Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* Rusia estaba preparada y en vísperas de la Revolución
* La primera advertencia la hizo el Comité Provisional de la Duma.
* El descontento se extendía cada vez más entre el proletariado.
* La verdadera toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques.
* A los trabajadores se sumaron unidades militares completas.
* Lenin dejó Suiza y encabezó personalmente la lucha revolucionaria.
El primer aviso de que una conmoción nacional estaba tocando las puertas de los palacios del zar Nicolás II de Rusia, lo hizo el Comité Provisional de la Duma de Estado, fundado en febrero de 1917, al tomar la iniciativa de formar un gobierno que limitara al monarca, reservándose el derecho de controlar la política.
Pasaron ocho meses convulsos para que, el 25 de octubre, ocurriera la toma del Palacio de Invierno, símbolo del poder monárquico con sede en San Petersburgo, que supuso el inicio de siete décadas de comunismo en Rusia, en hechos que estremecieron al mundo, como diría John Reed, periodista estadounidense, testigo presencial de los primeros días de la Revolución.
Una furiosa masa de gente, disparando y gritando asalta un edificio enorme, monumental, símbolo del zarismo y lo que representó desde que la ciudad fue construida y fundada por Pedro el Grande a principios del siglo XVII.
Un hombre herido, de rodillas en el suelo, pide a aquella muchedumbre que continúe su lucha contra la tiranía antes de exhalar su último aliento, al quedar exánime, tirado su cuerpo que, aplastado por aquella masa, permanecerá ahí no se sabe cuánto tiempo.
Es incontable e interminable el número de personas corriendo, escalando como puede la puerta gigantesca de rejas de acero pintadas de dorado y, finalmente, lograr entrar en el edificio con la seguridad de que la Revolución ha triunfado, entre gritos que llenan el aire como un trueno.
Así fue como el famoso cineasta Serguei Eisenstein –director de Octubre y El acorazado Potemkin- representó el punto más alto de la Revolución de octubre: la toma del Palacio de Invierno, que fuera durante largo tiempo la residencia de la dinastía de los Romanov.
En su película Octubre estrenada en 1928, la escena es pasional, y si tuviese que ponérsele alguna etiqueta sería que nada de lo que muestra ocurrió en la vida real; es decir, en una realidad que, por supuesto, fue menos heroica.
El 7 de noviembre de 1917 -25 de octubre en el calendario juliano, que estuvo vigente en Rusia hasta 1918- el gobierno provisional presidido por Alexander Kérensky, que estaba al mando desde la abdicación de Nicolás II en marzo, se encontraba en una posición sumamente débil, incapaz de hacer cambios mínimos, enfrentado a las protestas y sin control de nada
La guarnición militar de Petrogrado estaba más que descontenta con Kérenski, el presidente del gobierno provisional que, semanas antes, trató de enviar al frente a los regimientos que estaban en la capital, ya que la Primera Guerra Mundial todavía estaba en marcha y los soldados enviados por el zar desertaban, inconformes por el trato que recibían y el hambre, siempre el hambre.
No querían seguir luchando y se negaban a ir al frente, hastiados, hartos de tanta desigualdad y despotismo por parte de oficiales cobardes y corruptos, que traficaban con los abastecimientos y corrían a esconderse en la trinchera más cercana a la hora de las ofensivas enemigas.
A medida que crecía el apoyo a los bolcheviques en pueblos y ciudades, los soldados se reunían y hacían llamados a la rebelión, enterándose de que el 3 y el 5 de octubre los bolcheviques, comandados por Vladímir Ilich Uliánov y Lev Davídovich Trotski, iban ganando el poder.
Ya se atisbaba el cambio de régimen, que no iba a ser solamente un cambio de guardia, pues los revolucionarios armados iban a los cuarteles y a los soldados con la frase: “El gobierno provisional ha sido derrocado. Ahora todo el poder es de los trabajadores y de los campesinos representados por los sóviets”.
Estos eran cuerpos representativos formados en la base de la sociedad, y los bolcheviques tenían en ellos posiciones de liderazgo; pero ante más engaños y mentiras, los soldados no estaban dispuestos a apoyar a cualquier gobierno y cambiaban de bando fácilmente.
El 24 de octubre de 1917, un día antes de que la Revolución diese un paso fundamental y la realidad estaba cerca con la toma del Palacio de Invierno, Kérensky carecía prácticamente de tropas, y abandonó Petrogrado la mañana anterior en busca de algunos regimientos leales en el frente; pero fracasaría en el intento.
“Había calma antes de la tormenta”, escribió John Reed en su crónica Diez días que estremecieron al mundo, en tanto veía que el resto del gobierno que no gobernaba trataba de proteger lo que todavía no creía perdido; pero la lista era corta: se limitaba al Palacio de Invierno.
Alexander Kérensky trató de movilizar a los que podía, dirigiéndose a los estudiantes de las escuelas militares y hacia los batallones compuestos por mujeres:
“No estaba claro cuántos; pero se esforzaba por todos los medios de conseguir quienes lo apoyaran”, añadía Reed en su reportaje.
El 17 de marzo de 1917 Lenin salió de Suiza -con ayuda del gobierno alemán y gracias a las negociaciones que realizó una de sus más cercanas amistades-, en donde había permanecido desde 1914 debido a la persecución de los agentes zaristas, y volvió a la patria rusa para encabezar personalmente la lucha revolucionaria, hasta el día de su muerte, el 21 de enero de 1924.
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