Fernando Irala
A más de un año, catorce meses, de que el sistema escolar se paralizó abruptamente ante la amenaza del coronavirus, en varias entidades del país, y señaladamente en la ciudad de México, se intenta un extraño retorno a las clases presenciales.
El esfuerzo parece precipitado, toda vez que falta poco más de un mes para que el ciclo escolar termine y se inicien las vacaciones de verano, que son transición entre un período lectivo y el siguiente.
Nadie pone en duda la necesidad de que niños y jóvenes estén en las aulas, pues es evidente que el aprendizaje es mayor en el contacto directo con los profesores, y que la socialización y la convivencia fuera de casa son altamente benéficas para los alumnos.
Pero si ya han perdido más un año lectivo a causa de la pandemia, y ésta no acaba de ceder, pues aún acumulamos pérdidas diarias de centenas de vidas humanas en el territorio nacional, no hay razones de peso para arriesgar a alumnos y maestros por estos días, y en cambio mantener el confinamiento en los próximos tres meses puede asegurar mejores condiciones sanitarias para todos.
A menos que en los cálculos de apresuramiento haya la urgencia de mostrar que la vida vuelve a la normalidad porque eso tiene un efecto tranquilizador en la población y puede inducir un voto a favor del grupo que está en el poder, en la próxima jornada electoral.
Mientras a los médicos privados se les ha negado repetidamente la posibilidad de vacunarlos, e incluso a personal de apoyo y administrativo de hospitales privados y de algunos públicos, en las escuelas se han hecho operativos especiales que incluyen hasta al portero, como parte de los preparativos de reapertura.
Pero la realidad puede ser más terca que las intenciones de los gobernantes. Ya ocurrió que los planes de retorno a clases en Nayarit, que se pretendía hacer a partir de hoy, tuvieron que ser suspendidos ante un nuevo crecimiento de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos por covid. Lo mismo ha ocurrido en Campeche, donde desde hace meses se quiere normalizar la vida escolar, y han tenido que cerrar de nuevo los planteles ante el incremento de casos de la epidemia.
En la ciudad de México nuestros funcionarios lucen muy optimistas. No se han atrevido aún a abrir ni un kínder, pero de manera anticipada anuncian la intención de reiniciar clases el lunes después de la elección. Así crean la expectativa de normalidad a la que nos hemos referido.
Veremos si la vida real no los hace recular.
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