Pablo Cabañas Díaz.
El llamado Códice Azcatitlan, es un ejemplo de la nueva escritura que surge a raíz del encuentro entre los antiguos sistemas de escritura de mesoamérica con las nuevas formas escriturales de Europa. El Códice Azcatitlán se elaboró en el Valle de México hacia la última parte del siglo XVI, buscaba reseñar la historia de los grupos mexica desde la salida de su lugar de origen hasta los primeros años posteriores a la invasión española.
Como ha sucedido con muchos documentos pictográficos mexicanos a través del tiempo, el Azcatitlan ha sido propiedad de diferentes personas e instituciones a lo largo de sus más de cuatro siglos de vida; es posible que primero haya pertenecido a Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, uno de los miembros más distinguidos de la alta nobleza indígena colonial, bisnieto de Nezahualpiltzintli de Texcoco y de Ixtlilxóchitl.
Letrado y erudito, Alva Ixtlilxóchitl figuraría de manera sobresaliente dentro del marco político y cultural de la sociedad indígena novohispana de principios del siglo xvii. Siendo un hombre público de relevancia, tuvo el cargo de gobernador de Texcoco, Tlalmanalco y de Chalco, así como el de solicitador de causas en la Real Audiencia.
Sin embargo, paralelamente a sus actividades políticas se desarrolló también en el campo de la historia, investigando con ahínco todo lo concerniente al pasado prehispánico, para lo que reunió una serie de códices, manuscritos y noticias del México antiguo, formando una colección documental de piezas s excepcionalmente rica. Al morir, los documentos de Alva Ixtlilxóchitl pasarían a manos de Carlos de Sigüenza y Góngora, uno de los grandes sabios del barroco mexicano, quien a su vez heredaría su biblioteca a los jesuitas mexicanos.
De alguna manera, una importante parte de los fondos jesuíticos sería adquirida posteriormente por Lorenzo Boturini Benaduci, italiano quien viajó a la Nueva España en 1736 para atender los negocios de la condesa de Moctezuma. Boturini, impresionado por la riqueza de las culturas originarias, decide escribir una historia de los pueblos anteriores a la invasión para lo cual, empieza por buscar toda la documentación posible concerniente a los antiguos mexicanos. En dicho proceso, Boturini logra formar una de las más importantes compilaciones de documentos etnohistóricos de la que tenemos noticia.
A raíz de un malentendido surgido con las autoridades novohispanas por la intención de Boturini de promover la coronación a la Virgen de Guadalupe, el virrey Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, ordena su deportación y la confiscación de su colección de documentos. A partir de 1743, dicha colección, formada de su propio peculio y a través de siete años de esfuerzos ininterrumpidos, queda resguardada en la Secretaría de Cámara del virreinato.
De vuelta en Europa y con la intención de rescatar sus valiosos documentos, Boturini hace un minucioso recuento de la colección, a la que llamaría “Catálogo del museo histórico indiano”, que incluye en su obra Idea de una nueva historia general de la América septentrional. En dicho catálogo menciona al Códice Azcatitlan como: …Otro Mapa en papel europeo de 25 fojas, quizás traducido de otro antiguo. Esta referencia, hecha en el siglo XVIII, sería el primer registro formal del documento pictográfico al que hoy conocemos como Códice Azcatitlan.
Es posible que en algún momento posterior, el Códice haya salido del resguardo de la Secretaría de Cámara, ya que existen indicios de que algunos otros estudiosos de las antigüedades mexicanas tuvieron el documento por algún tiempo. En este caso estarían Mariano Veytia, Antonio León y Gama, quien hizo una copia directa del códice, y el padre Pichardo, quien también lo copió; ambas copias se encuentran, al igual que el original, resguardadas en la Biblioteca Nacional de Francia en donde la copia de León y Gama está en los fondos mexicanos con el número 90-1; la del Padre Pichardo, con el número 89-3.
Más adelante, hacia la primera mitad del siglo XIX, el códice quedaría en manos de Joseph Marius Alexis Aubin, director de la sección de ciencias de la Escuela Normal Superior de París, quien originalmente llegó a México para ponerse en contacto con el México antiguo.
Emulando a Boturini, el profesor Aubin reunió una buena cantidad de documentos y manuscritos indígenas, algunos provenientes precisamente de la famosa colección del sabio italiano; desafortunadamente, en 1840 Aubin se lleva toda la colección a Francia, donde la vende a Eugène Goupil; al fin de ese siglo, la viuda de Goupil la dona a la Biblioteca Nacional de Francia, donde hasta la fecha se conserva en la sala de manuscritos orientales; el documento de nuestro interés está registrado dentro de la colección de fondos mexicanos con el número 59-64.
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