Pablo Cabañas Díaz.
Existe un expediente de cartas escritas por Frida Kahlo dirigidas a la millonaria Abby Aldrich Rockefeller, escritas entre 1932-33 que revelan que la artista era una conocedora del inglés y acostumbrada a escribir cartas sociales de acuerdo con las costumbres imperantes de época por la élite estadounidense. Frida le escribió a la señora Rockefeller acerca de los avances de su marido, en los frescos que realizaba en Detroit, Michigan. A diferencia de Diego Rivera, quien hablaba con fluidez el francés y el ruso, pero conversaba poco en inglés, Frida se desenvolvía bien en este último idioma. Frida Kahlo escribía en un inglés formal y correcto. En una época en que se firmaba como Frieda Rivera, tenía una especial habilidad para escribir cartas protocolarias cuando la ocasión lo ameritaba. Frida escribió notas y cartas entusiastas a un círculo cerrado de su familia y amigos, convirtiéndose en el proceso en una consumada anecdotista. Esta capacidad le fue de gran utilidad a lo largo de toda su vida. Así lo recordó Kahlo años más tarde al conversar con Raquel Tibol, amiga de los Rivera.
En 1930, acompañó a su esposo a Estados Unidos, Diego Rivera había recibido la beca: “Instituto de Artes de Detroit”, bajo el mecenazgo del diseñador industrial Edsel Ford, presidente de la compañía de su familia. Detroit le abrió las puertas en Nueva York, a Diego Rivera, donde su obra fue expuesta en el “Museo de Arte Moderno” en 1931. Desde Detroit, Kahlo le escribió a los Rockefeller. En esta correspondencia ella actuó no sólo como intérprete de Rivera, sino también como cronista, manteniendo a los Rockefeller al día sobre los logros de su marido. Cuando Rivera les daba las últimas pinceladas a los 27 paneles de frescos en el Instituto de Artes de Detroit, Kahlo describió los murales como “verdaderamente maravillosos, creo que lo mejor que [Diego] ha realizado [hasta la fecha]”. Esta obra, dedicada al impacto de la tecnología en la manufactura del automóvil, apasionó a Rivera, quien veía en la tecnología un instrumento para transformar no sólo al ambiente, sino también al hombre. Esto indudablemente resultó de interés para los Rockefeller, cuya fortuna competía con la de la familia de Henry Ford. También aumentó las expectativas sobre lo que Rivera concebiría para el “Rockefeller Center”, ya que tendría que superar lo alcanzado en Detroit.
La correspondencia en el “Rockefeller Archive Center” sugiere que, aún a los 24 años y habiéndose desarrollado en un ambiente de recursos limitados, Frida se encontraba bien preparada para los papeles que habría de adoptar como la esposa del artista mexicano de más renombre de su generación. En su papel de secretaria, Kahlo asumió la responsabilidad de cartearse con un círculo cada vez más amplio de conocidos y patrocinadores. De ahí que como parte de esta práctica iniciara una correspondencia cálida con la señora Rockefeller para agradecerle sus muchos gestos generosos y transmitir las ideas de Diego a sus mecenas.
Pese a las obvias diferencias entre coleccionista y artistas, la señora Rockefeller cultivó una cercana amistad con los Rivera. Partidaria devota del arte moderno y del arte folclórico, Abby Aldrich Rockefeller encontró mucho que admirar en el emergente talento artístico mexicano de finales de los años veinte y principios de los treinta. Procurándose el asesoramiento de William Valentiner, director del “Instituto de Artes de Detroit”, Abby Rockefeller amplió sus conocimientos sobre arte, refinó sus gustos eclécticos y ensanchó sus intereses al ámbito internacional. Entre 1930 y 1931, la señora Rockefeller desempeñó un papel decisivo en la compra de una selección impresionante de arte que incluyó 45 acuarelas de Rivera. También se aseguró que lo mejor del arte contemporáneo mexicano alcanzara los muros y los pasillos del pionero “Museo de Arte Moderno” en Nueva York.
La joven Frida, la tercera señora Rivera, no sólo encantó a los Rockefeller, sino que deslumbró con sus encantos a la sociedad neoyorquina. La revista “The New Yorker” la describió en 1933 como “una delgada belleza mexicana de oscuros cabellos”, a quien su marido -más de 20 años mayor que ella-, trataba con “galantería afectuosa”. Abby Aldrich Rockefeller debió sentirse satisfecha de conocer a los Rivera en persona y de cartearse con Frida.
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