Pablo Cabañas Díaz/Sol Yucatán
Susana Sierra (1942-2017), fue una destacada pintora mexicana. Fue discípula del artista de origen suizo Roger von Gunten. Realizó estudios de historia del arte en Italia y Francia, entre 1964 y 1965. Cursó la carrera en la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas, de la cual egresó en 1976. Fue becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y de la Fundación Pollock-Krasner de Nueva York. Sierra, formó parte de la élite del arte mexicano del siglo XX.
Capa tras capa, pintura sobre pintura, su obra es un enigma. Al reseñar la exposición Bienal de Febrero o Salón 1977-1978, en la cual se abordaban las nuevas tendencias artísticas y que se presentó en el Museo de Arte Moderno, la crítica de arte Raquel Tibol dijo acerca de su trabajo: “De la pintura-pintura lo más suavecito que podemos decir es que está totalmente fuera de contexto, salvo, quizás, las dos estelas de Susana Sierra, de buenas texturas y acertada policromía”.
En 2002, la obra de Sierra se incluyó en el libro de la UNAM: “Mujeres en las artes visuales,” dentro de un apartado acerca de 13 artistas, entre las que también estaban: Joy Laville, Helen Escobedo, Irma Palacios, Flor Minor y Nunik Sauret. Tibol estableció una relación entre el pintor oaxaqueño Rufino Tamayo y la pintora: “Estas pinturas de su vigesimosegunda muestra individual han sido elaboradas con énfasis en la gestualidad, el color y la materia, y por ello se ubican con alta calidad dentro de un arte que, siendo abstracto, se acerca a ciertas maneras de Rufino Tamayo, quien gustaba de recordar una y otra vez que no había que catalogarlo como abstracto porque nunca había abandonado la figura o las formas derivadas o evocadoras de la realidad, aunque está fuera de dimensión cósmica. “Como Tamayo, Susana Sierra usaba polvos para engrosar la materia”.
En 1982, cuando se llevó a cabo la Primera Bienal de Pintura Rufino Tamayo, el pintor oaxaqueño, quien apostó a que las nuevas generaciones derrotarían a los llamados “tres grandes del muralismo mexicano”. En esa ocasión exaltó la obra de Susana Sierra: de quien expresó: “tengo un cuadrazo de ella, en mi casa. Tan lejos del naturalismo como de un esteticismo insignificante, Susana Sierra estaba destacando como artista en la década de los años 90. En junio de 1993, tuvo su vigésima segunda muestra individual en la Galería Lourdes Chumacero: técnicas mixtas sobre tela o papel. Con alta calidad se ubicaban dentro de un arte que, siendo abstracto, se acercaba a ciertas maneras de Rufino Tamayo, quien gustaba de recordar una y otra vez que no había que catalogarlo como abstracto porque nunca había abandonado la figura o las formas derivadas o evocadoras de la realidad, aunque está fuera de dimensión cósmica. Como Tamayo, Susana usó polvos para engrosar las superficies para que pudieran brillar lo menos posible; como raspaba, frotaba, cambiando en el proceso la posición del cuadro para conseguir una indefinición de límites.
La serie presentada en 1993 se titulaba Introvisión y su sentido era de carácter subjetivo y erótico. En los cuadros los remolinos se precipitaban para formar montes de Venus palpitantes de excitación sexual o se desgarraban en cavernas hacia lo más profundo del vientre femenino piernas, caderas, ombligos, que no estaban representados, apenas sugeridos. En esas obras las parábolas eróticas actuaban como un sobrevalor.
En su exposición de 1999 en la Galería Juan Martín, Susana le otorgó a sus cuadros el carácter de textos pictóricos. No eran pinturas de acción o gestuales; en ningún momento trataba de representar realidad alguna, aunque a veces lo terrestre (cerro, agua, hondonada, erupción) era citado como memoria o sentimiento, en simulaciones de comunicación verbal. En una serie de cuadros trabajados entre 2001 y 2002, la mayoría de gran formato, comprendidos bajo el título común de Las piedras del espacio, Susana Sierra salió con su imaginación al macrocosmos, a los aerolitos, a las galaxias, a las estrellas fugaces, y también a las espirales, los triángulos, los cuadrados, los círculos concéntricos utilizados por los astrónomos como signos para diseñar los mapas del más allá de la bóveda celeste observable a simple vista. En el desarrollo de sus últimas obras se convirtió en mina de sugerencias. Quizá recordó que también Rufino Tamayo experimentó la necesidad de impulsar durante muchos años de su vida una apoteosis cósmica, premonitoria en su caso de las conquistas
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