*El diagnóstico, la lección aquí está. Si queremos recuperar la vigencia del derecho a la verdad somos los ciudadanos quienes tenemos la obligación de exigirlo y, en su caso, salir a buscarlo, pues de otra manera no podremos ser, de nueva cuenta, una patria, un grupo humano con sentido de pertenencia y unidad de objetivos para construir la nación
Gregorio Ortega Molina
Andrés Manuel López Obrador, que aspira a convertirse en estadista, nada más es un acomodaticio. Desecha lo que no le cae como anillo al dedo, pero se sirve de lo que le facilita -gracias a acomodos legales al servicio de los políticos- mangonear a su antojo, por encima de la ley, la Constitución, y también en contra de toda norma moral.
Es el caso del acuerdo que atañe a las funciones jurisdiccionales de la Guardia Nacional que ayer compartimos. Es importante regresar al texto de Diego Valadés, Constitucionalismo crítico, donde leemos: “La utilización de los acuerdos facilita las decisiones de contenido normativo, aunque carece de regulación constitucional o legal. Su desarrollo empírico se hace evidente en la media docena, como mínimo, de aplicaciones diferentes que aparecen en la mencionada Ley Orgánica de la Administración Pública Federal. De esta manera, se generó una práctica legislativa propiciada por las condiciones hegemónicas del ejercicio del poder y por la extrema concentración de facultades de las que está investido el presidente de la República (negritas mías). No debe pasarse por alto que esta ley fue publicada en 1976, en un momento cenital de la hegemonía del partido”.
Confirmo mi afirmación, el actual ocupante de Palacio Nacional es acomodaticio, pues se sirve de todas las artimañas extralegales pergeñadas por sus odiados ex compañeros de partido. No debemos olvidar que el señor López Obrador fue un connotado priista.
Constatamos que así el derecho a la verdad será conculcado reiteradamente, porque el dueño del saco de canicas lo esconde en la bolsa de los pantalones, y encima pone la mano derecha, para que sólo él esté en contacto con esa parte del poder que funciona a su voluntad.
Resulta imprescindible citar a Valadés: “En México se creó una especie de absolutismo presidencial desde el momento en que se fundó la república constitucional. Nada de lo que ha sucedido puede ser considerado sorpresivo y, por supuesto, tampoco implica que el país esté impedido para funcionar conforme a los estándares de una democracia avanzada”.
Ahora podemos comprender -pero no aceptar- la vocación de AMLO, todavía mayormente distorsionada por su evangelismo cristiano, lo que lo convierte en un ser humano obsesivo.
Otra necesaria cita de Diego Valadés: “En el contexto de la pandemia se produjo un fenómeno adicional: la emergencia potenció la estructura concentradora del poder constitucional en la presencia de un dirigente carismático. El ensamble de la estructura, de un líder con fuerte apoyo social que en adición cuenta con un partido personal, y la inesperada aparición de una pandemia con características inéditas en la historia planetaria por su difusión simultánea en casi todo el globo terráqueo, produjo un desajuste para el que no estaba preparado un sistema envejecido”.
El diagnóstico, la lección aquí está. Si queremos recuperar la vigencia del derecho a la verdad somos los ciudadanos quienes tenemos la obligación de exigirlo y, en su caso, salir a buscarlo, pues de otra manera no podremos ser de nueva cuenta una patria, un grupo humano con sentido de pertenencia y unidad de objetivos para construir a la nación.
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No que no, sí que sí…. Pronto apareció la secuela de la corrupción y la impunidad. Mauricio Toledo libra el desafuero con la complicidad de ya saben quién… Obvio, el PRI.
www.gregorioortega.blog @OrtegaGregorio
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