Por Rafael Serrano
Como lo afirman diversos autores e investigaciones, las empresas periodísticas están mutando a plataformas mosaicas, interactivas, que requerirán otro modelo de negocio basado en el control de la información más que en la libertad de expresión: al abaratarse los costos y concentrarse la información en pocos reservorios de información, no sólo se pauperiza o se disuelve el trabajo periodístico como lo conocemos actualmente sino que se hacen innecesarias las actuales empresas periodísticas. Las grandes plataformas, Google, Amazon, Facebook, Alí baba (GAFA), garantizan una circulación interactiva eficaz, pronta y expedita de la producción-distribución-consumo de información a bajo costo con el señuelo de la libertad de expresión entendida como un acto de consumo individual bajo el lema (gimick) del derecho “decir y consumir lo que se me pega la gana si así lo dispongo”. Ahora ellas controlan el flujo de información y también sus encuadres sobre las noticias, convertidas en otras mercancías sustituyendo el carácter mediador atribuido a los medios tradicionales y envolviéndolos en la ideología de que cada persona tiene una opinión diferente sobre los asuntos públicos o privados, en una nueva arcadia de la sociedad del consumo.
Estos emporios informativos y comunicativos, verdadero oligopolio cultural, se amparan en criterios “deontológicos” que establecen autoritariamente. Bajo el manto protector de una libertad de expresión ideologizada (cosificada/acotada), controlada desde sus plataformas, se decide quien puede hablar y quien no, qué consumir y dónde; se invade secretamente la privacidad de las personas con algoritmos intrusivos que rompen las esferas íntimas y privadas bajo el uso de tecnologías del yo desplazando el uso libertario/emancipador de las tecnologías del nosotros. Lo que las convierte en poderosos medios de control social obturando los usos liberadores de las tecnologías de la información y la comunicación (TI).
En este nuevo contexto, los ciudadanos, en las redes digitales, comunes y corrientes son prosumidores de noticias y ya no requieren de las mediaciones cognitivas e ideológicas de los mediadores profesionales institucionalizados, tienen ya el poder de decidir desde su marco interpretativo, más allá de los opinión makers de las empresas periodísticas. Los periodistas y sus empresas institucionalizadas (mediocracia) viven ya una severa crisis, de carácter terminal; no sólo porque técnicamente su práctica profesional es obsoleta sino porque es una práctica decadente. Esta crisis se expresa en sus débiles finanzas, su escasez de audiencias y lectores; así como en su pobreza expresiva. Y también en la emergencia de nuevos “mediadores” que emergen en las redes de manera espontánea y cuya pobreza expresiva es incluso mayor que la del periodismo institucionalizado, basada en la banalización y trivialización de la vida pública y privada.
Los medios y los periodistas transitan hacia las plataformas cargando sus viejas prácticas, sobre todo las malas y se confinan en el comentario, los talk shows, y en un egocentrismo intelectual donde la sabiduría de los tertulianos refiere a sus talachas/obsesiones intelectuales, sus fobias y sus propensiones casándricas de ver todo en negro o de pintar paisajes donde los bosques no tienen árboles, todo es una tundra social: bad news are good news. Por supuesto hay otro periodismo que no sigue esta pauta; pero ahora, es todavía una práctica emergente. Aquí habría que diferenciar entre los influencers que han proliferado en las redes como hongos envenenados (egos vestidos con la patina de sus fobias e ignorancias supinas) y los profesionales de la comunicación serios que lamentablemente son minoría.
También, se ha puesto de moda el hacer periodismo de “investigación” que consiste en hurgar en los meandros de los registros públicos de la propiedad, los ministerios públicos u obtener información privilegiada de gargantas profundas que filtran trascendidos y documentos demoledores (coyotaje informativo desde las cloacas); a veces con acierto y muchas con desacierto, generando desinformación, encono y escándalos más que reflexiones críticas que ayuden a mejorar la gobernabilidad y la gobernanza. No creo que este tipo de materiales o productos comunicativos ayuden a crear una sociedad democrática plena y menos planteando que la libertad de expresión cosificada a decir lo que se me pegue la gana; donde la secrecía los delatores son consideradas fuentes legítimas y “verdaderas” solamente porque fueron sacadas del horno del anonimato y se proteja al informante/delator/filtrador ante posibles agresiones. O algo peor, los influencers que monetizan mostrando su vida privada, Kardashian way of life, con sus opiniones cretinas sobre la vida pública, despolitizadas y dichas desde el sillón del hedonismo individualista, clasista y aspiracionista. El reality show que ya encumbró a un personaje menor como gobernador en la “desarrollada” sociedad regiomontana.
La visibilidad no es fuente de verdad sino de verosimilitud, “como si..”. Recuerden que en Roma se colocaban bocas abiertas para que la ciudadanía denunciará los abusos del poder y los poderosos. La Bocca della Verità resulto ser una boca ponzoñosa, delatora llena de odio, resentimiento y venganza que terminó en represión y más autoritarismo. Por supuesto, no niego que existan documentos y testimonios válidos, honestos y valientes pero no deben ser usados para colocarles la pátina del amarillismo. Ahora, los periodistas se refugian en un periodismo de “investigación” o en el comentario o la editorialización generalmente escandalosa sobre la agenda pública y la capacidad o incapacidad de los gobernantes para responder a sus encomiendas.
Surgen preguntas: ¿tendrá caso continuar realizando periodismo de “investigación” que generalmente es pobre y se escuda en hurgar en las alcantarillas sociales con el parapeto de la secrecía de las fuentes y/o la filtración de información?; ¿qué sentido tendrán los talk shows que abundan en los noticieros y revistas informativas de los viejos medios como la radio y la televisión regidos por dramaturgias golpeadoras y estridentes; por ejemplo: la fobia enfermiza de la profesora Denisse Dresser como representante de la intelectualidad orgánica convertida en “influencer”, las hijas que destruyeron los legados periodísticos de su padres: Beatriz Pagés y María Scherer; o las patéticas dramaturgias de Brozo, Loret de Mola, Alazraki o lord Molécula, etcétera?.
A estos medios y a estos mediadores: ¿les importan las audiencias o el público o ese abstracto que se llama ciudadanía o les importan más otras cosas; como el rating y su necesidad de monetizar la información o sus alianzas con los grupos que luchan por el poder? La fragmentación y la segmentación perversa de las audiencias no refleja un avance democrático sino una disolución, líquida, de la opinión pública; por cierto, una opinión pública en donde nunca ha prevalecido el diálogo raciocinante de ciudadanos ilustrados. Prevalecen los monólogos de granjas informativas que hoy abundan en las redes digitales donde ahora se interpreta los acontecimientos políticos desde la perspectiva de un “influencer” cuasi-analfabeta que ofrece un maiceado informativo de acuerdo a los especímenes de la granja.
El trabajo de los periodistas debe no sólo renovarse sino transformarse y volver a los fundamentos de la práctica periodística: narrar con objetividad, relevancia y con verdad lo que sucede en la vida pública. Es urgente. Eso significa un arduo trabajo por formar y reformar la práctica del periodismo; sobre todo, el defender y ampliar la convivencia democrática desde el respeto del otro y de los otros. Como le prescribe Todorov: la libertad de expresión no es el fundamento de la democracia sino el sucedáneo del reconocimiento del otro, de la diferencia que exige respeto. La máxima habermasiana lo indica: mi derecho a hablar es mi obligación a escuchar. Muchos periodistas hace tiempo que no escuchan ni se escuchan, son una caja de resonancia, un espejo de Narciso.
Sabemos que los procesos de democratización están siendo amenazados por los grandes reservorios de información como lo son las GAFA, donde habría que responder al papel que tendrá el periodista o el mediador profesional de la comunicación en este proceso de disolución de las utopías democratizadoras y de el surgimiento de una sociedad profundamente alejada de la Res Publica, hundida en un individualismo hedonista y viviendo en el tráfico de la instantaneidad.
Al respecto, yo he escrito sobre la manera en que los medios escritos/impresos han entrado en una crisis de expresividad que refleja una crisis estructural que va más allá del fin de periódico y de los periodistas como los conocemos ahora, incluyendo la comentocracia que es un síntoma de su crisis terminal. Lo que observo es una crisis sistémica de cambio hacia un nuevo orden informativo que seculariza la información y por tanto “democratiza” la circulación de información; se dice que la empobrece como si la información mediada por los periodistas profesionales haya sido siempre mejor que la que circula en las redes; cuando más bien la pobreza y la riqueza expresiva tiene que ver con desarrollo cultural del sistema democrático que por cierto, no ha logrado madurar ciudadanos y crear una ciudadanía ilustrada. (Mea culpa. En tiempos de zopilotes. https://indicepolitico.com/mea-culpa/ )
Los periodistas del futuro deberán reconvertirse radicalmente. No sólo habilitarse tecnológicamente sino internalizar modelos expresivos superiores, como la tragedia, para contar o narrar la vida y los sucesos de la vida social, política. El periodismo, si es que sobrevive, tendrá que ser el que ejerzan personas, profesionales de la narración, hipertexutales y con dominio de la transnarrativa y sobre todo humanistas, humanizadores. Hay vidas ejemplares que nos muestran el camino: Ryszard Kapuscinski, Svetlana Aleksiévich, Robert Fisk, etcétera; los nuevos Tucídides que defiendan las nobles utopías del conocimiento como un bien común y para todos.
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diciembre 9, 2021
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Renovarse o morir
Por Vocero
Por Rafael Serrano Como lo afirman diversos autores e investigaciones, las empresas periodísticas están mutando a plataformas mosaicas, interactivas, que requerirán otro modelo de negocio basado en el control de la información más que en la libertad de expresión: al abaratarse los costos y concentrarse la información en pocos reservorios de información, no sólo se... Más [+]...