Adrián García Aguirre / Parada No. 5, Campeche
* Afectados de Camino Real, Santa Lucía y La Ermita.
* La estrategia de los opositores solamente es torpedear.
* “De esta casa salieron cinco votos para López Obrador”.
* Algunos amparos han salido adelante.
* La visión alterada del mandatario “Pejelagarto”.
A 150 kilómetros de Escárcega, en la parada número 5, Elisa Ochoa despliega sobre la mesa una larga lista de documentos, oficios, fotografías, demandas, informes y hasta una carta firmada por el general Lázaro Cárdenas, en la que agradece a su abuelo la ‘donación’ de parte de su finca al Estado para facilitar el paso del tren.
Ella Insiste en que su familia vive ahí hace más de cien años, cuando lo que hoy es el centro de Campeche eran huertas sin valor alguno y entonces se indigna y da un golpe en la mesa: “No nos van a hacer lo mismo que nos hizo Porfirio Díaz. No nos vamos a dejar”.
Lo dice en el porche de su casa, un lugar tan cercano a la vía, que si estira la pierna podría colocarla en los raíles: doña Eli –así le dicen- pertenece al grupo de vecinos de Campeche que se han unido para que el tren no pase por su barrio.
Son 300 familias nacidas y criadas en los barrios del Camino Real, Santa Lucía y La Ermita, que llevan toda la vida peleando para que el tren de carga salga de la ciudad; sin embargo, la respuesta que ha recibido es que Campeche será la estación número 5 y el tren que pasará frente a su puerta más rápido y más frecuente.
“Que sepa el presidente que de esta casa salieron cinco votos para su candidatura y ahora nos encontramos con esto”, repela con justificada razón ante lo que considera traición a la ciudadanía, porque “eso no se hace.”.
“Hemos pedido que se desvíe el trayecto y rodee la ciudad; pero no quieren escuchar. No entiendo la cerrazón de los encargados del Tren Maya por pasar los vagones por el centro de la ciudad”, protesta Elisa junto a un grupo de vecinos.
Una calle hacia el oriente vive Josefa Casiano, doña Pepa, maestra jubilada de 72 años reconvertida en lideresa vecinal junto con Elisa Ochoa: “No somos invasores de la vía, no hemos llegado a ocupar nada. Fue la vía la que nos invadió a nosotros”, dice molesta, en referencia a quienes los acusan de ocupar ilegalmente un espacio que sabían que les pertenecía al estado.
“Llevamos muchísimos años viviendo en esta casa y es un atropello lo que están haciendo, pa decirlo con el habla nuestra, son chingaderas”, dice, y señala una vitrina donde hay unas velas y las fotografía de sus padres y abuelos.
“Que quede claro, aquí no hay invasión”, insiste, pues desde que tiene uso de razón, la maestra Pepa no desayuna hasta que no está segura de que ha pasado el tren, para que no le derrame el café.
Rogelio Jiménez Pons, el hombre fuerte del Tren Maya y uno de los funcionarios intocables de López Obrador explicó que desviar el tren sería caro porque habría que hacer un túnel; “pero confío en que lo solucionaremos integrando y convenciendo a los vecinos”.
Considera que con dinero y propuestas para convertirlos en socios del proyecto, se resolverá el conflicto vecinal más organizado que enfrenta la mega obra.
La estrategia de los opositores al tren –dice- es torpedear con amparos judiciales las obras por construir durante la pandemia, por los errores en la consulta o por las afectaciones a los grupos indígenas.
Algunos amparos han salido adelante, obligando a frenar las obras, y abogado Javier Fernández Aguilar, del colectivo Indignación, que agrupa a muchos de quienes se oponen al tren, considera que “este gobierno repite las formas y maneras del pasado con licitaciones opacas”.
Asegura que no tiene validez la consulta popular y sí un gran desprecio a quienes están en contra del tren”, explica en su despacho, y cree que la suma de amparos llevará el Tren Maya hasta la Suprema Corte.
Mientras se resuelve la situación judicial a lo largo de la ruta hay cientos de familias que viven al borde de la vía entre el nerviosismo y la ilusión, el tema que altera sus vidas: A Teresa Luna Carreón nunca le han preguntado qué piensa del tren, no obstante que hace años llegó con su familia a Palenque, Chiapas, buscando un pedazo de tierra.
Y la encontró aquí, junto a las vías, en el único sitio que no había que pagar. “Creo que nos van a dar una casa nueva. No tengo inconveniente en moverme”, dice sentada junto a los rieles, donde conversaba con sus vecinas ahora que bajó el calor.
“El tren es bueno para todos. Es cierto que habrá más gente y cambiarán algunas cosas y habrá más bulla, pero la bulla se puede soportar; pero no tener trabajo, para nada”. Teresa paga una renta mensual baja por una habitación junto a la vía y otro poco de luz, dinero que gana limpiando un hotel del centro.
—¿Cómo se imagina el nuevo tren?
—Pues así como el de México, como el Metro —contesta.
—¿A dónde le gustaría ir?
—A Cancún. Tengo ganas de ver el mar y pasear por los hoteles porque me han dicho que en la playa hay una atracción muy divertida…
Justo cuando Teresa comenzaba a describir a sus vecinas el ambiente en la orilla, la conversación se interrumpe por la ruidosa aparición de La Bestia, el imponente tren de carga que aparece en las vías con cientos de toneladas de cemento y decenas de migrantes centroamericanos colgados de los hierros y en el techo.
Cuando ponen un pie en tierra, los adolescentes corren asustados para ocultarse de la Guardia Nacional y del Instituto de Migración (INM) desplegados en la zona, cerca de la frontera con Guatemala, mientras Teresa Luna continúa contando a sus comadres con la naturalidad de quien cada día ve pasar a guatemaltecos, salvadoreños y hondureños con cara de pánico.
Las obras del Tren Maya suponen una apuesta por el sureste del país y el cumplimiento de una promesa de campaña de la que el mandatario puede presumir. Andrés Manuel López Obrador aseguró también que daría empleo a miles de migrantes para disuadir las caravanas de migrantes.
La verdad cruda es que hay promesas electorales que solamente son eso, promesas, y hoy México presenta una realidad diferente a la que está en la imaginación de los políticos como el mandatario “Pejelagarto”, que tiene una visión alterada de los hechos, dice el abogado Fernández Aguilar.
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