*El narcotráfico quebró el Estado de Derecho e infiltró los tres niveles de gobierno. Nunca como ahora el futuro de México está comprometido, sobre todo porque procuración y administración de justicia parecen no existir
Gregorio Ortega Molina
Suponer que el narcotráfico está desarticulado, que los cárteles se desdibujaron o, de plano, quedaron confrontados a muerte, es una ingenuidad. Los grupos, juntos o por separado, rinden cuentas a sus controladores y entregan tributo a quien tienen el compromiso de hacerlo.
Lo que sucede es la consecuencia lógica del crecimiento del “negocio” y la manera en que se reconfiguró. De los cultivos de amapola, coca y marihuana, se pasó a las drogas químicas y de diseño, de menor costo en su producción, con reducción de riesgos y enclavada en las ciudades, no en el campo.
Además de la reconfiguración es necesario considerar la manera en que se diversifica constantemente. Los barones de la droga lo mismo están en la producción y distribución de estupefacientes, como en el tráfico de personas, la trata, la venta de seguridad, el cobro de piso, la inversión en el quehacer político, al financiar candidatos y sus campañas y, como lo aseveran los que saben, la administración de 30 por ciento del territorio nacional, sin incluir la responsabilidad de gobernar. Mandan, pero a ojos vistas no son responsables de lo que sucede.
El territorio más codiciado de esa parte de la república administrada y controlada por los narcotraficantes, es conocido como corredor del Pacífico, porque fue en esa zona donde se asentaron cuando en los años 80 creció exponencialmente el negocio, y porque desde entonces detectaron que geográficamente era estratégica para acceder al enorme mercado de Estados Unidos. Hoy puede considerarse que los narcotraficantes de visión empresarial fueron Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero. Lo que sucedió después es producto de una disputa con los controladores de Estados Unidos afincados en sus agencias antidrogas y en la CIA. El agarrón por el dinero.
Hoy Ovidio Guzmán es el beneficiado de esa época, con un ingrediente adicional, por el momento es intocable para las autoridades mexicanas y, a menos de que cometa un gran error, es el enlace con el trasiego a Estados Unidos.
También está la otra vertiente, la de los financieros, pues son ellos los que determinan cómo convertir en negocios limpios el dinero sucio del narcotráfico y, además, los que inciden de manera definitiva en las decisiones que han de tomarse para simular las distancias adecuadas entre ellos y el poder político, pues su influencia, para ser poderosa, debe ser transparente, no existir.
Hoy, más que nunca, esa influencia de los encargados de las finanzas de los barones de la droga es determinante, porque los programas sociales del gobierno demandan enormes cantidades de recursos económicos que muy difícilmente pueden satisfacerse como lo prevé la secretaría de Hacienda, sustrayendo los “supuestos” ahorros del gasto programado, para poder depositarlos en las tarjetas de bienestar.
Don Winslow escribió en El cártel lo siguiente:
Calderón pronuncia un discurso.
-Hoy reitero mi promesa de no cejar en la búsqueda de un México en el que predomine el orden. Todos los hombres y mujeres mexicanos debemos decir <<basta>>. Nos hemos unido para enfrentarnos a este mal. No podemos aceptar esta situación. Nuestra lucha es frontal. Las capacidades del Estado mexicano se alinearán para romper las estructuras de cada uno de los cárteles. Estamos decididos a recuperar las calles que nunca debería haber dejado de ser nuestras.
Sucedió a la inversa. El narcotráfico quebró el Estado de Derecho e infiltró los tres niveles de gobierno. Nunca como ahora el futuro de México está comprometido, sobre todo porque procuración y administración de justicia parecen no existir.
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