*Hoy, las habitaciones domésticas de Palacio Nacional están ocupadas por el espíritu de un Eróstrato de nueva factura que, como el anterior, se solaza en el fuego, la destrucción, la violencia. Así desea que lo recuerden
Gregorio Ortega Molina
Que nos obsequien con la verdad parece sencillo, pero nada es más difícil que dejar de mentir, sobre todo entre los humanos que codician poder… poder y más poder.
Puede convertirse en fantasía vivida por quien gobierna, asumirse como una fuente de verdad única e imperecedera, lo que trastoca toda relación interna con los gobernados, y afecta la política internacional tan necesaria en medio de una globalización sin límites, en la que la piedra de toque es la comunicación instantánea, en tiempo real, con la certeza de que los archivos cibernéticos están al alcance y son casi indestructibles. La excelencia en las innovaciones técnicas también aporta debilidades. Los micrófonos abiertos como por descuido, y las cámaras de “seguridad” aportan pruebas de lo que sucede, de lo que hicimos o dejamos de hacer. La intimidad desaparece.
Esforzarse por encontrar una razón a la sinrazón, u ofrecer un concepto actualizado de lo que es verdad o dejó de serlo, y además sustentar el argumento en Michel Foucault y la sutil diferencia entre verdad o decir verdadero, es una pérdida de tiempo, cuando el enigma está resuelto hace casi dos mil años, desde el momento en que Cristo advierte: Yo soy la verdad y la vida. Ahí está el misterio de la violencia que hoy padecemos.
Más allá de la interpretación teológica, lejos de la búsqueda de una explicación filosófica que nos deje satisfechos, tengo la certeza de que la verdad, vivir en ella y para ella, propicia la paz, favorece la posibilidad de convivir y nos aleja de competencias estériles. En estricto sentido, la verdad es vida, de la misma manera que para los aficionados a la recreación con la marihuana, el verde es vida.
Es en este sentido que la verdad trasciende y nos trasciende, y su permanencia en las relaciones humanas es tan imprescindible como el aire que se respira y el amor o los afectos tan necesarios para vivir, puesto que el aislamiento y la soledad -esos atributos del poder absoluto- nada más producen amargura y resentimiento.
Hoy, las habitaciones domésticas de Palacio Nacional están ocupadas por el espíritu de un Eróstrato de nueva factura que, como el anterior, se solaza en el fuego, la destrucción, la violencia. Así desea que lo recuerden.
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