Edgar Morin, periodista y académico “outsider”, nos presenta un nuevo libro, de su saga de textos sobre el crimen y la política: “Prensa inmunda” (Grijalbo, 2022), se une a “La maña” (Debate, 2015) y “Crímenes de cuello blando” (Grijalbo, 2019). Una trilogía que dibuja la manera en que el tejido social mexicano se ha contaminado, descompuesto. De tal manera que los crímenes y el delito están normalizados. Ahora, en “Prensa inmunda”, el autor recoge y teje testimonios, trascendidos; y con datos suaves/duros muestra el maridaje del poder político con “la prensa” (mediocracia) quien ha abandonado o traicionado sus principios informativos: la objetividad, la relevancia y la verdad que cínicamente proclama a los cuatro vientos.
Morin desarrolla, a lo largo de su texto, una mirada escéptica y ácida con respecto al papel del Estado (¿o de los gobiernos?) en el orden (desorden) informativo de la comunicación política en el México contemporáneo. Nos muestra que a pesar de los cambios, las oligarquías y sus gobiernos han establecido una complicidad perversa sobre la producción, distribución y consumo de la información. La “independencia” de los medios y de sus mediadores en México, como en el mundo, es más formal que real. La hegemonía política controla, manipula e interviene el quehacer periodístico y se apropia de los medios de comunicación para afrontar el conflicto y conservar el consenso. Para ello interviene, manipula las funciones de vigilancia social de los medios y las convierte en un insumo para elaborar narrativas para el control social y la distribución de ideología (para la propagación y el adoctrinamiento).
La historia que narra nos describe una serie instrumentos de política real para convencer, cooptar, reprimir y suprimir; que van desde los servicios secretos de inteligencia usados para coaccionar al disenso y a los enemigos del régimen hasta los contubernios y pactos entre los poderosos que incluye la cooptación de periodistas o la represión soslayada e indirecta contra los que se muestran independientes o críticos contumaces. La urdimbre narrativa de Morin en “Prensa inmunda” nos describe que no existe una diferenciación estructural entre lo que hacían los gobiernos posrevolucionarios y los vientos o brisas de cambio de la propuesta lopezobradorista. En la narrativa de Morin nada ha cambiado sustancialmente (sólo ha cambiado el “estilo”). Es crítico con respecto a la 4T y de las posturas del presidente con respecto a los periodistas y los empresarios de los medios, sus políticas de seguridad y los errores de su burocracia, etcétera; los capítulos “El sistema”, “El impulso autoritario del poder” y “¿Dónde estas gato pardo?” son severas críticas a las políticas de comunicación de AMLO y a los gobiernos de la 4T envueltas en una narrativa que intenta estar por encima de los debates entre chairos y amlofóbicos.
“Prensa inmunda” es muy consistente en mostrar los testimonios de cómo el poder amalgamaba y amalgama los medios y a los mediadores; a decir de Morin, y a pesar del cambio de régimen que pregona la 4T, los cambios no son sustanciales. Encuentra que la vigilancia, el espionaje continua y que la opacidad en la compra de servicios siguen siendo evidentes, señala contradicciones y dudas, algunas pertinentes, sobre la nueva relación entre el sistema mediático y sus bustos parlantes y deplora la precarización del trabajo periodístico, sobre todo en el inframundo de los gobiernos municipales y estatales donde, por cierto, las relaciones entre medios, mediadores y poder siguen marcadas por el control y el sometimiento (ahí se producen los amedrentamientos y los asesinatos).
Llama la atención que el libro se titule “prensa inmunda” ya que la intención del autor es precisamente deslindarse del uso que le dan el presidente y sus seguidores a este concepto. Y más que un análisis sobre los procesos de cambio y conservación en los sistemas de comunicación política, lo que encontramos a lo largo del libro es una critica al gobierno en relación a los medios y no una necesaria autocrítica de los medios y su mediadores profesionales.
Morin se deslinda de los “dislates” del actual gobierno y del propio AMLO del cual discrepa. Arremete contra el Presidente porque este habla de “derecho de réplica” y de la “comunicación circular” desde el púlpito de las mañaneras, donde no sólo se increpa a algunos nefastos periodistas y a ciertos empresarios de los medios sino que también se hace una severa crítica a sus posiciones emboscadas. Lo cual, supongo, se juzga como una desproporción; pero es, sin duda, una innovación en la comunicación política porque quiebra el rito donde el comunicador y el poder se “respetaban” aunque pactaban en lo oscurito sin comunicarse. Habla de que el presidente no informa sino que las mañaneras “imponen” el mensaje “… en vez de ofrecer información”. Que sepamos la información no está exenta de mensaje ya que ofrecer datos sobre el entorno implica seleccionar, encuadrar y fijar agenda.
#Editorial | Para #AMLO, insultar, adjetivar, satanizar y llamar corruptos a sus adversarios forma parte de su derecho de réplica. El presidente miente o está mal asesorado. Así no se ejerce el derecho de réplica y lo que sí hace es fabricar culpables. https://t.co/evtWcnA2yF pic.twitter.com/KIcZyEMJUi
— Beatriz Pagés (@PagesBeatriz) January 10, 2020
El texto afirma que AMLO no “…ha cambiado las reglas del juego más allá del vilipendio frecuente con su peligroso generalizar o reducir el presupuesto”. Una aseveración cuestionable porque peca de lo mismo que acusa: generaliza y no contextualiza. Habría que realizar un riguroso análisis sobre como se distribuye el gasto publicitario y distinguir entre lo que se llama comunicación institucional y propaganda: ¿se sabe cuanto dinero se dedica a informar, no adoctrinar, sobre las campañas de salud, educación, servicios de agua, basura, etcétera; cuánto se dedica a pagar las convocatorias y difusión de las resoluciones del gobierno, cuáles son las nuevas pautas publicitarias y cómo se distribuyen?
Sin duda, como lo señala Morin, la propuesta comunicativa de AMLO tiene problemas serios para internalizarse en la estructura gubernamental y deberá afrontar este desafío. Pero la mañanera es replicable y creo que se convertirá en un nuevo paradigma. Decir que se requiere una personalidad carismática como la de AMLO no excluye que otros lo puedan hacer y extender como práctica institucionalizada. Otra cosa es qué deben hacer los periodistas que corren el peligro de desaparecer pero no en manos de crimen organizado sino porque el modo de producción informativo los sustituye, se requiere una gran reconversión educativa, laboral.
En las mañaneras se invita al debate y fija agenda no solamente hace propaganda y adoctrina porque lo ha dicho: el presidente no es periodista y cree que la función informativa del gobierno y del gobernante no es solamente dar cuenta de lo que hace el gobierno y como éste responde a los emergentes; sino también educar (enseñar) y poner en contexto la lucha política desde lo que el llama comunicación circular, un debate continuo para aprender. Esto enardece a los mediadores profesionales y a los propietarios de los medios que lo juzgan desde un supremacismo ético que no practican .
El libro no ofrece pruebas o “evidencias” para demostrar que AMLO se arregla en lo oscurito con los magnates de los medios; decir que algunos propietarios de los medios son “consejeros” del presidente no hace al presidente cómplice sino tal vez un político que mantiene acotada la fosa de reptiles. La narrativa de “todo sigue igual, pero peor” requiere una revisión. Se afirma que el “impulso autoritario” no se ha detenido con AMLO que “…no ha ido más allá del recorte presupuestario para publicidad en los medios” y generaliza poniéndose el saco gremial: “el presidente López Obrador ha enfocado sus críticas contra el gremio periodístico echando mano de términos populares…” cuando en realidad el presidente siempre se refiere en parábolas o directamente a ciertos medios y a una docena de opinadores que realizan un trabajo periodístico inundado de medias verdades y mala leche.
Parece que muchos esperaban que otra vez alguien le gritara al presidente AMLO. O de qué otra manera se explica que dejaran sus lugares para tomar fotos y video cuando una máxima del periodismo es que l@s periodistas, los reporter@s nunca son la nota. (Foto tomada desde mi lugar) pic.twitter.com/GsFpFqldW5
— Nancy Flores (@nancy_contra) August 2, 2022
Nos parece sorprendente que el recorte presupuestario sea visto como “no ir más allá” cuando es un acto demoledor que pone en crisis el modelo de negocio del sistema mediático. El gasto que se llama “publicitario” ascendía a más de 40 mil millones y habría que agregar los presupuestos de los gobiernos estatales que ahora se han visto contraídos aunque siguen siendo muy robustos en donde gobiernan el Prian y Movimiento Ciudadano y que alimenta las granjas de los intelectuales de alto rendimiento cuyos caporales son Krauze y Aguilar Camín. No todo sigue igual y se vive ya una crisis terminal en el sistema mediático, se viven reconversiones de gran calado. El cambio está en curso y habrá que esperar su desenlace.
Morin nos advierte que el gobierno de la 4T sigue espiando y siendo opaco en sus sistemas de inteligencia[1]. Me pregunto: ¿los servicios de inteligencia de la 4T tienen los mismos propósitos que los servicios de espionaje de la era neoliberal ( de De La Madrid a Peña Nieto) o son diferentes?; ¿se usan para perseguir a periodistas, activistas, disidentes y para chantajear a los políticos y también para perseguir criminales?; ¿los servicios de inteligencia de los gobiernos estatales no afines a la 4T hacen lo mismo y espían a AMLO, su familia y sus colaboradores?; ¿quién o quienes financian la red o las redes de inteligencia que monitorean y clonan los teléfonos de los funcionarios lopezobradoristas?; ¿no es la prensa inmunda quien vive de los audios grabados ilegalmente pero que suben el rating bajo el sacrosanto grial del derecho a la información?
Parafraseando a Cosío Villegas, Morin no encuentra diferencias estructurales entre la 4T y los gobiernos anteriores sino sólo diferencias en los estilos para gobernar. Esta afirmación requiere más sustento. La política comunicativa de AMLO no es cosmética, de estilo, sino de ruptura con el viejo orden informativo; se ha roto con el paradigma anterior o mejor dicho lo ha abandonado. Y como todo abandono trae una crisis.
Los medios dejan de vivir del presupuesto del gobierno federal y ahora afrontan una triple crisis, creemos terminal: una, la financiera; lo que los hace dejar de gravitar en torno al erario público (periclita el modelo de negocio); otra, la de credibilidad y legitimidad que se expresa en sus bajos índices de la confianza y sus bajas audiencias y lectores (no les creen porque ejercen la posverdad); y una más, estructural: la sustitución de los mediadores profesionales (periodistas) por una población, pueblo más que ciudadanía, que ha hecho suyo el sistema de comunicación política. Por supuesto, como todo cambio de paradigma, implica un período de crisis, de caos informativo, de conflictos y de arremetidas reaccionarias hasta que el nuevo orden se normalice, no implica que será “mejor” pero si será estructuralmente diferente. Y no es voluntarismo mesiánico ni demagogia populista. Los estudios demuestran que la llegada de la red de redes (internet) ha tronado el entramado de la comunicación mediada por profesionales.
El último capítulo del libro, “¿dónde estás gatopardo?”, es el más polémico. Me parece una crítica apresurada basada en clichés de los sanedrines de la oposición hacia López Obrador y su programa de gobierno. Curioso que no haga una crítica de los “machuchones” del periodismo y sólo defienda a Aristegui quien por cierto hace tiempo que su periodismo dejó de ser un paradigma libertario precisamente por sus yerros, complicidades y fobias personales que anidan rencores más que objetividad y búsqueda de la verdad; no se diga de el establecimiento mediático, verdadero foso de reptiles que ameritaría una investigación sobre su psico-génesis o del quiebre moral de varios medios ayer críticos serios del poder como Siempre o Proceso hoy en manos de unas herederas que resultaron reaccionarias y atravesadas por sus filias ideológicas que niegan el legado de sus padres. Por supuesto, en la Ciénega mediática hay cervatillos castos y puros, valientes que sobreviven y son muy vulnerables.
Vaya que han cambiado las cosas en el sistema mediático. La mediocracia tradicional está en crisis terminal. Nada de gatos y menos pardos. Como diría Karl Eötvös: “La imaginación creadora del pueblo de la antigua Grecia no conocía ni la literatura periodística de hoy en día ni su ejército. De haberlos conocido, habría imaginado, al pie del Parnaso, una ciénaga atestada de serpientes, de sapos, de una fauna abyecta de reptiles y parásitos de toda especie. Esa ciénaga habría sido la de los redactores de los periódicos actuales.” (Citado en Die Fackel n.º 85 (1901). “Prensa Inmunda” habla poco de la fosa de reptiles.
Priva en esta narrativa la posición de que los periodistas son víctimas propiciatorias del Príncipe: ya no obtienen información noticiosa, ya no son los mediadores exclusivos entre los políticos y los públicos: el emisor “se salta al mediador” para llegar directamente al destinatario; el proceso de acreditación (¿es opaco, discriminador o poco democrático?); dar la palabra es un privilegio de (¿AMLO sátrapa?); se busca no incomodar al príncipe, se descalifica y que se basa en la diatriba, etcétera. Por supuesto que hay periodistas víctimas, víctimas de la violencia, víctimas del poder, víctimas de sistema mediático, condenados a la vulnerabilidad y la precariedad laboral, pero personalizar al verdugo en la AMLO es, por lo menos reduccionista.
Yo no veo a la mañaneras como una amenaza al estado laico y a la libertad de expresión y lo que Morin llama “pedradas” en realidad muchas veces son respuestas a informaciones falsas que reflejan los abusos que hace el periodismo que se siempre se victimiza y que hipócritamente también lanzan piedras envenenadas como el señor de los trascendidos experto en husmear en las alcantarillas (Riva Palacio). En las mañaneras se han ofrecido pruebas de las falsedades de los trabajos periodísticos, como la fallida investigación de los chocolates del hijo de AMLO o la casa gris o el espionaje de Sanjuana Martínez a un grupo de sindicalistas corruptos que puso en ridículo a Artículo 19 y al ITESO (todos productos comunicativos fallidos). Que yo sepa no hay ninguna acusación por difamación ni nada de eso. Sólo vituperados y denostados; exhibidos: periodismo en libertad. Pero bueno: ¿dónde estás gato pardo? No hay tal.
La polarización tan temida no es señal de decadencia o de disolución sino la característica de la lucha política y de una vitalidad democrática que debiera tener límites pero desconocerla o descalificarla a priori. Por supuesto que hay buen periodismo y mal periodismo y eso no implica maniqueísmo y mucho menos que la voz del Tlatoani pese sobre el mundo mexica, decir que el mensajero está amedrentado es estirar la liga analítica demasiado cuando lo que esta sucediendo es un proceso de secularización informativa donde se prescindirá de los mensajeros.
Por supuesto que el presidente yerra y se equivoca y por supuesto que adoctrina y también se defiende de los cientos de bulos que difunde la prensa inmunda: no se requiere un análisis de contenido profundo ni sofisticado para identificar los errores y mala leche de algunos medios como El Reforma, El Universal o el sacrosanto Proceso o la bendecida Aristegui. El presidente tiene derecho a replicar y creo que ofrece datos y no da saltos ni cascabelea pero disgusta su tono y su campechanismo.
Finalmente este capítulo termina con una visión del futuro que en realidad es una proyección del pasado, por lo que se asume una posición conservadora que nos indica que después de AMLO volveremos al pasado. Casi todo el capítulo está enmarcado en colocar a AMLO como el poder manipulador y a los periodistas víctimas de ese poder que pese a todo, ejercen el “contra-poder”. Aseveración que es reduccionista por si y para si. Concluye: no habrá cambios sustanciales y los reptiles de la fosa mediática devorarán la imagen de López Obrador. Creo que el juicio de la historia diferirá del pronóstico de “Prensa inmunda” y de los reptilianos. Lampedusa aplica para la coyuntura pero no para la prospectiva. Al final todo cambia y en largo plazo nace un nuevo mundo.
El texto de Morin nos va mostrando como las libertades para expresarse y el derecho a la información han sido obturados por una red de mecanismos represivos instituidos y protegidos por una maraña jurídica que los protege y que llaman “Estado de derecho”. En esto estamos de acuerdo pero no en mostrarnos a los periodistas, al gremio en general como “víctimas” del ogro gubernamental. No son víctimas de esta jaula de hierro sino actores protagónicos, corresponsables de la debacle de credibilidad y confianza de la mediocracia y alimentadores del analfabetismo cultural de los públicos. Los informadores son responsables como lo somos aquellos que nos dedicamos a la formación de comunicadores, mea culpa. El citado Octavio Paz fue todo un ejemplo de este servilismo y de cómo se sirvió de la prebendas del ogro para imponer su patriarcado intelectual hoy heredado en el “Moisés” del Altiplano Enrique Krauze, otro ejemplo de la complicidad y el sometimiento al ogro que tanto desprecian y que ahora describen como populista. De estos atropellos no se habla en el libro. El texto nos debe una explicación y un análisis justo y equilibrado.
Tampoco el autor de “Prensa inmunda” nos señala o explica el fracaso o catástrofe social que significa que los periodistas y sus públicos habiten un mundo clivado de ideologías y perjuicios ni menciona la baja calidad de los trabajos periodísticos llamados de “investigación” donde los periodistas cometen tropelías contra el lenguaje, la lógica, el conocimiento y sin más, a saco, se entrometen, arrasan vidas y famas (espían y husmean enmascarados en la privacidad de sus fuentes); tampoco se habla de cómo tergiversan la información o como la omiten sin que intervenga el poder político. La “justificación” que se infiere de “Prensa inmunda”, es que el medio es una institución política integrada al poder y los mediadores son clases subalternas que dada la división social del trabajo informativo tendrán que limitar su libertad de expresión o convertirse en parte del engranaje o correr el riesgo de terminar baleado en un calle de una ciudad de Sinaloa. Es simplificar.
Al terminar de leer el libro me pregunto si el título debió haber sido “Poder inmundo” en lugar de “Prensa”. Como dirían los posestructuralistas, la narrativa que subyace en el texto de Edgar expresa una letanía: el poder corrompe, somete y reprime, es un Leviatán regido por los principios de la conservación (Razón de Estado). Las historias que nos ofrece “Prensa inmunda” nos ejemplifican que los gobiernos que vienen y van sean del signo que fuere, intervienen los procesos de comunicación desvirtuando la información y convirtiéndola en un herramienta de la propaganda y del adoctrinamiento. La moraleja: estamos condenados porque la ambición del poder es consustancial a la naturaleza humana. La prensa es inmunda porque el poder es inmundo. Se adscribe al pensamiento de Hobbes: hombre lobo del hombre mientras que el presidente ogro se adscribe a Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza, es el buen salvaje.
Más allá de mis dichos, Edgar Morin ha escrito un libro recomendable, con un enfoque periodístico, lleno de preguntas, críticas que nos llevan a la polémica y a la comunicación “circular”. Hay que celebrarlo.
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