Sergio Gómez Montero*
De repente
como recuperando las palabras de un sueño
ella dice: “Qué lástima que todo se termina”
P. Bonnet: “De tarde en tarde”
Teóricamente, lo que la reciente tragedia del Metro pone en el tapete de la discusión es una cuestión aparentemente sencilla: ¿tiene solución el gobierno? Es decir, ¿gobernar y corrupción son caminos necesariamente paralelos?, ¿el uno no puede vivir sin la otra? Poner orden o concretar el orden de la ciudad fue la finalidad, desde sus orígenes, del gobierno, y para ello debía valerse de la ley, emitida primero por los viejos de la tribu (los más cercanos a los dioses) y posteriormente por el fórum, compuesto también de viejos casi siempre, pero que tenían la habilidad de la retórica. Con esa visión ideal que los griegos se hicieron de conducir la vida diaria de la ciudad, es con la cual, hasta hoy, en occidente, nos ha tocado vivir.
Pero algo que los griegos no tomaron en consideración (o no lo tomaron suficientemente en cuenta) es que para gobernar (ordenar) la ciudad se requerían recursos; recursos monetarios cuantiosos; más aún, cuando las ciudades se transformaron en metrópolis concentradoras de muchísimas actividades productivas y que, en tiempos de capitalismo, tal organización social imponía las reglas bajo las cuales el orden de la ciudad operaba fue cuando nace precisamente la relación perversa entre gobierno y corrupción. Entre nosotros, tal orden operó desde fines del XIX hasta 2018, en que, paulatinamente, la 4T trata de modificar, aunque sea de palabra y lento, ese orden.
Muchos han sido los obstáculos que se han tenido que enfrentar y no siempre con éxito, pues las raíces de esa relación perversa entre gobierno y corrupción se encuentran profundamente arraigadas en el todo social y en ella se ven involucrados todo tipo de entes sociales: desde ex-polílicos extraditables (Eugenio Hernández, ex-gobernador de Tamaulipas) o intocables hasta la fecha (Luis Videgaray, Diego Fernández de Cevallos), o bien, servidores públicos de hoy (o personas en general) que extrañan los viejos tiempos de la corrupción desenfrenada y que quisieran que esos tiempos continuaran, sin tomar conciencia de los graves daños que esos tiempos causaron al país.
No es fácil, pues, dejar atrás la relación perversa gobierno y corrupción, ya que ello conlleva modificar de raíz las formas de operar de la sociedad y ello no se logra de un día para otro, ni con la ley en la mano, ya que la ley contempla una figura jurídica de última instancia, el amparo, que protege a quienes quieren evadir que la nueva ley –cimiento de la nueva sociedad– se aplique y así, poco a poco, comience a predominar el nuevo orden social. En ese juego de estira y afloja, hoy se está llevando a cabo el juego electoral, obligando al elector a escoger entre el pasado que lo tenía sumido en la tragedia o el nuevo presente, en donde él, mal que bien, podrá, al fin, ponerle fin a la relación perversa gobierno-corrupción.
Sí, pues, mucho es lo que estará en juego el próximo 6 de junio.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx
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