*El desprecio, hoy, es una manifestación del poder, y éste se hace patente en el monto de las fortunas. El que tiene, puede, el otro sólo es un sirviente
Gregorio Ortega Molina
El imperativo de concluir el discernimiento de la identidad nacional, del ser del mexicano, se complica, porque lo dado como resuelto reaparece con nuevas aristas y peores escollos para darle carpetazo. El necesario mestizaje parece avergonzar a unos y provoca rechazo en otros. Lo grave es que a los mestizos los ven con malos ojos los criollos y los indígenas. Los consideran un café con leche aguado.
Debido a la lectura de mis preocupaciones sobre la Patria y la identidad nacional, un amigo, primero, y luego los lectores domésticos, me despiertan de mi letargo, ilusión o empecinamiento por creer que, desde el punto de vista de integración cultural, social y política, habíamos recorrido un saludable camino.
Parece que no. Un inteligente profesional del periodismo, me escribió lo que comparto: “Me pusiste a pensar con tu texto. En efecto, somos un pueblo que, gracias a las guerras civiles, hemos estado inmersos en un intenso mestizaje, estamos orgullosos de nuestro pasado indígena, y, sin embargo, mantenemos a los indios en una vergonzosa marginación. Somos, es obvio, un pueblo mestizo, pero si observas, reiteradamente se produce un fenómeno de separación racial, los más prietitos en las zonas pobres y los blancos en los espacios fifís. En las jerarquías de toda índole, conforme subes puedes observar como la escala tiende a blanquearse. Hay excepciones, pero sólo confirman la regla. Desde luego, en Masarik o en Altavista encuentras gente morena, sí, pero es la que sirve a los blancos que acuden a esos lugares, lo que por otra parte es evidencia lastimosa de nuestras desigualdades económicas. Salvo Benito Juárez, de quien siempre se recuerda que era indio, nadie menciona que Morelos o Guerrero era de sangre africana. Nuestra historia también está blanqueada. En lo que se refiere a igualdad de derechos tenemos avances considerables, al menos en el papel, pero otra cosa es lo que nos enseña la realidad. Hemos avanzado, pero todavía nos falta un inmenso tramo por recorrer. Gracias por ponerme a reflexionar sobre algo tan indignante”.
“Y sí”, me dicen en casa cuando comento el colofón anterior, “pero se queda corto -afirman-, porque a mayor riqueza, a mejor comunicación, a más facilidades para viajar y conocer, correspondió un retroceso cultural, porque transitamos del clasismo y el racismo de los coletos chiapanecos, al desprecio que hacen patente los integrantes de las diversas mafias del poder, la economía y la cultura. Se ha pasado del odio racial al desprecio social. Los que no son criollos, no existen”.
Es posible que así sea, y con recursos para investigación puede llegar a comprobarse. Hacen un esfuerzo por ocultarlo, pero allí está ese desprecio que se manifiesta en el lenguaje cotidiano, e incluso desde la lengua de fuego de las conferencias matutinas.
El desprecio, hoy, es una manifestación del poder, y éste se hace patente en el monto de las fortunas. El que tiene, puede, el otro sólo es un sirviente.
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