*El periodismo, a diferencia del poder político, carece de mandato constitucional, pero está determinado por uno de mayor peso y trascendencia: el que le impone la sociedad, que lo encumbra, defiende y da la vida por esa parcela de verdad que se le ofrece, o le da la espalda, lo rechaza, lo hunde y hasta disfruta cuando lo ve enfangado
Gregorio Ortega Molina
Jorge Zepeda Patterson, el prosélito más conspicuo de Andrés Manuel, sostiene que el periodismo desvirtúa su tarea, desestructura su función, por dedicarse a responder las críticas, infundadas o certeras, del presidente de México. Una propuesta, que revise los temas de sus textos. Su santo patrono de Palacio Nacional determina la agenda informativa de los medios, y si no lo logra hace rabieta.
Vayamos a la pregunta fundamental: ¿qué es el periodismo, como sinónimo de información? ¿Un derecho constitucional? ¿Un servicio? ¿Una necesidad? Hace muchos años sostengo que si los periodistas (reporteros, fotógrafos, redactores de mesa, analistas, editorialistas) cumpliéramos cabalmente con nuestra función social, las organizaciones no gubernamentales serían innecesarias. Es a través de la prensa que la sociedad debe expresar su rechazo o aprobación a las políticas públicas; dar, o no, su apoyo a las autoridades y, al mismo tiempo, exigir el cumplimiento del mandato constitucional de esos funcionarios públicos, elegidos y/o nombrados.
Tampoco podemos perder de vista que el periodismo se desarrolla dentro de empresas que “venden información”; es decir, su esencia es investigar los hechos (les faits divers) que determinan la relación entre los diversos grupos sociales, y entre éstos y sus gobiernos y/o representantes en el Congreso, con el propósito de evitar los abusos de poder.
La prensa es un poder, sí, pero no político, sino social. Su fuerza está en el respaldo de sus seguidores, en el apoyo de los anunciantes, pero sobre todo en la distancia marcada entre el oficio de informar y el de mandar. Es necesario considerar la poderosa seducción del poder, aunque es importante dar su verdadero valor al poder de informar.
Habríamos de releer Los anillos de la memoria, de Georges Simenon, y La Guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín, para acercarnos a la comprensión del mundo en el cual se mueven los “informadores”, lo mismo los directivos que las infanterías.
Las dimensiones de lo que ocurren están dadas: ¿en qué calidad hace Gustavo Díaz Ordaz su cómplice a Ricardo Garibay, para que sea testigo del trato que propina a Agustín Yáñez? ¿Por qué Luis Echeverría Álvarez hace partícipe a Julio Scherer García del proceso íntimo y personal de su propia sucesión? ¿Qué motiva a José López Portilla sacar por delante el pecho presidencial para defender a Manuel Buendía? Y una pregunta adicional e ineludible: ¿pueden el político y el periodista ser amigos?
El periodismo, a diferencia del poder político, carece de mandato constitucional, pero está determinado por uno de mayor peso y trascendencia: el que le impone la sociedad, que lo encumbra, defiende y da la vida por esa parcela de verdad que se le ofrece, o le da la espalda, lo rechaza, lo hunde y hasta disfruta cuando lo ve enfangado, como lo hicieron buena parte de los mexicanos con las listas de los narcoperiodistas, y lo hace ahora con las palabras de fuego presidenciales.
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