Pablo Cabañas Díaz.
En 1962, surge el primer intento de personificar en la televisión la vida de un personaje histórico en una telenovela. Telesistema mexicano que después sería Televisa, quiso utilizar vidas de figuras históricas, una idea que resultaba atractiva, Ernesto Alonso produjo “Sor Juana Inés de la Cruz”. Era la primera telenovela histórica que se producía, y retrataba la vida de una de las personalidades más complejas de nuestra vida intelectual. Las dificultades no tardaron en hacerse obvias. La censura gubernamental imposibilitó que se conociera la vida real de la poetisa, había temas relacionados a su orientación sexual, que para la moral de esos años eran impresentables en la televisión. Se buscó hacer una versión oficial de su biografía, pero tampoco se llegó a ese punto. El guión de Pablo Palomino y Luis Antonio Camargo estaba mal estructurado para la televisión y presentaba errores de tiempo, fecha y lugares en lo histórico. Resultó un fracaso para Palomino y Camargo. Con este primer intento, se comenzó a evidenciar lo difícil que era realizar una telenovela histórica.
Repuesto del fracaso de “Sor Juana Inés de la Cruz”, Ernesto Alonso cometió un nuevo error esta vez mayúsculo al llevar a la “pantalla chica” la historia de “Maximiliano y Carlota”. En la versión televisiva Maximiliano era el argentino Guillermo Murray y Carlota, la catalana María Rivas. Ambos excelentes en sus actuaciones. La pareja resultó atractiva; vistieron hasta el más mínimo detalle en lujos, con locaciones en el Castillo de Chapultepec. El libreto, depositó todo el peso de la báscula en los emperadores. Eran los buenos de la historia, forzosamente el rol de villano cayó sobre Benito Juárez.
Se creó un problema político para la televisora. Historiadores, partidos políticos, funcionarios de primer orden y sindicatos llevaron sus quejas por el maltrato al héroe nacional ante la Secretaría de Gobernación, la cual impuso a Ernesto Alonso cambios en el libreto original. Debido a que el productor se negó, se vio en la necesidad de tomar el control de este problema, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, que citó a los más altos funcionarios de la televisora para hacerles notar los peligros que entrañaba la labor de mal interpretar la historia nacional, y los invitó a consultar con historiadores sus errores.
En su encuentro con Díaz Ordaz, Ernesto Alonso fue cuestionado por haber contratado como libretista a Margarita López Portillo y Guadalupe Dueñas, esta última su tatarabuela había sido dama en la corte de la emperatriz Carlota, que, si bien le proporcionó veracidad al retrato de la intimidad de la pareja, el resultado era contrario a los valores nacionales. También explicó Diaz Ordaz que no le había gustado la forma en que se recreaba la figura de Juárez. Fue una reprimenda calificada de “cordial” en la que Miguel Alemán Velasco, que representaba la empresa que patrocinaba la serie estuvo de acuerdo en todos los puntos. El mensaje final de Díaz Ordaz demandó que, si la televisión tuviera la necesidad de abordar la historia del país, lo hiciera con veracidad.
Después de la entrevista con el presidente, Mario Moya Palencia, encargado a la sazón de la censura cinematográfica y televisiva, ordenó que se hicieran cambios al libreto para salvar la imagen de Juárez. Imposible. Lo mejor era terminar aquello cuanto antes y así se hizo. En el capítulo 51, de los 80 planeados, se le dio un apresurado remate y Ernesto Alonso, el productor, confió en que pronto se habría de olvidar ese traspiés histórico y político. Se quiso narrar la vida del Emperador Maximiliano y su esposa Carlota como héroes en la telenovela, pero eran los villanos en la historia oficial, y el gobierno se vio en la necesidad de intervenir, censurar y provocar cambios en el libreto. El fracaso por las adecuaciones que sufrió el guión tuvo un impacto económico y político para la televisora. Ernesto Alonso habría de aprender muchas cosas de este fracaso.
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