*A lo peor consideró necesario dejarse ofender, disminuir, escarnecer, zaherir, pues con esa idea de la remisión de sus errores y culpas, piensa que le hace falta
Gregorio Ortega Molina
Los lugares comunes sobre los despidos o enroques o cambios de puesto entre los políticos mexicanos, abundan. Cayó parado. Saltó para arriba. Supongo que la idea es, siempre, dar la sensación de que les va bien, aunque no sea cierto.
Lo que sucede con Olga Sánchez Cordero es de no entenderse. Hay que considerar sus orígenes, su formación católica, su éxito en el Poder Judicial, sus logros económicos, la solidez estructural y ética de la familia que ella formó. No es de golpes de pecho, pero sí de misa dominical y los días de guardar, así como de observancia de los preceptos de su fe católica.
Allegados a ella, personas de su entorno, me cuentan que aceptó la invitación inicial de Andrés Manuel a la secretaría de Gobernación, porque la consideró una tarea ineludible para la remisión de sus errores y culpas. ¿Qué idea se habría formado del ejercicio del Poder Ejecutivo desde lo que era esa secretaría hasta antes de convertirla en lo que hoy es? ¿Podrá reinventarla Adán Augusto? Es preciso recordar que vaciaron la institución.
Sin el propósito de demeritar su esfuerzo, con ella en el gabinete se tuvo por vez primera no a cualquier mujer en ese cargo, sino a una abuela de clase alta, beneficiaria de ese denostado neoliberalismo y de la mafia del poder, además de a una barbie en política, acicalada y peinada tan bien, como para que los problemas le hicieran lo que el viento a Juárez.
Al decir de las columnas políticas y del entorno presidencial, fue incapaz de sorprenderse ante la aplanadora de la dura palabra de Andrés Manuel, incapaz de desquitar su frustración y su enojo con personas de su temple, su carácter y su tamaño en el cuadrilátero de la confrontación verbal.
¿Qué necesidad, entonces, de insistir en la amarga experiencia, y buscar un refugio en el Senado de la República? Dista mucho de ser una leona herida o una elefanta aterrada. Y por más domesticados que aparentan ser los integrantes de esta ala del Poder Legislativo, poseen lenguas bífidas y más afiladas que la presidencial; también tienen, entre sus beneficios, la inmunidad necesaria y la justificación del compromiso con sus electores, para zaherir sin detenerse a pensar quién es el destinatario del dardo envenenado.
A Porfirio Muñoz Ledo, poseedor de una amplia experiencia legislativa, primer legislador en interrumpir un Informe Presidencial, gran orador, de una inteligencia superlativa y capaz de lapidar a cualquiera con una frase, le fue como lo fue durante su última presidencia en la Cámara de Diputados. Hay edad para todo, pero, lo más importante, ni el gran Muñoz Ledo ni la señora Sánchez Cordero supieron elegir a sus compañeros de viaje. Traicionó a ambos, los engañó de igual manera a como ahora hace con los descorcholatados.
A lo peor consideró necesario dejarse ofender, disminuir, escarnecer, zaherir, pues con esa idea de la remisión de sus errores y culpas, piensa que le hace falta.
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