*Si revisamos los libros de texto gratuitos de sus primeros años (López Mateos y Díaz Ordaz) podremos constatar del cuidado y atención con la que se creó el modelo educativo para enorgullecernos de ser mexicanos y defender los valores que nos conferían esa identidad que se ha perdido y sólo conservamos los de la vieja guardia
Gregorio Ortega Molina
Para nuestro infortunio la verdad no es única, al menos está escindida en dos vertientes: la revelada por la divinidad, que atañe a la fe y la propuesta de un mundo por venir. La de las relaciones humanas, estrechamente relacionada con la sinceridad, los valores y sentimientos, pero sobre todo con la administración económica y legal de mujeres y hombres y el regateo político.
La segunda vertiente tiene, además, múltiples variantes: las que atañen a los sentimientos y los valores aprendidos para la convivencia y socialización, y la que es del exclusivo dominio de la procuración y administración de justicia, léase quehacer político y de seguridad pública. La verdad es el antídoto de la corrupción moral, esa que nadie quiere identificar y de la que todos se avergüenzan, porque refiere a los hábitos cotidianos, a lo que quedó convertido en usos y costumbres y se niegan a corregir.
La reflexión anterior fue motivada por la lectura del ensayo de Diego Valadés, Constitucionalismo crítico, ideas para la transición constitucional en la era post Covid-19.
Aquí mi única objeción al texto. El título debió ceñirse a la transición constitucional, pues él lo sabe y lo ha escrito, de manera implícita o explícita, que a nuestro modelo político le urge la reforma del Estado, puesto que la necesaria y urgente transición quedó atrapada en el espejismo de la alternancia, que nada resuelve porque sólo alarga la sensación de esperanza de que pronto llegará el hombre providencial, cuando lo que se requiere es el consenso para transformarlo todo y alejarnos de la tentación de restablecer la presidencia imperial. Hoy, los que mandan, en eso están.
¿Qué conservamos de esos valores y modelos que nos dieron sentido de identidad, fortalecieron el concepto de patria y permitieron recrear el nacionalismo mexicano motivado por la muy breve vigencia de la Constitución del 17 (aclaro, insisto en breve, porque fue conculcada desde sus inicios)?
Ahora, en consonancia con el centenario luctuoso de Ramón López Velarde, resulta conveniente que preguntemos a las nueva generaciones, e incluso nos preguntemos, qué sentido de patria tenemos.
Durante mi paso por la enseñanza media participé en dos concursos de declamación con Suave patria; al evocarlo constato que ya no se me enchina el cuero como en esos años en que soñé y anhelé otra patria para mí y mis hijos.
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste todo entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
Si revisamos los libros de texto gratuitos de sus primeros años (López Mateos y Díaz Ordaz) podremos constatar del cuidado y atención con la que se creó el modelo educativo para enorgullecernos de ser mexicanos y defender los valores que nos conferían esa identidad que se ha perdido y sólo conservamos los de la vieja guardia.
El discurso político, la relación gobierno sociedad, la economía del milagro mexicano y el desarrollo estabilizador, nos hicieron creer que era posible el derecho a la verdad.
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