Pablo Cabañas Díaz.
José de Jesús Fidencio Constantino Síntora (1898-1938), fue un curandero famoso por su capacidad de sanar a multitudes de enfermos, tanto que llegó a ser considerado santo. Nació en Guanajuato, pero la mayor parte de su vida la pasó en el pueblo de Espinazo, Nuevo León, en los límites de Nuevo León y Coahuila. Carlos Monsiváis, en Los rituales del caos (1995), le dedica un artículo. Fidencio es conocido por sus seguidores como Santo Niño, en virtud de que sus órganos sexuales no se desarrollaron, por lo que fue virgen durante toda su vida, además de hacer gala de una voz infantil. Su fisonomía, como lo demuestran las grabaciones y fotografías de la época, es bastante peculiar, pues muestran a un hombre de mirada profunda, movimientos pausados, talante tranquilo, en medio de arrebatos extáticos, no de él, sino de los cientos de seguidores que acudían para obtener la sanación.
Desde muy pequeño, Fidencio descubrió los poderes curativos que tenía, como afirman algunas biografías, y de extraña manera poética se retrata en la novela de Felipe Montes, El evangelio del Niño Fidencio (2008). Sus curaciones las realizaba por medio de terapias diversas, aunque, como él afirmaba, su poder se lo daba la divinidad. Los poderes del Niño parecían centrados en la curación por cualquier tipo de medio. Una vez establecido como curandero, sus jornadas se convirtieron en arduo trabajo que le llevaba periodos de dieciséis hasta veinte horas continuas. Su fama, llegó a la élite política y empresarial del país por el presidente Plutarco Elías Calles, quien lo visitó en una ocasión para atender una enfermedad de la que no se tiene registro. De la visita queda la memoria hemerográfica la nota de un corresponsal de San Luis Potosí del Periódico Acción que narra un fragmento de una de las conversaciones entre Fidencio y Calles: “Nunca he rezado – añadió textualmente el niño- pero mi instinto me hace sentir a Dios con todas mis fuerzas del alma, y él me ayuda a sacar a mis semejantes de las garras del dolor. El señor Presidente de la República sonrió complacido ante la simplicidad del taumaturgo, y le estrechó la mano afectuosamente, así como a todos sus acompañantes. (…) El señor presidente permaneció seis horas en Espinazo, conversó con enfermos y a las 23 horas llegó a Paredón para continuar su viaje rumbo a Saltillo, desde donde continuaría a México.
El culto a Fidencio se propagó debido a las proclamas proféticas que hizo, incluso antes de morir, como aquella afirmación de que regresaría a la vida tres días después de su muerte, en otro cuerpo, y nadie sabría de quién. Esto provocó que quienes lo ayudaban sintieran que debía seguirse propagando la curación que el Niño le daba a cualquiera que tuviera alguna enfermedad o dolencia. Fidencio tuvo una infancia difícil, por su prematura orfandad, pero muy pronto fue apadrinado por Enrique López de la Fuente, un ex coronel villista que se hizo cargo de él y lo llevó a una ranchería que administraba en el poblado de Espinazo, para que Fidencio se dedicara a las labores domésticas. La ranchería donde vivía era propiedad de un empresario alemán de nombre Teodoro Von Wernich, espiritista y letrado que fue diagnosticado de una extraña enfermedad casi incurable. Fidencio con sus poderes milagrosos, logró curar por completo a su patrón, y como agradecimiento por sanarlo, el alemán dejó convertir su ranchería en un sanatorio, y difundió la noticia de “Fidencio el milagroso” a los alrededores del poblado, llegando a congregar posteriormente a las personas en busca de una cura a sus problemas de salud, tradicion que llega hasta nuestros días.
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