyente en definitiva.
Esta “oscura voluntad” que emana de la pornografía -por el contrario- no necesita de polos enfrentados (el mal y el bien), y esto es claro, en lo porno no hay resistencia alguna sino cuerpos que se entregan sin objetar nada; el discurso también es innecesario, es la imagen la que alcanza su nivel máximo de captación siendo esta, el alimento del “ojo voyeur”. Lo radical inconmensurable entre el goce masculino y el femenino, es lo que Lacan llamó: la castración.
La impronta de la turgencia y la flacidez del pene signa el goce genital masculino, esto significa que estamos ante un “goce” acotado al órgano y a la vez de un orden discontinuo que marca ese placer que es consumado al llegar al límite.
Se advierte claramente la diferencia con respecto al femenino, debido a que este es un goce que se encuentra envuelto en su propia contigüidad, impreciso e impenetrable y en el cual la mujer se experimenta extraña aun para sí misma. Este efecto de contigüidad, logra que la mujer aunque llegué al orgasmo no “acabe”, debido a que esto no implica un corte. En lenguaje sexual “acabar” expresa la cercanía del orgasmo con la finalidad de consumar “algo” que se realiza, esto es, que encuentra un límite.
Tenemos entonces que el varón vivencia un corte y la mujer vive la experiencia de una “abertura” que necesita recubrir (¿con palabras de amor?). Es común que la mujer pueda ser “multiorgásmica”, Y eso alude a que el orgasmo femenino no implica, como en el hombre, un cierre; por ello, es válido afirmar que el fenómeno pornográfico “excluye” lo propiamente femenino no obstante, que las mujeres participen de ella como espectadoras o actrices.
Para el “caballero” esa “performance” de una erección inalterable, de ese satisfacer permanente a los sexos que gozan sin reposo, es sinónimo de potencia continua; nada que ver con esa discontinuidad del par turgencia/flacidez que signa el goce genital masculino. Como vemos, en la pornografía la “verdad” masculina es “negada”, no hay falla, no hay temor de que su miembro viril no responda ante el encuentro sexual.
Resulta curioso que en esta época que se nos presenta como “muy liberal”, se ha visto un incremento de las dificultades en el campo sexual, inclusive se incorporan otras formas. Ya desde 1849-1856 Gustav Flaubert en su “Correspondencia” decía: “Libros obscenos son inmorales en tanto carecen de verdad. Las cosas no corren así en la vida”. En tiempos de Freud las dificultades sexuales tenían vinculación con la represión, hoy en día se alían con la concepción de un “cuerpo-máquina sin falla”, pero que, no puede responder ante el encuentro erótico con otro singular.
La clínica psicoanalítica da cuenta de esto. Es innegable el aumento en el uso del Viagra en gente joven (20-30 años), para que “eso” no falle, lo que muestra la clara pretensión por la cual se rigen: sin falla. Semejante reclamo social está generando “sujetos inhibidos” que recurren a un medicamento para cumplir tal exigencia. Hay claras dificultades en la juventud para abordar a una potencial “pareja sexual”, por ello la recurrencia cada vez más común al uso de drogas (médicas y de divertimento) para poder consumarlo. De ahí que hoy -más que nunca- se encubren con adicciones inhibiciones muy profundas.
A guisa de conclusión de este texto diremos que, el imperativo de goce de este superyó hipermoderno se encuentra entrelazado con la pornografía y el discurso del capital, los cuales tienen como característica fundamental, la “forclusión” del amor, del erotismo y de la castración.