*El único camino hoy es la reforma del Estado, la transformación total del modelo político, pues de otra manera el futuro será el regreso al peor de los pasados
Gregorio Ortega Molina
De los más de diez lustros de ser testigo de los sucesos políticos mexicanos, puedo afirmar que estamos en el umbral de la oportunidad más interesante y más breve, pues ésta tiene fecha de caducidad: el primer periodo de sesiones de la renovada Cámara de diputados.
El diagnóstico es preciso. Por voluntad del presidencialismo empequeñecieron al Estado y se destruyeron, paulatinamente, los valores que fueron sustento del nacionalismo creado y cultivado por el proyecto de la Revolución.
Los presidentes de la República -desde 1976- desposeyeron a su institución de los instrumentos económicos, sociales, éticos, históricos y míticos que le confirieron autoridad y poder inimitables. Los militares permanecieron en los cuarteles y la paz social estuvo al alcance de la mano. El embeleso de nuestra mexicanísima fantasía política mostró fisuras desde su concepción, e inició su decadencia en 1968.
Creyeron la oferta del Consenso de Washington y, gustosos, fueron desposeyendo a los mexicanos del característico nacionalismo, rayano en lo patriotero, pero aseguraba la cohesión social para apoyar la toma de decisiones. Hoy no existe.
¿Es la 4T la oportunidad de restablecerlo? La respuesta está en la manera en que las últimas elecciones conformaron el “corredor del Pacífico” para el trasiego de droga, y el reordenamiento en la Cámara de Diputados, en la que parece imposible que se desarrolle una cohabitación política que sustituya a la confrontación que se avecina.
¿Insistirán en la restauración de la presidencia imperial y el desmantelamiento institucional? ¿Continuarán guiados por el ebionismo evangélico de su líder, aunque saben que no es posible? ¿Apostarán por la confrontación fomentada todas las mañanas?
Lo deseable es el entendimiento y no la cooptación que culmina con el empequeñecimiento del ser del mexicano, con las aspiraciones y los proyectos. Pero claro, no faltarán quienes prefieran recoger del suelo las treinta monedas.
Dejó anotado María Zambrano: “… cuando se llega al poder, para que su ejercicio alcance plenamente el nivel moral, es necesario deshacer este ensueño de sí mismo (el presidente imperial, supongo). Y entonces lo que se tiene que desprender es uno mismo. Se trata no de una objetivación, sino de algo mucho más difícil: de un desprendimiento.
“El que logra llegar al poder -en cualquier aspecto histórico- tiene que desprenderse de él al mismo tiempo que lo ejerce. En la medida que lo logre tendrá sustancia moral su acción. Y en esta misma medida, diríamos, es legítimo su poder. Y en esta misma medida, igualmente, se encontrará en situación de no cometer el <<error fatal>>, ese que ha perseguido, que persigue todavía todo el que ejerce el poder apasionadamente, como expresión de su ser entero, al que ha soñado así mismo en el poder”.
El único camino hoy es la reforma del Estado, la transformación total del modelo político, pues de otra manera el futuro será el regreso al peor de los pasados.
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