*“No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar”. Tal parece que somos nosotros los que llamamos a gritos a la dictadura de la 4T.
Gregorio Ortega Molina
Por lo regular el cesarismo concluye en los idus de marzo. Algunas ocasiones de manera natural (como ocurrió con Lenin), en otras con una ayudadita, como le sucedió a Stalin y a Hitler. Pueden desaparecer en el exilio, tal como se llevaron a Agustín de Iturbide, Victoriano Huerta o Plutarco Elías Calles.
Andrés Manuel López Obrador puede afirmar, de dientes para afuera, que él se retira a “La Chingada”, pero hemos de prestar atención al testimonio filosófico de María Zambrano: “La primera realidad que al hombre se le oculta, es él mismo”. El presidente mexicano sueña con tener la muerte de Juárez, en su cama, pero en Palacio Nacional, y para ello debe estar allí más allá del 2024, muy lejos de su rancho y sus dichos de propaganda política.
Andrés Manuel López Obrador permitió que el rencor lo envolviera como si fuese el capullo que lo transformaría en el águila de la silla, pero también en la serpiente del escudo nacional. Es la dualidad de su comportamiento, de su manera de ser. Olvidó lo que Sándor Márai dejó escrito en El último encuentro: “Entonces comprendí que quien sobrevive a algo (intento de desafuero, 2006, 2012) no tiene derecho a levantar ninguna acusación. Quien sobrevive ha ganado su propio juicio, no tiene ningún derecho ni ninguna razón para levantar acusación alguna: ha sido el más fuerte, el más astuto, el más agresivo”. Quiere todo, y necesita, para respirar, la humillación del opositor, zaherirlo, lastimarlo, arrastrarlo. Sólo entonces quedará satisfecho, como ocurrió con el comportamiento de Menelao.
No debemos extrañarnos. Nosotros como sociedad, el tío Andrés Manuel como el caudillo ineludible, elaboramos a pulso nuestros amaneceres, angustias, dolores, partos históricos… Márai lo supo bien: “Uno también construye lo que le ocurre. Lo construye, lo invoca, no deja escapar lo que le tiene que ocurrir. Así es el hombre. Obra así incluso sabiendo o sintiendo desde el principio, desde el primer instante, que lo que hace es algo fatal… Es como si se mantuviera unido a su destino, como si se llamaran y crearan mutuamente. No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestra vida, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar”.
Tal parece que somos nosotros los que llamamos a gritos a la dictadura de la 4T.
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