Pablo Cabañas Díaz.
En el libro “Ventana al mundo invisible”, el escritor italiano Gutierre Tibón ofrece una lista con “algunos de los más destacados asistentes a las sesiones del Instituto Mexicano de Investigaciones Síquicas (IMIS). Su director y guía era el abogado Rafael Álvarez y Álvarez de la Cadena, entre sus socios estaban el general Plutarco Elías Calles y su hijo Rodolfo, los generales José María Tapia, José Álvarez y Juan Andreu Almazán, además de Miguel Alemán presidente de México, 1946-1952, Abraham Ayala González médico, catedrático y miembro de la junta de gobierno de la UNAM, Alberto Barajas matemático, coordinador de Investigación Científica de la UNAM y presidente del Consejo Consultivo de la Comisión Nacional de Energía Nuclear, Balbino Dávalos abogado y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Fernando de la Fuente Sanders y Xavier Icaza y López Negrete ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Fernando Ocaranza Carmona médico y rector de la UNAM, 1934-1935, Jaime Torres Bodet secretario de Educación y director general de la Unesco y José Juan Tablada poeta y diplomático”, entre otras personalidades.
Otro personaje importante era la hermana Rosa, de Don Rafael Álvarez. Doña Rosa como era conocida era una mujer inteligente, preparada, ágil, despierta, simpática y con carisma. Siempre tuvo una actitud honesta, estilo que le ganó muchos amigos y amigas. Una de esas amistades fue la señora Refugio Pacheco de López Portillo, madre de José López Portillo: las dos pasaron muchos años compartiendo su amistad y experiencias familiares.
Desde joven, Pepe, el hijo de Doña Refugio, descubrió en la amiga de su madre a una mujer con cualidades y capacidad de vidente.
Según la familia López Portillo, Doña Rosa, poseía facultades paranormales.
Un día de tantos, José López Portillo le hizo una petición:
“A ver Tía —le dijo: me acaban de nombrar director de la Comisión Federal de Electricidad. Quiero que me digas si me irá bien y además que visualices lo que me espera. Necesito tu pronóstico ”.
Doña Rosa sonrió como solía hacerlo cuando tenía algo importante que decir.
“Pepe, estás empezando una carrera que te proyectará a otras posiciones públicas más importantes. Cuídate de los corruptos que ahí trabajan. Que no te involucren porque tienes que llegar limpio a los cargos que tu destino, ahora en manos de Luis Echeverría, te tiene asignados. ”
Pasaron los meses y José fue nombrado secretario de la Presidencia. Imagino que recordó aquella conversación y de inmediato llamó a la “Tía Rosa” para comunicarle la buena nueva.
“Te felicito —respondió escueta la señora Álvarez—. Pero aún te falta lo mejor. Así que espéralo ”.
López Portillo hizo entonces una apuesta con Doña Rosa.
“Si eso que tú dices ocurre, juntos nos tomamos una botella del mejor champagne. ¿Te parece Tía? ”
“Me gusta la idea —expresó Doña Rosa—, pero tienes que comprar y guardar otra botella más porque nos van a hacer falta, el otro festejo.”
Al poco tiempo José López Portillo fue nombrado secretario de Hacienda y Crédito Público.
De nuevo la llamada telefónica prometida.
Y otra vez el alentador pronóstico:
“Nos la tomamos, pero falta una botella la mejor de todas”.
“Tía, ¿te das cuenta de lo que acabas de decir?. Lo que faltaría es la presidencia de México ”.
“Entonces cuida tu amistad con Echeverría y guarda la champagne. Ah, y no te olvides de la apuesta, ni de tus amigos ”.
López Portillo nunca se olvidó de Rosa Álvarez y Álvarez de la Cadena. Incluso fue padrino de la boda civil cuando ésta casó con Eduardo Ferrer Mc Gregor, controvertido juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. La pareja de viudos sumaba alrededor de los 150 años de edad. Y sus hijos ya eran personas de fama pública.
En el tradicional discurso de parabienes matrimoniales, el entonces presidente de México advirtió a los recién casados: “Les quiero pedir un favor: no vayan a salir con su domingo siete, así que, don Eduardo, Tía Rosa, nunca se olviden de los anticonceptivos …”
Mal chiste, pero muy festejado dado que su autor era el presidente de México
Ferrer Mac Gregor fue el encargado de condenar a cientos de estudiantes durante 1968.
No era tan duro ni inquebrantable, no al menos ante la corrupción y el narcotráfico. La correspondencia entre el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Euquerio Guerrero, y el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, así lo demuestra.
En la galería 2 de la ex cárcel de Lecumberri, donde el juez Ferrer Mac Gregor condenó a decenas de estudiantes y luchadores sociales en 1968, hay un informe sobre este hombre. La fecha, 3 de mayo de 1974.
“…Respecto al tráfico de drogas, se han dado casos de personas a las que se les ha sorprendido en el aeropuerto tratando de introducir cocaína, resolviendo los procesos en dos meses, lo que normalmente tarda de siete a ocho meses, imponiendo sentencias de menos de cinco años de prisión, lo que permite a los delincuentes salir bajo fianza…”
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