Lo que no es como es
por
Diego Juárez y Rafael Serrano
Hora cumplida
En el fin de la primera y el inicio de la segunda década del siglo XXI, el destino alcanza a México en una transformación profunda irreversible, un cambio de régimen, un viraje en la historia política, el tránsito de un sistema a otro: el paso de un Estado al servicio de la oligarquía a uno popular orientado a la justicia y la igualdad.
Ese destino se labró, a fuerza de persistencia y de resistencia, por la voluntad de una parte de la sociedad. Implicó trascender las condiciones mínimas y poco consolidadas de incipiente democracia (la “representación”, las “elecciones libres” y la “competencia plural de partidos”), y avanzar hacia la participación del pueblo, la presión social en pos de un sufragio efectivo y la posibilidad de superar la hegemonía de los partidos políticos garantes de la operación y reproducción en el ejecutivo, legislativo y judicial, los tres órdenes de gobierno y la administración pública, de un modelo político, económico, social y cultural contrario a la soberanía, opuesto al interés general y realmente antidemocrático.
Los poderes políticos, económicos y mediáticos han resentido ese golpe de timón. Añoran el viejo régimen, afloran sus pulsiones clasistas, racistas, autoritarias, intolerantes y violentas. Expresan su frustración con estridencia, nitidez y cinismo. Manifiestan su repulsión al pueblo y su desprecio a un orden contrario a la preservación de privilegios.
El marco de la pérdida de privilegios cambia paulatinamente el mapa de posiciones sociales y ahora puede verse cómo se han descolocado también los tradicionalmente denominados sectores progresistas, “de avanzada”, liberales y/o de izquierda. Inclusive, en muchos casos se han visto sacudidos y su reacción ha sido de negación a admitir un nuevo orden donde los compromisos y responsabilidades obligan a una auto-reflexión, la autocrítica, a una revisión del propio quehacer y quizás al replanteamiento de la consistencia entre las convicciones y el modo de vida.
Concomitantemente, la parte de la sociedad más activa e inmiscuida en el cambio de régimen también ha debido enfrentar un sismo en sus creencias, afectos, expectativas, deseos y representaciones. Esto incluye el desengaño y el alejamiento, así como el encuentro/reencuentro de los que piensan que una transformación radical es posible en México. En nuestro actual tiempo mexicano, alianzas y coaliciones se fracturan, se polarizan y dividen. Signo de la transformación en marcha; lo cual más que un desastre como proclama la ideología de lo “políticamente correcto” es saludable y muestra una sociedad que debate y enseña lo que somos: lo que no queremos ser y lo que queremos seguir siendo. Es una higiene anímica de la subjetividad que distancia a los públicos, al pueblo o la “ciudadanía” (ese abstracto de la pulcritud académica); lo cual distingue y diferencia al pueblo organizado, plural, de los medios de comunicación y de sus mediadores.
Es el caso de de los periodistas que se olvidan de sus públicos y se alimentan de sus ideologías y fobias para informar; muy consecuente con periodistas del establecimiento mediático que desde ese privilegio clasista, “informar a la ciudadanía”, se convierten en instrumentos de control social y defensores del statu quo; y que ahora, con la crisis global, viven momentos de descomposición y disolución. A estos periodistas, realmente orgánicos, les aterra la pluralidad, el contraste, la refutación a sus dichos y a sus trabajos, huyen de la polémica seria y se bambolean en la hamaca del trascendido y el escándalo apelando a “la verdad” con pos-verdades, confundiendo más que construyendo una racionalidad colectiva; pidiendo “unificar” una sociedad históricamente dividida por la injusticia y la corrupción (la sociedad de clases) y acusando a los que discrepan o refutan con la vara de la división o del desprecio intelectual, cuando ellos todos los días dividen, amarran navajas y se solazan en las zahúrdas de la vida política.
Los periodistas orgánicos del sistema capitalista no sólo muestran miedo y descalificación a las nuevas voces y nuevos espacios para comunicar sino sordera para escuchar a una audiencia que todos los días dicen “respetar” y a ella “deberse”, repiten como un mantra, y todos los días nos muestran un mundo en caos permanente donde el desasosiego y la angustia de lo que sucede deprime a la audiencia después de encolerizarla. En este ambiente, en este con-texto, se ubica el noticiero de Aristegui Noticias y de la periodista Carmen Aristegui cuyo trabajo se volvió una promesa incumplida: ni objetividad, ni equilibrio informativo ni imparcialidad. Lo que sucedió fue un espejismo: ella era lo que nunca fue.
El sueño ha terminado
Bodieu señala: “La filosofía implica pensar no aquello que es, sino aquello que no es como es; implica pensar no los contratos, sino las rupturas de los contratos. La filosofía sólo se interesa por relaciones que no son relaciones”. Más adelante, en concordancia con Platón, asume: “… la filosofía es un despertar, y el despertar presupone una ruptura con el sueño”.
Esa breve disertación viene a la memoria en estos días donde la orfandad derivada de lo que no es como es, obliga a una posición distinta respecto de un acontecimiento ineludible: la ruptura del sueño acariciado por una parte de la sociedad acerca de una relación armoniosa y supuestamente orgánica con proyectos periodísticos, comunicacionales e inclusive intelectuales, de corte libertario, progresista, crítico y transformador (lo que no es).
Despertar tiene costos, uno es, por ejemplo, hallar aquello que no es como es. En el caso de Carmen Aristegui Flores, la periodista; Aristegui Noticias, el proyecto socio-comunicativo (“Desde cualquier medio, periodismo en libertad”); y, Aristegui, el símbolo y la marca:
Lo que es: una promesa, una quimera entre el embeleso, el deseo y la expectativa.
Lo que no es: un proyecto comunicacional crítico y a favor de la justicia, la igualdad y la transformación social, y desvelador de las entrañas y efectos perniciosos del capitalismo.
Como es: una propuesta comercial neutral (ni a favor ni en contra), decente, cordial y progre del periodismo escindido del pueblo; reproductora consistente, coherente y congruente del orden social; y resonante de las preocupaciones de rostro humano de los centros de poder internacional.
Se llega a lo que no es como es al percibir, a partir de una mirada diferente, de cambios, de auto-desmitificación y de reflexión crítica, desde el enclave de la cornisa (intersticio), una ruptura sin vuelta atrás, donde sólo quedan por delante más rupturas, decisiones, distancias y acontecimientos. En ese horizonte no hay de otra: andar y tratar de no caer en el autoengaño de nuevo y, pese a todo, no renunciar a la utopía y a construir un futuro deseable posible.
Creímos en el proyecto periodístico de Carmen Aristegui por lo que no es como es. Suponíamos un proyecto libertario que apoyara la transformación del país pero nos engañamos. Encontramos una informante inteligente sin más compromiso que seguir la ley de bronce del periodismo tradicional: bad news are good news y a veces las good news are bad news. Un periodismo basado en entrevistas, reportajes mezclado con comentarios “calificados”; sobre todo referidos a los escándalos, a los yerros políticos, a los abusos del poder: una manera de entender el periodismo en libertad pero no necesariamente un periodismo comprometido con los procesos de cambio ni por dar la voz al pueblo o como lo dicta el discurso políticamente correcto de los iluminados de buró: mostrar la diversidad sin buscar la unidad.
Nosotros veíamos otra Carmen Aristegui. No nos dimos cuenta que ella fue, siempre, una periodista “neutral” por encima de sus “audiencias” que, por cierto, ella hipostasia todos los días. En su noticiero “las audiencias” hablan o escriben en un pequeño espacio/tiempo acotado donde ella o su equipo de trabajo selecciona de los seleccionable de las opiniones y olvidan que media “audiencia” se da cuenta de su “neutralidad” y de su manera en que se aferra a sus filias y fobias; casi nunca reconoce que su equipo y ella se equivocan de vez en cuando (y cada vez más) sin autocrítica ni ajuste de su trabajo. No nos dimos cuenta de que ella asumía una “superioridad ética” que no se moja ni se ensucia con la realidad, no toma partido. Como todos los medios antes progresistas y de gran valor, Proceso en su momento estelar, Aristegui Noticias ha caído en el supremacismo ético de un periodismo sin autocrítica (no autocensura), soberbio, donde sus informadores se asumen como heridos y maltratados por un poder que increpa a ciertos medios y ciertos periodistas sobre sus desaciertos y malos trabajos; sin reprimirlos o suprimirlos. Se habla de una desproporción cuando en realidad lo que hay es debate sin coerciones de por medio.
A pesar de que los clubes de periodistas hablen de los periodistas muertos en las calles de un país “en llamas” y que describen a un México donde el periodismo es “impracticable” olvidan que los periodistas de a pie trabajan, se juegan la vida, en meandros e intersticios minados por los intereses de los cacicazgos maridados con los políticos del viejo régimen, el crimen organizado y eso incluye también a muchos “morenistas”. Limpiar y proteger a los que informan desde las cloacas es una labor ardua, lenta y opaca; es una tarea impostergable. Pero México no es Arabia Saudita, Turquía o Singapur. Hay periodismo en libertad; pero en una sociedad abierta, también hay enemigos de la libertad, como diría Popper y también enemigos íntimos de la democracia como diría Todorov.
Ahora los crímenes contra periodistas aumentan, curiosamente cuando el gobierno está en una abierta confrontación con el establecimiento mediático y sus comentaristas; lo que les permite llevar agua a su molino para “demostrar” que la crítica del Presidente a algunos opinion makers o influencers o dueños de los medios es contra “la Prensa” y contra “todos” los periodistas e incluso, se afirma categóricamente que motiva o influye en crear un “ambiente” que induce a los asesinatos de periodistas. Más bien habría que preguntarse: ¿por qué el aumento de asesinatos de periodistas justo ahora, de cara a una revocación de mandato y de una crisis pos-pandemia en medio de una crisis mundial? Los periodistas precarizados, fuerza de trabajo barata para los industriales de la opinión, son muy vulnerables y son ellos los que ponen los muertos y son ellos a los que hay cuidar, proteger y respaldar; no así, a los periodistas connotados que difícilmente serán balaceados a menos que sus acuerdos con los mafiosos no se hayan cumplido. Sin duda, fallan las instituciones de seguridad que pertenecen al viejo régimen y fallan las estrategias. Lo que sí: cuando los opinión makers caminen por las calles recibirán una que otra mentada de madre o aplausos narcisos en sus granjas informativas .
Se tiene que reconocer el contexto de los asesinatos de los periodistas y comprender que ya no es “política” de Estado cooptarlos, reprimirlos o suprimirlos. Proteger a los periodistas pobres y de a pie no sólo es deber y labor del gobierno federal, de los gobiernos municipales y estatales sino de los medios que los contratan y de los mismos periodistas que como gremio también están divididos, cooptados y disgregados. Dos contextos diferentes para comprender la violencia contra un sector de la prensa que siempre ha sido vejado y ninguneado. Mucho trabajo para el Estado y para los periodistas del Penthouse mediático que ven el incendio y sólo llaman a los bomberos para luego desacreditarlos . Mucho alarido y poca capacidad para organizar la defensa de sus colegas empobrecidos.
Los enemigos de la libertad están afuera y adentro del sistema mediático. Aristegui los ve “afuera” cuando los tiene ahí, sentados en sus tertulias mediáticas. Ella misma no nos explica la complejidad del problema, de la crisis estructural del sistema comunicación público; no basta con mostrar índices de violencia o visibilizar los crímenes y demandar estridentemente justicia para los periodistas de a pie asesinados, lo cual es sólo un parte, mínima, de lo que se debe hacer; faltan las estrategias para transformar radicalmente el modo de producción de la comunicación pública en México. De poco sirven que los santones de la información agrupados en organizaciones increpen a gobiernos incapaces para detener la violencia. También la “visibilidad” oscurece el fondo del problema: trabajar en el territorio oscuro del periodismo y de su naturaleza para que deje ser un meteorito en torno al poder y se convierta en la voz de los que no tienen voz. De eso no nos habla Carmen Aristegui, no lo practica.
Presente fluido
La reflexión crítica, como señala Martín Serrano, es una forma de ejercitar el pensamiento: “En concreto, el ejercicio de la razón para identificar la irracionalidad, la falsificación y manipulación de los conocimientos y de los sentimientos. Mecanismos que para la crítica son los soportes del sectarismo, de la inhumanidad y degradación de las sociedades”. Esta reflexión crítica se diluyó cuando el neoliberalismo reconvirtió la política, la economía y las ideas: “Como es sabido a partir de la crisis económica que se inicia en 1973, en las sociedades más desarrolladas reaparecen las políticas liberales. Y se aplican a la reconversión de los gastos sociales en inversiones que produzcan beneficios. El denominado ‘capitalismo de rostro humano’ pasa a la historia como una quimera, no tanto porque fuese un disfraz, como porque era intrínsecamente imposible que cumpliese con las expectativas que se le habían asignado”.
El disfraz consiste en auto-presentarse como un capitalismo de rostro humano cuando era la versión más salvaje (deshumanizante) de ese modo de producción. Es cierto, no hay un capitalismo que no sea salvaje, pero sí se ha comprobado una radicalización, cuyos costos volvieron imposible desde su propia égida detener la desigualdad, la caída del crecimiento y la ampliación de la brecha entre capital y trabajo. Paradójicamente esa radicalización devastadora profundiza sus contradicciones, periclita su decadencia y acelera el despertar del sueño obnubilado e impermeable a la revisión del incumplimiento de las “utopías contestarías” y del fracaso estrepitoso de las “futurologías tecnocráticas”. Inclusive, ese onirismo se opuso, en un grado insospechado, a la conciencia respecto de la real densidad y diferenciación del poder mediático.
El neoliberalismo construyó políticamente la máscara del “rostro humano del capitalismo”, entre otras cosas, mediante la designación de ámbitos de supuesta libertad, contrapeso y democratización. La ideología de una ciudadanización (sin demos), se operó con el intervencionismo directo de instituciones trasnacionales (FMI, BID, Banco Mundial, OCDE); de diversos organismos autónomos; de ONG’s u organizaciones de la sociedad civil; y de medios de comunicación, periodistas e intelectuales políticamente correctos; aderezado con una narrativa en versión oligopólica de los nuevos tipos de participación y movilización calificando de demagógicas, trasnochadas y populistas las modalidades de resistencia disidentes.
Mientras no se pusiera en tela de juicio la máscara y se expusiera el rostro real del capitalismo sostenido en la ilegitimidad del enriquecimiento geométrico de las élites económicas; ni se revelara el grado de narcopolitización de los órdenes de gobierno, de los poderes públicos; ni se presentaran en toda su crudeza las consecuencias de la implosión de un tejido social por pobreza, inseguridad, hambre, falta de educación y desempleo; ni se revelarán las omisiones, las negaciones y las francas mentiras del discurso “crítico”; y, ni mucho menos, el pueblo se emancipara de la “democracia sin adjetivos”; el sueño coincidía con el rostro humano y el relato del presente lacerante fluía “desde cualquier medio”, como “periodismo en libertad”. Por supuesto, esta fábrica de semánticas dúctiles era, a ojos de una parte de la sociedad, harto mejor respecto de la mentefacturada por “soldados y soldaderas”, abiertamente al servicio de la oligarquía.
El sacrosanto periodismo y el quehacer intelectual, tantas veces mancillados por la coerción y la cooptación, parecían alcanzar un estatus impensado: ya ni siquiera, modestamente, contribuir al cambio, sino protagonizarlo, encarnarlo y ser en sí y por sí mismos la transformación. Los referentes parecían avalar ese imaginario: Julio Scherer García y Proceso, La Jornada, Vuelta primero y Letras Libres después, Nexos, El Reforma, Lydia Cacho, Denise Dresser, Anabel Hernández, Carmen Aristegui y Aristegui Noticias. Pero involuntaria o voluntariamente se fue de las manos la litis del cambio y en vez de un nuevo orden social con el pueblo en el centro, se recetaron una miríada de recomendaciones “bien intencionadas” de buen gobierno, gobernanza y gobernabilidad, emitidas por enemigos del “capitalismo de cuates”, mas no del “capitalismo real”. ¿Qué avalaba el derecho de picaporte de periodistas, comunicadores e intelectuales? La autoridad moral: fachada incólume y refractaria a todo cuestionamiento, corrección, crítica y rendición de cuentas; certificación de la importancia y derecho a la admonición; pasaporte a la posteridad.
Otro hecho se manifestó, no emergió en esta etapa histórica de cambio de sistema político, tiene tanto tiempo de existir (el mismo de la información como mercancía y del poder mediático subordinado al poder económico), y aún cuesta gran esfuerzo admitirla, porque es parte de un orden o de la misma estructura: se enaltece a próceres intocables de la pluma, el micrófono, las cámaras y las redes; y, al mismo tiempo, se ningunea, discrimina y sacrifica la fuerza de trabajo explotada de periodistas, comunicadores e intelectuales realmente críticos de los poderes formales y fácticos -y, verdaderamente comprometidos con la emancipación popular-. El súmmum del poderío acumulado por la élite de la desinformación: confrontar y someter al poder presidencial no a la crítica y a la interpelación, sino a la afrenta, el denuesto y el infundio; y, no admitir la réplica del presidente ni del pueblo, ni aceptar errores ni reconocer responsabilidad en la fabricación de la mentira. El colmo del narcisismo, de la insensibilidad y de la ignominia es colocar el estamento de eminencias y el proletariado del periodismo en la misma escala y condición de apremio y riesgo: “¡Todos somos Loret!”, “¡Nos están matando!”.
Peregrinos en su matria: conservación y cambio
El orden social y la estructura político-económica que lo sostiene están en crisis. La permanencia de ese orden y estructura será, hasta sus últimas consecuencias, pese a la digitalización, cada vez más contrahistórica. México y el mundo están en transición del globalismo al soberanismo, del neocolonialismo al multilateralismo, del unipolarismo al tripolarismo; están en puerta cambios profundos y decisiones estratégicas en materia de justicia, equidad, autodeterminación, soberanía, república y democracia; en este contexto es válido sostener una postura del tipo “ni a favor ni en contra” o de la neutralidad ideológica, pero quienes esgriman como razón ese posicionamiento social o punto de vista desde el penthouse de “la letra y el cetro”, no quedarán libres de duda, sospecha, insatisfacción e interpelación, llámese Azucena Uresti, Ciro Gómez Leyva, Denise Maerker, Ricardo Raphael, Sergio Aguayo, Denise Dresser o Carmen Aristegui.
Es inevitable en el ahora turbulento mapa de posiciones, ubicar el lugar ocupado por comunicadores, periodistas e intelectuales, el papel desempeñado y su compromiso profesional. Se insiste en la importancia de la información y del conocimiento en la toma de conciencia, en la participación y la transformación de la realidad. Tener coordenadas para decidir las zonas de conservación (por ejemplo, la memoria y la esperanza) y de cambio (verbigracia, las condiciones de explotación y de desigualdad) pasa por opciones éticas, empáticas, emancipadoras y revolucionarias de comunicación, educación, socialización y enculturación. Desafortunadamente, quienes esperábamos y deseábamos encontrar a Carmen Aristegui y su proyecto de comunicación entre esas opciones, debemos admitir nuestro error, nosotros construimos lo que no es. No es conveniente responsabilizarla a ella, Aristegui es como es, su consistencia con una cosmovisión es sólida y son legítimos su propuesta periodística y su quehacer intelectual.
El malestar es con uno mismo. En todo caso es resultado de la frustración al descubrir la ingenuidad del improbable equilibrio informativo en el marco, por un lado, del alineamiento de corporaciones económicas y proyectos mediáticos ante el vértigo de los intereses afectados; y, por otra parte, del inconmensurable e irrefrenable avance hacia tiempos y lugares donde “la política se convierte en el dominio de todos… el hombre político es responsable de sus acciones y opiniones”. A esto es indispensable adicionar en honor a la honestidad intelectual: “las mujeres y los hombres políticos perdemos el miedo a equivocarnos, pero admitimos nuestros errores y no responsabilizamos a los otros de nuestros yerros. La culpa es de nosotros por creer lo que no es, en vez de constatar como es”.
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marzo 17, 2022
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Ni a favor ni en contra: las trampas de Aristegui Noticias
Por Vocero
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