Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* Su nombre real fue Iván Beliáiev, combatiente en 1914.
* Combatió con arrojo. lealtad y valentía por el zar Nicolás II.
* Derrotado el Ejército Blanco en 1921, emigró a América del Sur.
* El último de los mohicanos de J. Fenimore Cooper, su inspiración.
* La derrota ante el Ejército Rojo lo llevó a una nación desconocida.
* Llegó a un lugar en que lo quisieron los indígenas guaraníes.
Se marchó al exilio tras el triunfo de la Revolución de octubre de 1917, viajó, se instaló en América del Sur, persiguió sus sueños de infancia, y se convirtió en héroe nacional de Paraguay, llamada la provincia gigante de España antes de su independencia.
Imaginemos un país que acaba de tener una sangrienta guerra civil que se prolonga tres años y que uno de los bandos pierde sin que tengamos nada y nos veamos obligados a irnos lejísimos, a una nación extranjera, y al final nos preguntamos qué hacer.
Esa es la pregunta que todos los oficiales y soldados del Ejército Blanco zarista, el perdedor de la guerra civil escenificada entre 1918 y 1921 tuvieron que responderse en la década de 1920, después de perderla, no obstante el respaldo material recibido por las grandes potencias europeas de la época y del imperio japonés que había derrotado al ruso en 1905.
La mayoría de los perdedores se estableció en Europa y en Estados Unidos, convirtiéndose en empresarios o profesionistas exitosos y ricos; pero los que tuvieron menos suerte trabajaron como mayordomos, choferes y taxistas, algunos sucumbiendo al alcoholismo, a la pobreza o suicidándose.
Sin embargo, el general Iván Timoféievich Beliáiev -más conocido como Juan Belaieff (1875 – 1957), héroe de la Primera Guerra Mundial y oficial imperial ruso de la vieja escuela, tuvo un destino más impresionante y lleno de aventuras que cualquiera otro emigrante ruso.
Se trasladó a Paraguay –que había sufrido un conflicto de exterminio frente en la llamada Guerra de la Tripe Alianza, al enfrentar entre 1865 y 1870 a las tropas de Argentina, Brasil y Uruguay, tratando de construir una segunda casa para el emigrante ruso, mientras estudiaba a los indios guaraníes y se convertía en su héroe.
¿Cómo lo hizo este personaje que fue artillero y explorador? “Mi destino se decidió por un evento completamente menor”, escribió Belaieff en su autobiografía titulada Notas de un exiliado ruso refiriendo parte de ella.
“De niño, paseando con mi tía por San Petersburgo, vi un libro en un mercado con la imagen de un indio americano, llamado El último de los mohicanos de James Fenimore Cooper”, dijo aquel veterano de numerosas aventuras en su tierra y en tierras ajenas.
Después de leer esa novela de aventuras y muchas otras historias más serias acerca de las costumbres y la civilización de los indios de Norte y Sudamérica, el pequeño Belaieff se enamoró del tema, interesándose por esos aborígenes por el resto de su vida.
“Cada noche rezaba por mis indios”, decía de su infancia; sin embargo, tuvieron que pasar varias décadas, un desastre y una hecatombe revolucionaria en Rusia para que Belaieff conociera realmente a los indios que le quitaban sus sueños de niño.
Nacido en una familia en la que todos los hombres hacían el servicio militar, Juan Belaieff se convirtió en artillero y sirvió con devoción a Rusia en siete años de guerras, la primera en 1914, cuando obtuvo el grado de coronel.
Al enterarse de la noticia de que el imperio zarista había declarado la guerra al imperio austro – húngaro y a Alemania, su reacción fue: “Viva Rusia, muerte a los enemigos” y se dirigió al frente para luchar más allá de Bielorrusia, de Polonia y en los frentes que finalmente perdió la monarquía de Nicolás II.
“La artillería es la madre de un niño que enfermó”, solía decir. “Debemos observar de cerca a nuestra infantería, escuchar su pulso, estar siempre listos para ayudarla”: apreciado por sus soldados, Belaieff era un oficial ruso típico de su época: temerario, conservador y valiente.
En la Gran Guerra de 1914 sobrevivió a muchos peligros, como cuando en un combate una bala le atravesó el pecho; pero sin llegar a la columna vertebral: herido. Belaieff fue trasladado a un hospital cerca de Petrogrado, donde conoció a la emperatriz Alexandra Fiódorovna y a sus hijas que ejercían como enfermeras, y fue ascendido a general.
Después de su recuperación, regresó a la primera línea por órdenes del zar, y en sus memorias Belaieff admitía que, a pesar de la valentía y los esfuerzos del Ejército ruso, en 1917 Rusia estaba demasiado agotada por la guerra y perdiendo a sus mejores hijos debido a la pésima conducción de los generales y del mismo monarca, ignorante de todo.
“El último de los militares decentes se ha ahogado en un mar de sangre, el último impulso de luchar se ha agotado”, escribió con enorme frustración y desaliento, sin entender que el caos del conflicto armado hizo que el pueblo ruso se enfrentara a sus gobernantes y a sus mismos compatriotas.
Al principio Belaieff se negó a luchar contra sus hermanos de distinta ideología; pero luego prevaleció su visión monárquica y reaccionaria, hasta que los suyos, juntos y de la mano, llegaron la derrota y el exilio, con el zar asesinado y sus parientes los Romanov exterminados.
El Ejército Blanco perdió la guerra civil en 1921 y, en la década de 1920, Iván Beláiev junto con otros soldados y oficiales, zarparon de las costas de Rusia, se trasladó a Europa con su familia; pero no se quedó ahí, sino que decidió buscar un nuevo hogar en América Latina, eligiendo un extraño y lejano país.
Este se llamaba Paraguay, gobernado en otros tiempos por un alucinado ilustrado que se llamó Gaspar Rodríguez de Francia, de quien escribiría Augusto Roa Bastos una magistral novela histórica que lleva por nombre Yo, el Supremo.
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