Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
Decíamos en nuestro comentario de la semana pasada que, en la magna elección del próximo 6 de junio, la renovación de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión constituye la joya de la corona. La conformación de la próxima legislatura, la LXV, será determinante política y administrativamente para el proyecto de la 4T, en la segunda mitad de su gobierno. 500 curules en disputa, 300 de mayoría relativa y 200 de representación proporcional, habrán de repartirse entre 10 partidos políticos registrados para participar en la elección (PAN, PRI, PRD, PT, PVEM, MC, MORENA, Redes Sociales Progresistas (RSP), Partido Encuentro Solidario (PES) y Fuerza Social por México (FSM).
Habrá que no dejarse impresionar, sin embargo, por esta numerosa participación partidista que no necesariamente es proporcional a su representatividad ciudadana, pues ya veremos que varias de estas instituciones no podrán cubrir el requisito del 3 por ciento mínimo de votos que la ley exige para conservar su registro y desaparecerán tan rápido como surgieron. En algunos casos, su presencia responde a una estrategia, generalmente del partido en el poder, para pulverizar los votos y disminuir así el peso y presencia de la oposición.
En la circunstancia política de polarización actual, esta decena de partidos podrían agruparse en dos frentes. De un lado, los de la 4T, con Morena y sus aliados confesos, PT y PVEM, más los nuevos agregados, RSP, PES y FSM, que por ser debutantes están impedidos, por ley, a participar en alianza, aunque a lo largo del proceso de su registro, dejaron muy claro de qué lado están sus preferencias. Hay un partido más que habría que incluir en este frente, MC, que jugando al engaño y sin declarar su inclinación, algunas de sus decisiones lo delatan.
Frente a la 4T, está el bloque opositor, que, como en cualquier democracia del mundo, la conforman partidos políticos que no están de acuerdo con las políticas del gobierno en turno y que, en los regímenes democráticos se les autoriza y permite participar y competir por el poder. A fin de cuentas, ese es uno de los objetivos de la política. No son enemigos, pero sí adversarios y cuando su activismo político se desrrolla en los términos y de acuerdo a un marco legal, previamente establecido, se cumple con el espíritu democrático que auspicia la libertad y el derecho a participar plenamente en la vida política de la sociedad. Este frente los constituyen el PAN, PRI y PRD, que para efectos de la próxima contienda electoral han conformado la alianza parcial “Va por México”.
En realidad, el 6 de junio los electores estarán decidiendo entre dos opciones, la 4T de Morena o la oposición, aunque en la boleta aparezcan los diez partidos, pues, como hemos señalado, por las alianzas, identificación y afinidad que hay entre los partidos, sus votos estarán apoyando a los candidatos de cualquiera de estas dos posiciones.
En las comicios de mitad del sexenio, generalmente el partido en el poder sufre las consecuencias del desgaste que ocasiona el ejercicio de gobierno, reflejándose en una menor votación que la obtenida tres años antes. En las últimas cuatro elecciones intermedias (1997, 2003, 2009 y 2015), en plena alternancia democrática, esto le sucedió a los gobiernos priistas y panistas. En el caso del tricolor, en 1997 perdió la mayoría absoluta en la Cámara Baja para no volverla a recuperar. El PAN, en sus dos períodos presidenciales (Vicente Fox y Felipe Calderón), resintió una baja (2003 y 2009), cediéndole al PRI la mayoría simple que había logrado al inicio de sus dos administraciones. En 2015, aunque el otrora partidazo pudo conservar su mayoría simple en las dos legislaturas del sexenio (LXII y LXIII), sufrió una baja de 8 puntos en la votación, lo que le significó una bancada menor respecto de la legislatura anterior.
En esta elección y contra lo que se veía hasta hace pocos meses cuando Morena resultaba líder, por amplio margen, en las preferencias electorales, parecería que la historia se repetirá y el partido en el gobierno obtendrá menos votos que los conseguidos en 2018. Conforme a encuestas recientes, la intención del voto ha caído en el caso de Morena15 puntos (55 % a 40 %), según una encuesta de El Financiero, mientras que el PAN y el PRI han mejorado hasta alcanzar 19 y 20 puntos, respectivamente.
Si a esto agregamos la confirmación de los criterios del INE para evitar la sobrerrepresentación, que en la elección de 2018 Morena aprovechó para alcanzar una mayoría artificial (61.6%) en San Lázaro, al casi duplicar el máximo autorizado por la Constitución y obtener más curules de las que los votos ciudadanos les habían otorgado (45.9%), se ve muy difícil que este partido pueda repetir su condición actual de aplanadora legislativa. Tampoco queda muy claro que a nivel estatal, Morena pueda conservar la mayoría absoluta en 20 congresos locales, como ahora los tiene.
Otra característica de los comicios intermedios es que la
participación electoral es menor a la que se da en una elección presidencial. Por otro lado, el factor de la contingencia pandémica, estará influyendo también en el ánimo de los votantes, por lo que la jornada electoral se vuelve una incógnita en el tema del siempre perjudicial abstencionismo.
Por último, habría que señalar que una baja participación de votantes, generalmente beneficia a los partidos en el gobierno. Así que, ¡a votar!
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