*Los hábitos, la cultura, la religión, el modito de razonar y mandar, son producto de 500 años de consecuencias de la Conquista. Guste, o no
Gregorio Ortega Molina
El problema de aspirar a ejercer el mando presidencial por la palabra, es que, más pronto que tarde, quien así lo hace se convierte en un deslenguado que todo lo distorsiona para que la realidad se ajuste a su dicho.
A estas alturas es necesario aceptar que André Manuel está lejos de inquietarse, ya no digamos asumir la responsabilidad, por el daño que causa y el feroz resentimiento sembrado en su base política. Vive por y para la confrontación, es su aliento vital. Se tatuó en la corteza cerebral el mantra de Jesús Reyes Heroles: lo que resiste, apoya. Así es como se entiende que, durante sus conferencias matutinas, sean dichas más y más barbaridades presidenciales. El propósito es claro.
¿De qué manera lograr que los medios informativos le cedan espacio noticioso y los opinadores lo tengan entre sus temas casi ineludibles? Denostar es la tarea por Andrés Manuel asumida. Poca importa si su dicho es sostenible o no, lo que se necesita es que lo mantengan como motivo de conversación, de análisis, de queja. ¿Puede hacérsele un vacío entre la sociedad? Imposible a estas alturas, los jefes de información y de redacción lo dejaron convertirse en el “chef” de la orden informativa, en la voz cantante en las juntas de edición. Allí permanecerá, aunque en 2024 pierda la elección.
Pero este asunto de las barbaridades verbales crece en distorsión de la verdad histórica, de la realidad, o aspira a regresar a buena parte de los mexicanos a la época de la Colonia, para que siempre estén dispuestos a la confrontación con el otro y lo otro. En este caso la Conquista y sus resultados, el mestizaje y sus consecuencias. Es el tlacaélel del siglo XXI y la regresiva transformación de México en una ilegible ideología, sin programa, pero con poder.
“La Conquista española es un rotundo fracaso”, aseveró -palabras más, palabras menos- en los días previos al contradictorio festejo de la caída de Tenochtitlán, donde el oficiante y su sucesora mostraron el desprecio que siente por la vida de sus súbditos, pues llenaron el Zócalo de bote en bote, sin sana distancia, sin mascarillas ni cubrebocas, ni gel, sólo abrazos, más y más abrazos, como si de convocar al contagio se tratara.
Las interrogantes suscitadas por esa enorme barbaridad presidencial son muchas e ineludibles. ¿No es Andrés Manuel producto directo de esa Conquista por él calificada de rotundo fracaso? ¿Es él un rotundo fracaso? ¿De dónde su Detente? Y su religión, se manera de ser, de vestir, de vivir, de hablar y pensar, ¿no provienen de ese mestizaje dejado por la fracasada Conquista? El presidente de la República, como la mayoría de los mexicanos mestizos, criollos o de segunda generación, somos producto de lo que dejaron aquí los hijos de doña Marina y Hernán Cortés.
Los hábitos, la cultura, la religión, el modito de razonar y mandar, son producto de 500 años de consecuencias de la Conquista. Guste, o no.
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