Aletia Molina
¿Qué es una corrida de toros? ¿Un arte? ¿Una forma gratuita de tortura? ¿Un placer sádico para algunos iniciados o un vestigio tradicional de viejos preceptos morales? ¿Es un acto de valentía o de cobardía pura? ¿Es acaso una fiesta o un funeral?
La fiesta brava parece destruir toda definición. Se trata, al mismo tiempo, de una representación sin guion ni actores, un juego de fortuna en donde los dados están cargados, un espectáculo de seducción, algo arcaico y vivo, que respira apenas, entre viejas rencillas políticas y nuevos sueños. Es un todo simbólico que se evade al acercamiento de los que no han sido iniciados y una imposibilidad de discusión sin que broten pasiones.
Como neófita y curiosa, ¿Es posible defender la fiesta de los toros más allá de su protección legal, de la tradición, la costumbre y la cultura? El pilar de la filosofía clásica, la razón, no parece servir para mediar entre dos grupos profundamente polarizados.
Las corridas de toros en nuestro país no tienen el espíritu trágico de las corridas de Sevilla, nosotros, los mexicanos, estamos demasiado cercanos a la muerte como para entenderla como tragedia. En México, la corrida es una fiesta.
Hablamos de definiciones, miedos y resistencias. Porque hay algo de miedo y de desconfianza hacia los movimientos antitaurinos que se transparenta en las palabras y todas las manifestaciones culturales están destinadas a morir porque son humanas… Pero si hay una prohibición cuando todavía hay interés por parte de los aficionados, del público, de los toros —que existen, viven y necesitan expresarse—, de los toreros, hay un asesinato cultural.
Las referencias políticas no son gratuitas. Hemos visto cómo en España las corridas de toros se han politizado a un grado insospechado: la prohibición de la fiesta brava en Cataluña tiene más que ver con el nacionalismo centralista español que con protestas de crueldad animal.
En esta defensa minoritaria de las corridas se mezclan también los argumentos que rezan: la desaparición de las corridas de toros supone la desaparición de una especie animal. Este argumento que disfraza a la fiesta brava de ecología es de los más polémicos en la discusión antitaurina. Lo cierto es que nuestra relación con los animales ha cambiado.
En este mundo moderno podemos aceptar que maten a un animal tras muros cerrados, después de vivir una vida indigna, sin conocer la luz del sol y llenos de hormonas, pero parece crueldad dejar vivir a un animal en campos abiertos durante cuatro años y darle la oportunidad de defenderse y morir de pie en un ruedo.
Todas estas razones pueden insultar a los defensores de animales o a aquellos convencidos de la crueldad de las corridas. Y esa sensibilidad es absolutamente comprensible. Lo que busco no es cambiar opiniones, o convencer adeptos, sino comprender todas las poses.
No sé si cuando se prohíban terminantemente las corridas de toros, el hombre en verdad gane algo de humanidad. Lo que sí sé es que perdemos mucho cuando dejamos de escucharnos, cuando los gritos callan los argumentos, cuando las pasiones devoran las razones.
Existen argumentos morales a favor de las corridas de toros, por lo que ser taurino es una opción ética legítima… O por lo menos, es lo que decía Savater.
@AletiaMolina
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