*Con el neoliberalismo y el narcotráfico como factor real de poder, la corrupción creció de manera exponencial. Los analistas ofrecieron soluciones, una acertada, la reforma del Estado, para reordenar constitucional, legal e institucionalmente a la nación, darle sentido de patria, recuperar el nacionalismo; sin embargo, optaron por quedarse a hozar en el lodazal de la alternancia, que nada resuelve
Gregorio Ortega Molina
El desafío para recuperar el proyecto de nación e iniciar, ahora sí, una reforma del Estado y readecuar el concepto de nacionalismo, necesariamente pasa por el rechazo a la mentira como instrumento de control social, y por la negociación con los factores reales de poder, incluido el crimen organizado.
La culpa recae en nuestra afición a los deportes nacionales, principalmente en nuestro empeño por jugarle al tío Lolo. Sabemos lo que ocurre y nada hacemos para remediarlo, entregamos la casa a los intereses de los que se dicen aptos para administrarla.
El diagnóstico de Diego Valadés en el libro citado, es puntual: “En el sistema constitucional mexicano no existe el órgano colectivo denominado gobierno y, como dispone el artículo 80 constitucional, la totalidad del Poder Ejecutivo recae en una sola persona. La Constitución hace varias referencias a gobierno como función, mas no define al órgano. La concentración de potestades, por ende, resulta de manera directa del sistema constitucional”.
¿En qué momento dejó de ser funcional -para todos- esa presidencia imperial? El desgaste fue real, pero su verdadera inoperancia y posibilidades de desnaturalización se mostraron en la facilidad con la que Obregón y Calles lograron la conculcación constitucional para restablecer la reelección. Con ella se pretirió el sufragio efectivo, restablecido hasta lograrse la ciudadanización de las instituciones electorales. El presidente de la República dejó de ser organizador y árbitro de la contienda por el poder.
Es lo que ahora -con argucias, mentiras, coacción, corrompiendo- se empeñan en restablecer. La institución presidencial como un todo, similar a ese ojo de la divinidad que nada pierde de vista. ¿Dónde los instrumentos económicos que le permiten estar en la cúspide? El “adelgazamiento” del Estado también lo fue del poder. La institución presidencial reunió -en su mejor momento- tanta fuerza económica como las cúpulas empresariales. Podían hablarse de tú, aunque establecieran normas para el diálogo e instituciones para hacerlo, como la Comisión Nacional Tripartita, o los órganos administrativos en los que compartían responsabilidad, como el IMSS.
Para cristalizar ese “distanciamiento”, al último presidente de la Revolución le pasó por la cabeza la idea de expropiar los bancos, destruir el sistema financiero nacional, hoy únicamente representado por Banorte, y en su casi totalidad en manos extranjeras.
Para equilibrar las fuerzas de negociación y tener acceso a los recursos económicos de la delincuencia organizada, concretamente del narco, se modificó la relación entre el Estado débil y los crecientemente poderosos delincuentes de cuello blanco, cabezas visibles del lavado de dinero. De momento debilitamos al “gobierno” y empequeñecimos la posibilidad de ser un país democrático con proyecto de nación. Pero perdimos lo ofertado por la Revolución y adquirimos lo que en el mercado de ideas llaman Consenso de Washington.
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros
…
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Con el neoliberalismo y el narcotráfico como factor real de poder, la corrupción creció de manera exponencial. Los analistas ofrecieron soluciones, una acertada, la reforma del Estado, para reordenar constitucional, legal e institucionalmente a la nación, darle sentido de patria, recuperar el nacionalismo; sin embargo, optaron por quedarse a hozar en el lodazal de la alternancia, que nada resuelve.
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