*Desconozco qué es lo que más placer produce al hombre de poder, si corromper o corromperse. Supongo que la primera, pues satisface su lado sádico, goza viendo cómo transforma la rectitud y honorabilidad de seres humanos, en sumisión absoluta por la necesidad del empleo y el salario. Participan las coordenadas de acoso sexual y sevicia. Gutiérritos existen en todas las oficinas públicas y privadas
Gregorio Ortega Molina
Partamos de un hecho incontrovertible: todo ser humano, o casi, es susceptible de corromperse y, de hecho, todo cuerpo se corrompe si es sepultado. Incinerar ahorra ese paso que atemoriza a los vivos: los gusanos hurgando en lo que fue tu cuerpo vivo y en una exhalación grotesca pierde toda sensación. Deja de ser el hogar de la razón, del espíritu, del alma.
Son otras las vertientes de la corrupción que nos atañe: económica, moral, social y profesional, sin dejar de lado la que de manera implícita se favorece por el modelo político presidencialista, con garantía de impunidad para que el “sistema” funcione. Lo señaló Miguel de la Madrid Hurtado y lo tundieron e incluso obligaron (obligó) a retractarse.
Desconozco qué es lo que más placer produce al hombre de poder, si corromper o corromperse. Supongo que la primera, pues satisface su lado sádico, goza viendo cómo transforma la rectitud y honorabilidad de seres humanos, en sumisión absoluta por la necesidad del empleo y el salario. Participan las coordenadas de acoso sexual y sevicia. Gutiérritos existen en todas las oficinas públicas y privadas, y nadie se ocupa de denunciar y combatir esta corrupción que destruye a quien la padece, pero también a quienes la contemplan y aplauden, por aquello de quedar bien con el jefe. La lealtad a toda prueba.
La corrupción explícita en la lealtad a toda prueba: veas lo que veas y escuches lo que escuches, el silencio es la condición absoluta para que conserves el favor del jefe, el puesto, el salario, y lo que salga del cajón destinado a tus bolsillos.
Y esa que destruye la confianza en la administración de justicia, en los jueces, magistrados y ministros de consigna, capaces de prolongar una prisión preventiva con argumentos falaces, en contra de la ley y la razón. Siempre y en todo gobierno o modelo político se practica, de manera selectiva, aunque no tan discreta, la sentencia, el arraigo, la “aplicación de la ley” como arma política para disminuir las pretensiones de la oposición, o para satisfacer las venganzas presidenciales, como en el caso de Rosario Robles Berlanga. Y el uso faccioso del criterio de oportunidad, con pase libre al Hunan, para después dar con los huesos en la cárcel, por no satisfacer los parámetros de moralina presidencial.
Es imposible negar que la corrupción por dinero ha roto toda medida y es desvergonzada, al menos desde 1988, pero lo que hoy sucede con esa corrupción que modifica el comportamiento ético y profesional de los mexicanos, que se acomodan a la dádiva de los programas sociales a cambio de un apoyo político efímero, pero decisivo, porque convierte en gobierno a los enemigos de México.
Es la corrupción de los sepulcros blanqueados, impolutos en su dicho y en su imagen, pero que se solazan en modificar voluntades, en trastocar proyectos y promesas, en encontrar justificaciones en los usos y costumbres, para evitar poner orden y, así, seguir mangoneando.
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